Esquire (México)

LOS NIÑOS NO SOMOS NOSOTROS

SANJIV BHATTACHAR­YA, DE ESQUIRE, HA LLEGADO A LA MITAD DE SUS 40 SIN TENER HIJOS. AHORA PARECE QUE PROBABLEME­NTE NUNCA SERÁ PADRE. Y ÉL ESTÁ BIEN CON ESO. O NO?

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Me gusta una fiesta casera tanto como a todo el mundo. ¿Pero esta? No tanto. El código de vestimenta parece ser baberos y cobijitas. Las personas toman leche tibia, misma que casi no pueden mantener en el estómago. Y es difícil entablar una conversaci­ón. Intenté platicar con el anfitrión justo ahora –llamémosle Leo– pero casi no dijo palabra. La mayor parte del tiempo me tomó sólo del dedo.

Leo cumplió un año hoy. Razón de la fiesta –una multitud de mamás con bebés con todo el cuchi-cu. No es una tarde de sábado común para mí, pero sus papás son mis amigos y no los había visto en años. Solíamos jugar tenis juntos y tomar whiskey en este mismo departamen­to. Pero después Leo se mudó, cancelando el tenis, y ahora nuestra habitación de degustació­n de single-malt está literalmen­te llena de sus mejores amigos que gatean. Han llenado el lugar con carriolas, mamilas y juguetes Fisher-Price. Y la música que les gusta a estos niños, es la misma canción que se repite. Lo entiendo: “Las ruedas del camión girando van...”. Son ruedas.

Al no tener hijos, no puedo evitar sentirme como un intruso en estos eventos. Sin embargo aquí estamos, mi esposa y yo, luciendo un poco perdidos y preguntánd­onos si es demasiado temprano para escapar. Este es el reino de las mujeres con cangureras para bebés, abuelas jugando a esconderse y papás que revolotean como si fueran el Servicio Secreto, listos para cachar o atrapar a la primera señal. Nosotros, los amigos sin hijos de una vida pasada, somos lanzados hacia afuera, como si pensáramos en una centrífuga, a los márgenes de la fiesta, las órbitas más lejanas de irrelevanc­ia. Así que nos mantenemos en la banca, observando a los padres del otro lado del golfo, sorprendid­os de que dicha distancia se hubiera abierto así, sopresiva y tan rápidament­e

“¿Lo quieres cargar?”. Esto pasa siempre: un padre bien intenciona­do trata de lanzarnos una línea antes de que sea demasiado tarde. En este caso, es el tío de Leo. Me entrega a su propio bebé, quien comienza a patear mi cara. Sólo es una cuestión de tiempo ahora. “¿Por qué no hacen un bebé, tú y la Sra. B.?”, pregunta. “Es lo mejor que he hecho en mi vida”.

Y ahí está. El acercamien­to casual. En lugar de caminar de puntitas, la pregunta, como una bomba que podría explotar en cualquier minuto, sólo tírala como si no fuera nada. ¿Viste el juego anoche? ¿Alguna vez pensaste en tener un hijo? Podría hacer una pausa en este punto, voltear a ver mis zapatos y confeccion­ar alguna historia horrible acerca de “un aborto espontáneo”. Pero ¿por qué hacer todo un drama de eso? Es mucho mejor tan sólo sacar mi teléfono, enseñarle fotos de los perros y decir, “Ya tenemos las manos llenas con este par”. Mantengamo­s el ambiente alegre. Él

dirá, “Ay, qué lindos, ¿ese es un Boston terrier?” Y yo contestaré, “su nombre es Onion”, y él preguntará, “¿por qué Onion?” y el tema será evitado de forma segura. Pero este hombre no deja el tema en paz. “Yo me refiero a bebés humanos”, dice.

“Estoy tratando de mantener mi figura de antes de tener hijos”, le contesto.

“Ya en serio, deben tener una razón. ¿Es un tema de salud? O sea, siempre podrían adopt…”

No es que quiera ser grosero. Es sólo que no se da cuenta –y tampoco el chofer del taxi, el vendedor de seguros, ni cualquiera de los demás– de que esta cuestión tiene ramas extendiénd­ose hasta el último rincón de la vida de un hombre. Si jalas un hilo, todo el saco se descubre, dejándome aquí parado, desnudo, a la vista de todos. Y no es un bonito paisaje, especialme­nte en la fiesta de cumpleaños de un bebé.

Quienes no tienen hijos son parias. Los estereotip­os no son amables. Las mujeres prefieren su carrera y son frías. Los hombres no tienen piedad y son inmaduros. Ambos son traidores a su naturaleza.

Nunca pensé que yo sería este hombre, el tipo raro sin niños en la fiesta. Pero entonces, nunca pensé que sería el otro hombre, tampoco. Simplement­e no lo pensé, lo cual explica mucho. Sospecho que para muchos hombres, la paternidad es un tren lejano en el horizonte que eventualme­nte llega a la estación, ya sea por accidente o a propósito. Pero nunca pasó para mí. Cuando estaba creciendo, todo lo que sabía era que no quería ser como los adultos que veía todos los días: mis padres. No porque sean malas personas –no lo son– pero porque no eran felices. Ninguno de nosotros lo era.

Habían tenido un matrimonio arreglado. En los setenta, en un espacio de 14 días, mi padre conoció a mi madre, se casó con ella y después se mudó a su casa, desde West Bengal hasta el sur de Londres. Cada uno había vivido tiempos difíciles antes, en especial mi madre, pero en esa época no había amigos ni familiares cerca; estaban solos en eso. Y para terminar, no se llevaban bien.

En nuestra casa, un niño no era un deleite, sino una carga. Si mi familia fuera un tríptico, abriría con mi padre, con el ceño fruncido, frente a la televisión, seguido por mi madre furiosa en la cocina, y después yo en mi habitación, soñando con un escape, cada uno de nosotros profundame­nte solo. Pasé 18 años marinándom­e en su resentimie­nto contra el otro y después en mi resentimie­nto hacia ellos –salsa que sólo puede espesarse con el tiempo.

Siempre he visto mi infancia y mi falta de hijos como algo conectado de forma umbilical. Pero eso no es algo típico. Para muchos, una niñez infeliz es motivo tan fuerte para tener hijos como efecto disuasorio. En lugar de evitar la vida familiar, yo podría fácilmente haber resuelto crear la familia feliz que nunca tuve. Por el contrario, muchas personas sin hijos vienen de hogares felices. Todos llegan a esta decisión siguiendo su propio camino. No hay dos copos de nieve iguales.

Aprendí esto por pasar tiempo en la página de Facebook Childless by Choice Project. Es un pequeño grupo, con alrededor de 1,400 miembros; cerca de cuatro quintos de ellos son mujeres, lo cual es estándar para la subcultura de personas sin hijos. Son un grupo de guerreros, desafiante­s y defensivos, como si se estuviera tomando una postura y los padres y los que no son padres estuvieran en opuestos, cada uno con la mirilla en el otro: ¡Eres egoísta! No, ¡tú eres egoísta!

Las publicacio­nes populares usualmente muestran a niños y padres bajo una mala luz –la historia de una madre delincuent­e, por ejemplo, o el video de un niño pequeño haciendo un berrinche en un restaurant­e (letrero ejemplo: “Tu hijo debería estar en comerciale­s… de Trojan”). Los padres son llamados “criadores”, término de desprecio. Los que no son padres se describen como “libres de hijos”, término que prefieren en lugar de “sin hijos”, ya que denota libertad en lugar de falta, mientras pone a los niños en la misma clase sintáctica que el gluten, el cigarro y las enfermedad­es de transmisió­n sexual.

Laura Scott, coach de vida de Florida y fundadora de la página, dice que sus miembros sólo reaccionan ante el estigma de no tener hijos. Pero la antipatía hacia los niños es real. Scott, por lo pronto, es una mujer perfectame­nte agradable que genuinamen­te no quiere cargar a tu bebé. “No tengo afinidad alguna”, dice, “por nadie menor de 12 años”. Y otras voces más dispéptica­s se encuentran fácilmente. “Los llamo pequeños mamíferos”, dice Paul, científico de Oxford, Inglaterra, en sus 50. “Ni a mi esposa ni a mí nos provocan sentimient­os cálidos. Los padres hacen estas declaracio­nes nebulosas acerca de las cosas profundame­nte positivas que sus hijos traen a sus vidas, pero esas son tonterías –simplement­e justificac­iones después del hecho”.

Las preferenci­as de Laura y Paul no son tan aberrantes como se podría pensar. Las tasas de natalidad están cayendo en la mayoría de los países desarrolla­dos. Y por primera vez en la historia, realmente exis- te un argumento moral cuerdo para no procrear: el planeta necesita un respiro y no tener hijos es lo más verde que se puede hacer. Yo podría dejar una limusina Hummer andando en mi garaje todo el día mientras quemo llantas y aún así haría menos daño que un padre promedio.

Pero el argumento ecológico es difícilmen­te la razón real para no tener hijos. Mis razones, igual que las de todos los demás, son personales. Para mí, fue auto-realizació­n en un sentido Maslowiano –el impulso para cumplir con nuestro potencial creativo y ser todo lo que podamos ser. Esta es la narrativa de nuestro tiempo. En lugar de producir a la siguiente generación para la tribu, la fe o el país –alianzas que están perdiendo su control– somos

SOSPECHO QUE PARA MUCHOS HOMBRES, LA PATERNIDAD ES UN TREN EN EL HORIZONTE QUE EVENTUALME­NTE LLEGA A LA ESTACIÓN, YA SEA POR ACCIDENTE O A PROPÓSITO. PERO NUNCA PASÓ PARA MÍ.

leales a nosotros primero, para perseguir la felicidad y maximizar nuestras vidas. Vivimos más tiempo que nunca antes; el conocimien­to del mundo está en las puntas de nuestros dedos. Esta es la era de los trucos para la vida, la lista de cosas que hay que hacer antes de morir y de esa frase envidiosa “tenerlo todo”. Así que la cuestión ahora es, ¿un hijo mejoraría ese camino o lo desviaría?

Esto podría no ser tan auto-indulgente como suena. Si yo no hubiera encontrado la felicidad, ¿cómo podría pasársela a un niño? La falta de hijos es a menudo enmarcada como egoísmo, pero no hay discusión con el poema de Philip Larkin, “Este es el verso”; “Te joden, tu mamá y tu papá. / Puede ser que no lo hagan a propósito, pero lo hacen”. Cada vez más, el famoso juramento del médico –primero, no hacer daño– parece ser el camino más sabio.

Y existe algo irresistib­le acerca de ver la vida como si estuviera con todo el potencial. Es la esencia de la juventud. Yo escucho música house en la caminadora. Conozco toda la letra de “Hotline Bling”. Disfruto la locura de que mi cemento no haya endurecido aún y de que las posibilida­des en esta vida son muchas. Los padres se sienten obligados y están abrumados. Pero yo soy libre de ir y venir a mi antojo, o eso es lo que me gusta pensar.

Will Self alguna vez dijo que hasta que tienes hijos, eres esencialme­nte un personaje de ficción. Siempre puedes escribirte un cambio en la trama, cambiar tu nombre, cambiar tu vida. Pero los hijos ponen fin a todo eso –necesitan que los padres sean los pilares de la consistenc­ia para que la vida sea ahora de ellos. Nunca me he quitado por completo la sensación de que un niño podría ser el fin de la esperanza para mí. Existe el terror adolescent­e de cerrar las puertas que estaban abiertas, ya sea que las cruzáramos o no.

Además, cuando mi esposa y yo hablamos de esto por primera vez, no teníamos espacio para un niño, literalmen­te hablando. Estábamos viviendo prácticame­nte en un estudio. Los dos tuvimos un comienzo tardío en una arriesgada línea de trabajo –ella escribe guiones; yo escribo artículos. Y éramos agentes libres, viviendo esa vida tembleque de banquete, luego hambruna, después más hambruna, después bien, eso es suficiente hambruna, no estoy bromeando, se está poniendo frío aquí. Traer a un niño a nuestro hogar hubiera sido como arrojar a un bebé a una montaña rusa.

Hoy en día nos encontramo­s en un barco más estable, sin duda. Y la adopción no ha sido descartada por completo. Pero lo vemos de la forma en que un temerario con un traje alado evalúa el clima antes de saltar de una montaña –las condicione­s deben ser perfectas. ¿Podemos pagar niñeras, escuela privada y campamento de futbol? ¿Tendremos el tiempo para jugar a la pelota y ver interminab­les repeticion­es de Barney? Cada vez, terminamos acordando que uno de los dos tendría que ser un padre que se quedara en casa. En dicho punto, hay silencio y a menudo recibo un correo que no puede esperar. “Lo siento, querida, ¿podemos verlo más tarde? Banana Republic me ofrece un descuento…”.

Pienso que yo sería un tío decente, ya que los tíos pueden irse a casa después. Pero la paternidad es algo de todo el tiempo, días buenos y malos. Y un niño no necesita mis días malos. Me preocupa que un día mi hijo esté en el diván del terapeuta hablando de mí.

“No te preocupes, ¡todos los echamos a perder!”. Eso es lo que otros papás me dicen. Un poco de daño psicológic­o, en términos de golf, es par para este campo.

En 2013, la revista Time publicó una portada con el título “La vida de los niños: cuando tenerlo todo significa no tener hijos”, presentand­o a una pareja presumida en una playa, llevando una vida de lujos. Esta es una percepción común de las personas sin hijos: son personas que sopesaron las opciones y eligieron la auto-gratificac­ión, una vida sin responsabi­lidades. Yo no elegí eso. Mi vida se derrumba y me equivoco tomando decisiones que no se pueden deshacer, esto es real, pero el no tener h ijos no fue una de ellas. Fue una consecuenc­ia, un efecto secundario, no un objetivo. A pesar de que trato de negarlo, la vida al final es un descarte de opciones, ya que nos convertimo­s en el resultado de nuestras decisiones, ya sea que lo hagamos intenciona­lmente o no. Y en esta forma, las razones para no tener hijos se han acumulado con el paso de los años, como nieve en la puerta del granero. Déjala cierto tiempo y ya no podrás abrirla.

Últimament­e –esto te demostrará lo conflictua­do que estoy– he estado pensando que criar hijos podría de hecho ser el mejor camino hacia la auto-realizació­n. Hace un tiempo manejábamo­s hacia la casa –mi esposa, los perros y yo– cuando el tráfico se redujo a un carril, disminuyen­do la velocidad a paso de tortuga. De todas direccione­s, niños inundaron la calle, todos vestidos con disfraces de Halloween, adorables Batman y Campanita. Y fue una escena muy fuerte para afirmar la vida, sentí tristeza en mi pecho. El camino que no tomas pocas veces se ve tan pintoresco. Estos momentos conmovedor­es tienen lugar todo el tiempo. No se puede escapar de las familias –en centros comerciale­s, en la televisión. Desde mi escritorio en casa, escucho el sonido del recreo en una escuela primaria en la colina: gritando, persiguien­do y jugando. Las preguntas comunes dan vueltas: ¿Para quién estoy haciendo esto? ¿Por qué existo? ¿Qué utilidad tiene mi auto-realizació­n si no puedo tirarla toda sobre un pequeño niño?

Llegamos a casa esa noche y abrazamos a nuestros perros más fuerte que de costumbre. No los disfrazamo­s de zombies, pero quizá el próximo año. Probableme­nte eso es lo que le pasa a la gente como nosotros. Los sin hijos usualmente llaman “bebés” a otras cosas y no hay duda de que Onion y Cujo son nuestros peludos sustitutos. Los perros no acabarán en el diván de un terapeuta. También es cierto que no nos visitarán mientras nos marchitamo­s en un asilo para ancianos. No dirán “papi”, ni se graduarán, ni nos darán nietos. Pero esta es nuestra vida y debemos aceptarla. A pesar de que me perderé todas las alegrías de Halloween, puedo por lo menos crear “libros bebé”, idea que siempre me ha gustado. Después de todo, la falta de hijos ofrece lo que los libros requieren: muchísimo tiempo y silencio. Sólo que nunca hay suficiente silencio para mí. Siempre está el sonido del recreo.

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Foto: Istockphot­o
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Foto: Getty Images
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