Y EL PRIMERO ES… NIKOLA TESLA
El genio más incomprendido de la historia
Tal vez la expresión “manchado de sangre” sea demasiado áspera si hablamos de unos cuantos casos de violación de derechos de autor y patentes a lo largo de la historia. Pero sí ha habido feroces batallas con un objetivo claro: el derecho a ser llamado, oficialmente, “el primero”.
El caso más sencillo es el de la infracción literaria de derechos de autor: hemos escrito algo y vemos rastros de nuestro trabajo apareciendo literalmente bajo el nombre de otra persona para ser utilizados con fines comerciales.
Pero, en otras ocasiones, la disputa es más complicada y sólo finaliza tras una agotadora y costosa batalla legal. Nikola Tesla, por ejemplo, fue reconocido en 1943 por la Corte Suprema de los E.U. como el primer y verdadero inventor de la llamada tecnología “inalámbrica” o, según términos modernos, de la radio.
Ocurrió cuatro meses después de su muerte y 50 años después de que presentara la primera patente de radio en la Oficina de Patentes y Marcas de los E.U. Fue emitida a nombre de Tesla en 1900, el mismo año en el que Guglielmo Marconi también solicitó una patente de radio, que le fue rechazada inicialmente a criterio del propio examinador porque no creyó a Marconi cuando éste negó conocer previamente la investigación de Tesla. Pero en 1904 la oficina hizo un movimiento sorpresa y emitió una patente a nombre de Marconi, titulada “Aparato para Telegrafía Inalámbrica”, convirtiéndolo en el inventor de la radio. Tesla tuvo que ver cómo otra persona se hacía con la aclamación y el éxito comercial que rodeó a la invención de la radio.
Si Marconi había basado sus propios descubrimientos en los primeros trabajos de Tesla o había llegado subrepticiamente a las mismas conclusiones que éste, la “Gran Controversia de Radio”, junto con otras disputas de patentes como la que involucró a Alexander Graham Bell y Elisha Gray sobre la invención del teléfono, son un testimonio del volátil paisaje de propiedad intelectual en la América del siglo XIX.
Hay otros muchos casos, cuyos resultados plantean preguntas difíciles sobre la medida en que la originalidad de las ideas debe ser acreditada a sus propietarios. Malcom Gladwell exploró con entusiasmo esta premisa en su artículo de 2004 “Algo prestado”. Gladwell amplía meticulosamente el área gris que existe entre copiar ideas y crear algo totalmente nuevo a partir del trabajo de otra persona. ¿Quién lo hizo primero de verdad?, pregunta. O mejor aún, ¿es realmente justo reclamar el estatus de ser el único inventor de una idea, que a su vez puede haber sido subconscientemente recogida de alguien o de otra cosa? Esta es la conclusión de Gladwell: que ninguna persona tiene una única atribución de hechos y conceptos históricos, aunque la presentación de esos hechos y cómo se adaptan son una cuestión diferente.
Tal vez, por lo tanto, debería usarse una nueva definición de pionero: no se trata de ser el primero, sino que el público te reconozca como “el primero”.