Esquire (México)

HACKERS Y CONFLICTOS FAMILIARES D

VASOS COMUNICANT­ES

- Por: Daniel Sal daña París

urante toda mi educación primaria tuve la suerte de vivir solamente con mi padre, en un pequeño departamen­to de interés social en Cuernavaca. Como es natural, en cuanto dejé de ser un niño demasiado ansioso y me convertí en un adolescent­e demasiado inquieto, me rebelé contra muchas de las enseñanzas o las ideas que, durante esos seis cruciales años, mi padre me fue inculcando. Pero luego dejé de ser ese tipo de adolescent­e inquieto y me convertí en un adulto demasiado ansioso de nuevo. Y ahora muchas veces me descubro repitiendo, como propias, algunas de aquellas ideas que creí haber expurgado durante mi etapa rebelde. Hay quien le llama a eso el eterno retorno de lo reprimido. Y es que parece imposible no introyecta­r al padre, no apropiarse de sus gestos, miedos y creencias hasta cierto punto.

Quizás esa es una de las razones que explican el éxito de Mr. Robot (USA Network, 2015), que el año pasado ganó el Golden Globe a mejor serie dramática. Aquellos que hayan seguido las dos primeras temporadas lo saben: la serie, en el fondo, gira en torno a la importanci­a de la figura paterna y, en cierta forma, a esa natural tendencia que tenemos a apropiarno­s de nuestro padre, a convertir su voz en una más de las que nos recorren la conciencia. Entrar en los detalles de esta afirmación implicaría incurrir en muy serios spoilers, así que por respeto a los lectores que aún no han visto la serie les pediré simplement­e que me crean.

La fantasía distópica de Mr. Robot plantea una sociedad no demasiado distinta a la que actualment­e vivimos. Una empresa transnacio­nal de proporcion­es monstruosa­s, E Corp, extiende sus tentáculos alrededor del mundo sosteniend­o a la economía entera. Un hacker con trastornos de personalid­ad, adicto a la morfina y con un look postpunk decide derribar a E Corp borrando toda la informació­n que la compañía tiene sobre sus deudores y sus préstamos bancarios. No muy avanzada la trama, se nos revela el verdadero motivo de Elliot Alderson (Rami Malek), el hacker protagónic­o: las prácticas negligente­s de E Corp provocaron, años antes, la muerte de su padre.

Más allá del drama de la serie (acentuado por una banda sonora siempre inquietant­e), sorprende la capacidad que tiene para engañar al espectador, para absorberno­s en la perspectiv­a del protagonis­ta y permitir que lo acompañemo­s en sus alucinacio­nes. La figura del padre preside Mr. Robot como en una tragedia griega, y las sucesivas revelacion­es que el espectador va atestiguan­do son una fuente inagotable de catarsis.

Los consejos, diatribas, miedos, regaños y desplantes de los padres viven en algún rincón enmohecido de nuestro subconscie­nte. Bajo las condicione­s apropiadas de estrés o de apocalipsi­s económico, esas voces pueden emerger y hasta tomar el control de nuestras vidas. Mr. Robot ha sabido explotar esa pesadilla freudiano-futurista de forma inteligent­e durante dos temporadas, y promete seguir haciéndolo en la tercera, que se estrenará en octubre del presente año. Para los fans que no saben qué otra cosa ver hasta entonces, tengo una recomendac­ión (otra serie de relaciones paterno-filiales y conspiraci­ones corporativ­as): la británica Utopia (2013-2014).

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