HACKERS Y CONFLICTOS FAMILIARES D
VASOS COMUNICANTES
urante toda mi educación primaria tuve la suerte de vivir solamente con mi padre, en un pequeño departamento de interés social en Cuernavaca. Como es natural, en cuanto dejé de ser un niño demasiado ansioso y me convertí en un adolescente demasiado inquieto, me rebelé contra muchas de las enseñanzas o las ideas que, durante esos seis cruciales años, mi padre me fue inculcando. Pero luego dejé de ser ese tipo de adolescente inquieto y me convertí en un adulto demasiado ansioso de nuevo. Y ahora muchas veces me descubro repitiendo, como propias, algunas de aquellas ideas que creí haber expurgado durante mi etapa rebelde. Hay quien le llama a eso el eterno retorno de lo reprimido. Y es que parece imposible no introyectar al padre, no apropiarse de sus gestos, miedos y creencias hasta cierto punto.
Quizás esa es una de las razones que explican el éxito de Mr. Robot (USA Network, 2015), que el año pasado ganó el Golden Globe a mejor serie dramática. Aquellos que hayan seguido las dos primeras temporadas lo saben: la serie, en el fondo, gira en torno a la importancia de la figura paterna y, en cierta forma, a esa natural tendencia que tenemos a apropiarnos de nuestro padre, a convertir su voz en una más de las que nos recorren la conciencia. Entrar en los detalles de esta afirmación implicaría incurrir en muy serios spoilers, así que por respeto a los lectores que aún no han visto la serie les pediré simplemente que me crean.
La fantasía distópica de Mr. Robot plantea una sociedad no demasiado distinta a la que actualmente vivimos. Una empresa transnacional de proporciones monstruosas, E Corp, extiende sus tentáculos alrededor del mundo sosteniendo a la economía entera. Un hacker con trastornos de personalidad, adicto a la morfina y con un look postpunk decide derribar a E Corp borrando toda la información que la compañía tiene sobre sus deudores y sus préstamos bancarios. No muy avanzada la trama, se nos revela el verdadero motivo de Elliot Alderson (Rami Malek), el hacker protagónico: las prácticas negligentes de E Corp provocaron, años antes, la muerte de su padre.
Más allá del drama de la serie (acentuado por una banda sonora siempre inquietante), sorprende la capacidad que tiene para engañar al espectador, para absorbernos en la perspectiva del protagonista y permitir que lo acompañemos en sus alucinaciones. La figura del padre preside Mr. Robot como en una tragedia griega, y las sucesivas revelaciones que el espectador va atestiguando son una fuente inagotable de catarsis.
Los consejos, diatribas, miedos, regaños y desplantes de los padres viven en algún rincón enmohecido de nuestro subconsciente. Bajo las condiciones apropiadas de estrés o de apocalipsis económico, esas voces pueden emerger y hasta tomar el control de nuestras vidas. Mr. Robot ha sabido explotar esa pesadilla freudiano-futurista de forma inteligente durante dos temporadas, y promete seguir haciéndolo en la tercera, que se estrenará en octubre del presente año. Para los fans que no saben qué otra cosa ver hasta entonces, tengo una recomendación (otra serie de relaciones paterno-filiales y conspiraciones corporativas): la británica Utopia (2013-2014).