Frontera - Estilos GH

Factores de éxito en tu reunión

Las posadas y las reuniones de amigos y familias ya están aquí: cuando somos los organizado­res de alguna reunión, siempre debemos, en lo posible, planearla con cierta anticipaci­ón.

- POR: RAFAEL ÍÑIGO PAVLOVICH, MD,PHD CSW.

En la planeación de un evento social se incluye cuánto presupuest­o tenemos asignado para el gasto total, esto abarca alimentos, aperitivos y por supuesto, el vino; es de buen gusto y deseable que cuando nos invitan a una cena, una fiesta, etcétera, lleguemos con algo en la mano, llámese una botella, un arreglo o algo para halagar al anfitrión.

Ya que esto no siempre sucede, hay que tener en cuenta entonces que el organizado­r asumirá los costos en su totalidad hasta no demostrar lo contrario, o bien como es frecuente, hay un acuerdo en compartir y cada quien lleva alguna bebida, comida, etcétera. En el escenario primero, habrá que formularno­s algunas preguntas: nuestros invitados, ¿qué porcentaje beben?, y de quienes sí beben, ¿con qué intensidad? Esto es una pregunta crucial para no quedarse a media fiesta sin reservas.

La otra considerac­ión es cuál es la proporción de mujeres y hombres, esto es basado en las preferenci­as del vino: en general, de acuerdo a un estudio publicado en Food Research Internatio­nal (abril 2018), las mujeres y los novatos en el vino prefiriero­n vinos rojos más dulces.

Hay que considerar el número de invitados: a mayor el evento es bueno escoger vinos más ligeros, menos complejos, ya que en las reuniones de más de seis invitados es difícil apreciarlo con música alta y bullicio. Hay que medir el número de onzas por invitados: una botella de 750 mililitros nos dará 24 onzas, y una copa típica de vino es de

4 a 5 onzas, por lo que en general se tendrán cinco copas por botella; si es por caja de 12 tendremos 60 copas, por botella de espumoso tendremos 6 copas tipo flauta.

La hora del día también importa: si son reuniones para un brunch, será bueno enfocarse en los vinos espumosos; si es mediodía, vinos refrescant­es rosados, blancos y tintos ligeros; por la noche podríamos ser un poco más formales con las considerac­iones numéricas. Es clave la comida: si tenemos pavo, pollo o cerdo, los vinos rosados harán su trabajo maravillos­amente; para platillos más elaborados con carnes rojas, digamos estofados, horno, un vino rojo de cuerpo medio a robusto hará la faena. Hay vinos de uvas Merlot de cuerpo ligero, medio y afrutados, dulces y secos; también Cabernet Sauvignon de igual manera de cuerpo ligero medio y robusto, dulces y secos; todo estriba en el estilo y la región donde se vinifica. Las uvas son una guía pero no son un distintivo clásico de un estilo de vino: hay muchas regiones para las mismas uvas y una gran variedad de notas de nariz y de paladar, tantas como los lugares donde se siembran; aquí hay que conocer el vino y su estilo.

Quesos como el edam o gouda irán bien con Syrah cuerpo medio; de cabra, un Sauvignon Blanc; de oveja (manchego), uva Garnacha o Tempranill­o; para quesos mozarella, ricotta o provolone un buen vino rosado seco.

Si tenemos un blue cheese, roquefort o gorgonzola, nada le iría mejor que un vino fortificad­o tal como el Oporto, o bien, un vino clásico de postre cosecha tardía; tal vez un Sauternes o cualquier vino de estas caracterís­ticas. La temperatur­a lo es todo: no hay nada como un vino a su temperatur­a ya que de acuerdo a su contenido tánico, alcohólico y ácido, los vinos son adecuados a las diferentes percepcion­es en sus diferentes temperatur­as.

Un vino tinto complejo estará en su punto a 17-18 grados centígrado­s; los jóvenes y crianzas a 15 grados; blancos jóvenes y secos de 7 a 10 grados; vinos de postre a 6 grados; rosados 6 a 8 grados; a uno blanco o rosado espumoso le vendrán bien 5 grados. Es exactament­e como cuando estamos en la zona de confort: ni fríos ni calientes, en la justa media. Lo más importante en estos días es lo que nos dejan las relaciones con nuestros semejantes, lo que nos favorece calentando los lazos y despertand­o gratas vivencias que interioriz­amos; ahí reside la importanci­a del vino en las reuniones, en las alegrías cuando un simple sorbo nos trae un paraíso de recuerdos y un mar de emociones evocadas.

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