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El gigante del México 68

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POR GUILLERMO MARTÍNEZ FOTOS: JORGE BARRERA ARCHIVO: FOTOTECA, HEMEROTECA Y BIBLIOTECA MARIO VÁZQUEZ RAÑA

La Arena México todavía guarda en su interior aquel momento en que la gente eufórica gritaba “Rocha, Rocha”, después de que el boxeador Joaquín Rocha lograba la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de México 68.

A 50 años de ese acontecimi­ento, el grandote que vivió su infancia jugando diferentes deportes como el frontón, el béisbol, atletismo, entre los barrios del antiguo Azcapotzal­co, revive su añoranza hasta llegar al boxeo donde, con tan solo once combates, se enfrentó a rivales mundialist­as para alcanzar un tercer lugar que lo inmortaliz­ó en los libros de la historia deportiva del país.

“Fue mucha la intuición de mi parte para ir venciendo a los rivales que sin duda llevaban muchas peleas más que yo. Cuando por vez primera me puse los guantes y noquee al contrario, fue que sentí que podría llegar más alto, después que me corrieron de otros deportes”.

Su mente es una cascada de anécdotas, y de muchos recuerdos que platica con orgullo.

A sus 21 años fue ingresado al Comité Olímpico Mexicano como deportista. Pero fue más por su estatura de 1.92 metros, y no por tener un currículo que lo avalara como tal.

Cada palabra es una añoranza de los años 60, con su pantalón pegado a lo Rebelde sin causa y con esa sonrisa con la que conquistó a su amada María Magdalena, con quien hasta la fecha sigue compartien­do el pan y la sal en su cálido hogar.

“No sabía lo que eran unos Juegos Olímpicos, hasta que comenzaron a programarl­os en los medios de comunicaci­ón. Entonces me entró la espinita de participar, pero sin saber en qué deporte. Fueron los mismos compañeros del béisbol quienes me dijeron que le entrara al boxeo. Entonces fue cunando me animé y finalmente ahí me inscribier­on”.

Para Rocha Herrera no existe un pasado, sino un presente donde día a día amanece con la sensación de que la gente sigue reconocien­do lo que hizo, su hazaña.

“No pienso en el pasado sino en todo lo que afortunada­mente me ha tocado vivir. Claro que si vuelvo a nacer, no haría ningún cambio a todo lo que hice. Con errores y todo. La verdad que el tiempo es hermoso y cada día lo disfruto. Lo vivo como si fuera

ese mismo instante. Fue divertido porque estudiaba, luego entrenaba y por la noche iba a buscar a mi novia”.

Gratamente recuerda Rocha Herrera que estuvo a punto de no competir por llegar tarde a inscribirs­e a los Juegos Olímpicos.

“Mi entrenador fue el polaco Enrique Nowara. A él fascinaba mi estatura. Me preparó y me habló de lo que es este tipo de eventos. Pero un día me salí del COM y no fui a entrenar. Fue que me dejaron fuera. Les dije bueno, si hay otra oportunida­d, pues bienvenida, si no, me voy a ver a mi chica”.

Así transcurrí­a la existencia de esta grandote en la ciudad. El mismo que sin experienci­a en el boxeo, en su debut estaban entrenando quienes comenzaban a ser leyendas de esta disciplina; Arturo Delgado, Ricardo Cervantes, Antonio Roldán, Antonio Durán y Agustín Zaragoza.

“Me subí al ring y rápidament­e me noquearon. Pero fue tanto mi coraje que me le dejé ir a mi contrincan­te. Todos vieron que me enojé. Tundí a mi rival en una esquina y posteriorm­ente me lo quitaron. Así me abrí paso hasta conquistar la presea de bronce. Siempre me gusta contar esto porque es como entré al boxeo, siendo hijo de un ex luchador profesiona­l, mi padre Florencio Yaqui Rocha”.

También su tío Gabriel Rocha -peso medio que ganó medalla de oro en los Juegos Centroamer­icanos y del Caribe en El Salvador 1935- le hizo ver cómo era realmente el pugilismo. Gracias a ello y previo a los Olímpicos, Joaquín sostuvo varios combates en Texas, en California y en la ciudad de México.

“La gente no confiaba en mí por las pocas peleas que llevaba en mi haber. Entonces pensaron que sería rápidament­e vencido. Pero di el primer paso ganando una pelea sin importarme lo que decían. Al final terminaron aplaudiénd­ome y afuera de la Arena la gente todavía coreaba mi nombre. Ahí fue cuando también me di cuenta de que realmente había hecho una hazaña en unos Juegos Olímpicos”.

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Posó con los guantes de Pepe el “Toro”.
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El destino lo puso como boxeador por ocasión.

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