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Rafael Nadal, el dios de la tierra batida

- POR JOSÉ ÁNGEL RUEDA @ joseangelr­10

Los finales de mayo tienen el olor de la nostalgia de Roland Garros, aunque este año, como todo en la vida, sabe algo diferente. El evento francés se une a todo aquello que se quedó en el aire debido a la pandemia. Los organizado­res mantienen la esperanza de retomar las actividade­s en septiembre, pero en realidad nadie sabe si será posible, porque los torneos se amontonan en la parte final del calendario. La espera ha puesto en pausa ese rally entre Djokovic, Federer y Nadal por ver quién se queda con la corona absoluta en cuanto a Grand Slams se refiere.

Este torneo tenía mucho de especial, entre otras cosas porque la pista central Philippe Chartier, esa cancha donde precisamen­te Nadal ha construido su leyenda, estrenaría su flamante techo retráctil. Los organizado­res del Abierto de Francia lo pensaron para defenderse de su principal enemigo, la lluvia, pero la vida, como en las películas, siempre se encarga de inventarse nuevos villanos.

Ante la ausencia de tenis, las redes sociales se han valido de los apasionant­es recuerdos del deporte blanco. Hace apenas unos días, se cumplieron quince años precisamen­te del primer título de Rafa Nadal en Roland Garros. En el lejano 2005, el joven español derrotó al argentino Mariano Puerta, y a partir de ahí han sido pocos los que lo han podido detener.

Rafa acumula 12 trofeos en la tierra parisina, en 14 ediciones disputadas, como una imagen que se repite al infinito y que sólo encuentra diferencia­s en lo largo de su cabello. Más allá de los triunfos, es su marca la que deja ver su absoluto dominio, al ganar 93 de 95 partidos disputados. El mallorquín es el dios de la tierra.

Las formas en las que Nadal construye su juego enaltecen al tenis. Ese deporte que se construye de pequeños instantes. Los aficionado­s, bien recatados desde la grada, al ritmo de un silencio que sólo se quiebra una vez que el saque es bueno, observan el ir y venir de la pelota, librando apenas la red como enemiga, consciente­s de lo inminente del desenlace. El cúmulo de emociones se renueva constantem­ente, en cada punto concebido con vértigo. El secreto de Nadal está en correr más que nadie, en no dar una bola por perdida. Es común ver al zurdo español deslizándo­se por la tierra, apenas con el impulso de su fortaleza, como si en esos segundos fuera capaz de inventarse las claves de sus victorias.

Ver a la gente hacer las cosas que mejor sabe es extraordin­ario. Como si de pronto el destino y la suerte hubieran hecho explosión y de ahí surgieran los grandes personajes de este mundo. Resulta imposible imaginar a Rafa en otro contexto que no sea en una cancha de tenis, y si es de arcilla, mejor, aunque con los años ha demostrado que no le teme a ninguna superficie. Menos mal que hay variedad, de lo contrario, si todo se jugara en la tierra, tendríamos tal vez al deportista más determinan­te de la historia.

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