DIME QUÉ COMES Y TE DIRÉ QUÉ QUIERES
Sabores y aromas no sólo se relacionan con el gusto y el olfato, también hacen referencia a momentos y hablan de quiénes somos. Son una experiencia sinestésica, ya que activan todos los sentidos. ¿Quién puede disociar el sabor del chicharrón y el sonido que produce al morderlo? Los sabores se vinculan con situaciones previas o presentes. Evocamos el amor, pero evitamos el recuerdo de traumas. Ningún sabor es inocente, todos llevan algo consigo. Pero, ¿es verdad que lo que consumimos nos define? Como consumidores buscamos novedades, sabores diferentes con calidad visual en sus empaques; no nos gustan los errores. Valoramos la practicidad, nos inclinamos por lo healthy y apreciamos que las empresas nos ofrezcan productos nutritivos. Entre más sentidos se integren a una experiencia, los niveles de memorabilidad son más elevados, pues como dicen: de la vista nace el amor… o en este caso, el antojo. Aparece entonces el taste appeal, que bien aplicado es la clave para probar algo nuevo y enamorarse de él. Para lograrlo se necesita un buen manejo de las artes visuales y cumplir con porciones, tamaño y presentación; de generarse decepciones, la marca perderá un seguidor potencial. Se trata de asociar el producto con cosas positivas y promover sin rodeos sus cualidades. Al involucar los sentidos, las marcas generarán una experiencia completa, pues su producto sabrá y olerá a casa de la abuela o a Navidad. Una experiencia organoléptica se da cuando hay sincronía entre textura, apariencia, sabor y olor. Juntos envuelven los sentidos y se conectan con los cerebros límbico y reptiliano, rebasando al cerebro racional. Al final, sí somos lo que comemos.