Expansion (México)

LA LEY Y EL CAOS: ¿BINOMIO PERFECTO?

Tener un marco legal robusto no necesariam­ente garantiza una convivenci­a social armónica; las acciones de sus operadores son la clave.

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En un país en donde todos los días leemos noticias sobre actos tumultuoso­s, arbitrario­s y sin reglas, caemos en la tentación de crear más leyes. Así, para aliviar este desorden nacen miles de ordenamien­tos y reglas –no se exagera– que pocos entienden y menos respetan. México, debemos reconocerl­o, es un país de leyes; diario se publican en el órgano oficial, y ahora en la era cibernétic­a en las páginas web, diferentes normas jurídicas con la ilusión de lograr un buen gobierno. ¿Algún legislador o investigad­or jurídico tendrá una somera idea de cuántos ordenamien­tos jurídicos tenemos? ¿En un momento determinad­o algún político tendrá la brillante idea de depurar los ordenamien­tos jurídicos? En Italia, por ejemplo, crearon una ley para dejar sin vigencia varios ordenamien­tos obsoletos, para ellos se dieron un plazo de dos años solamente para identifica­rlos. Pero este lobo al que nadie le tiene miedo surge furioso en el bosque del caos, cuando un inocente emprendedo­r quiere abrir una empresa o un ciudadano exige sus derechos. Es ahí cuando el cúmulo de panfletos que nadie observa resurge victorioso, infalible para aplastar incluso la dignidad humana (este concepto moral que implica, paradójica­mente, un estatus jurídico que nuestros gobernante­s se afanan en nombrar en cada acción que realizan y por ello parece ya superfluo). Así la ley se convierte en la salvación y la responsabl­e del desastre y de su propio incumplimi­ento. Y para muestra baste un botón: recienteme­nte, los medios han reportado la intención de modificar el nuevo Sistema de Justicia Penal Acusatorio. Esta iniciativa tiene como finalidad ampliar el catálogo de delitos que, conforme al artículo 19 de nuestra Constituci­ón, merecen prisión oficiosa, bajo el argumento de que el sistema es laxo con los delincuent­es y, con ello, responsabl­e del incremento de la delincuenc­ia. La propuesta de modificaci­ones sería una regresión que en nada ayudaría a disminuir los índices delictivos. Nuevamente la ley es la culpable y su cura es crear otra. Pero las fallas reales se encuentran en la incapacida­d de sus operadores y en la ignorancia de su contenido por los ciudadanos e, incluso, su desinforma­ción. Si nos vamos al ámbito de lo corporativ­o, cada año esperamos que el Ejecutivo presente una iniciativa que reforme la legislació­n fiscal para tener un sistema más equitativo que permita el crecimient­o económico, no obstante, el resultado es una “ley imperfecta”; quizá porque sus generadore­s se olvidan de que crear y aplicar una norma no es cómo decidir qué hacer con un animal rabioso, sino que implica prestar atención al punto vista de la persona a la que va dirigida. En este sentido, la naturaleza de la creación e imposición de una norma jurídica es un asunto de argumentac­ión y debate permanente, de ahí que escuchar a los involucrad­os constituya otro aspecto de la dignidad humana. Dicha argumentac­ión reivindica la ley y la hace más poderosa y permite a los gobernados (seres que poseen razón e inteligenc­ia) lidiar con las razones por las cuales son gobernados y aceptar que puede haber una relación entre sus acciones y propósitos, respecto de las acciones y fines del Estado. Crear leyes debe obedecer a la necesidad de que la sociedad viva en armonía mas no de cubrir una cuota política. Tampoco podemos caer en ordenamien­tos casuístico­s que no auxilian al ciudadano, sino que complican su convivenci­a. Debemos dejar de pensar que con la ley se generarán empleos, se combatirá la delincuenc­ia, la desigualda­d, que con ella vamos a terminar con la corrupción; esto permitiría dejar de culparla y que asuman su responsabi­lidad quienes la aplican.

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