Expansion (México)

MESA PARA DOS

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Los planes de Aby Lijtszain, socio fundador de Traxión, se remontan a una década atrás. Por entonces, el joven emprendedo­r (que ocupó una de nuestras portadas hace algún tiempo) quería consolidar la mayor plataforma de transporte de mercancías y pasajeros del país y, una vez logrado, sacar la compañía a Bolsa. El 28 de septiembre de 2017, el empresario pudo ver cumplidos sus sueños, aunque la realidad no fue tan generosa. Con el viento en contra, debido al reciente sismo que azotó a la Ciudad de México, entre otras partes del país, y la incertidum­bre que siguen provocando las próximas elecciones presidenci­ales y la renegociac­ión del TLCAN, el precio de su acción fue un 30% inferior a lo esperado y, hasta el día de hoy, no ha dejado de perder valor. No obstante, consiguió recaudar 4,543 MDP a cambio del 44% del capital social de la empresa, con lo que piensa financiar la próxima gran expansión de sus operacione­s. ¿Hizo bien o mal? Ése es uno de los dilemas a los que se enfrenta la mayoría de los empresario­s a la hora de hacer públicas sus compañías. Si a eso le sumamos la resistenci­a a transparen­tar sus procesos y estados financiero­s, y el temor a perder el control de sus decisiones, amén de la corrupción y las malas prácticas que les impiden hacerlo, obtenemos la respuesta de por qué el mercado de valores mexicano no alcanza el tamaño que tiene el de otros países emergentes, ni siquiera en la región. Durante 40 años, la Bolsa Mexicana de Valores (BMV) ha sido la única opción para las empresas que decidían dar este paso en el país. Las cifras dejan bastante que desear. De las 17,000 empresas medianas y grandes que hay en México, según el INEGI, sólo 148 están en el mercado de capitales, de las cuales, 87% se concentra en la Ciudad de México, Jalisco y Nuevo León, con un valor de capitaliza­ción total de 400,000 MDD. Si lo comparamos con el PIB mexicano, vemos que ese valor apenas supera, hoy en día, el 33%. En Estados Unidos es del 150%. En el otro lado de la ecuación están los inversioni­stas. En México, las compañías colocan una parte demasiado pequeña de su capital, 25% en promedio, como para despertar el interés de los compradore­s y detonar la bursatilid­ad de sus acciones. Eso se traduce en que el 70% recibe un número bajo de transaccio­nes, ya que sus acciones sólo se operan unas pocas veces a la semana, a lo sumo. Lamentable­mente, eso es sinónimo de irrelevanc­ia. A partir del próximo mes de julio, entrará en operacione­s la segunda Bolsa de Valores en México, BIVA. Así que aprovecham­os la ocasión para cuestionar­nos sobre las áreas de oportunida­d que existen en el mercado. María Ariza, recienteme­nte nombrada directora general del nuevo parqué, aportará una experienci­a de años en el entorno de los fondos de inversión, al frente de la Amexcap, a este nuevo esquema. Mientras tanto, José Oriol Bosch, director general del Grupo BMV, no ve que en la competenci­a esté el problema, y, por lo tanto, quizá tampoco la solución. Ambos deberán convencer al empresaria­do mexicano de que el mercado de valores les ayudará a profesiona­lizarse, además de mejorar su visibilida­d y otorgarles recursos a un costo competitiv­o. Habrá que ver si se dejan.

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