JAVIER M. STAINES
Como si se tratara de una vorágine, el tiempo vuela a una velocidad imperceptible. Al unirse el consumo y la información, las pausas no se permiten.
¿De qué tenemos tanta prisa?
LO ÚNICO QUE PUEDE PASAR ES QUE SE AGOTE EL TIEMPO Y LLEGUE LO ÚNICO CIERTO: LA MUERTE.
Decía Séneca que la vida que recibimos no es breve, pero que la volvemos así; que somos maestros en el desperdicio de la misma. Que vivimos como si estuviésemos destinados a vivir para siempre y derrochamos el tiempo como si lo extrajéramos de una fuente abundante e interminable. En el siglo XXI tenemos mucha prisa. No sabemos exactamente por qué, pero vamos de prisa hacia todos lados. No es sorprendente que la actividad física de moda sea salir a correr, generar la adrenalina de la acumulación de kilómetros en el cuerpo, de perseguir algo incierto, de huir de algo cierto. Llevamos prisa. Lo dice con claridad Luciano Concheiro en Contra el tiempo. Filosofía práctica del instante (finalista del Premio Anagrama de Ensayo): “Cada etapa histórica se distingue por una manera particular de experimentar el tiempo. La nuestra es la época de la aceleración… No hay dirección, no se va a ningún lugar. Es un ciclo interminable cuyo único elemento constante es la aceleración”. Cierto. Vivimos en una época de inmovilidad frenética. Apenas unos días atrás, en uno de esos viajes memorables, tuve oportunidad de estar un par de días en el desierto de Wadi Rum, en el sur de Jordania, pernoctando en un campamento beduino, sin luz eléctrica, sin wifi ni señal telefónica. Llegué ahí cargando el estrés al igual que el Pípila cargó aquella pesada lápida, según cuenta la leyenda de la historia mexicana. Bastó un paseo en camello y la contemplación silenciosa de un atardecer que pinceló las tierras del desierto de todas las posibles tonalidades de rojo para darle la espalda a las presiones del trabajo y a la triste noticia de que se habían metido a nuestra oficina para robar todo nuestro equipo de cómputo, cámaras y demás herramientas imprescindibles. Allí ya no hubo deadlines. Ni ladrones. “Ir más rápido significa mayores ganancias”, explica Concheiro. Con el apetito insaciable de generar más ganancias, las que más se puedan y a la mayor velocidad posible, nos las hemos arreglado para que en estos tiempos de simultaneidad de la información y conexión remota sin pausas, estemos siempre disponibles para temas laborales y de negocios. Y para consumir, desde luego. Lo que sea, cuando sea, desde donde sea. Consumir vorazmente para otorgarle un par de gramos de sentido a nuestras vidas. Otra vez Concheiro señala que, para funcionar como lo hace, el consumo precisa de la permanente aceleración sin tomar pausas. Son gajes de la estrategia de la frecuencia de la percepción de lo obsoleto, queda claro que hoy se produce para que los objetos caduquen, no para que duren: aplica desde un auto hasta el smartphone que tienes ahora mismo en la mano, pasando por los zapatos que traes puestos y los mejores chilaquiles de la Ciudad de México que tendrías que haber probado ya. ¿Quieres mantener los ritmos de crecimiento y las exigencias de ganancia de tus socios o inversionistas? Acelera. Ve más rápido. No hagas pausa, no hay momento para eso. Vivamos apurados y en un frenesí consistente. Lo único que puede pasar es que se te agote el tiempo y llegue lo único cierto: la muerte. Cerremos con el filósofo rumano E. M. Cioran: “¿No ha llegado ya la hora de declararle la guerra al tiempo, nuestro enemigo común?”.