JAVIER M. STAINES
El reduccionismo es un arma letal: distrae la discusión de fondo y ensalza las meras ocurrencias.
Infoxicados y desilusionados
Mientras escribo estas líneas hay un trajín interminable en redes sociales sobre una marcha que busca la permanencia del proyecto aeroportuario en Texcoco. La avalancha satírica se vuelve trending topic en Twitter bajo el hashtag #Consignasparalamarchfifi. El desfile de burla es interminable: “Amigo, banquero, tu estabilidad está primero”. “De norte a sur, de este a oeste, venderemos nuestra patria cueste lo que cueste”. “Se ve, se siente, la oligarquía está presente”… Del otro lado, bajo el hashtag #ASÍNOAMLO, se escucha: “Los chairos creen que tienen patente de marchas y plantones”. “Con cacerolas porque vamos a hacer un escándalo, que escuche todo el país que NO vamos a permitir que AMLO y Morena gobiernen con ilegalidad”. “Hagamos sentir el apoyo nacional al NAIM. Somos más que ese ‘millón’ que votó en contra”. Fifís vs chairos. A eso hemos reducido la discusión en México. Cierto: ironía y sarcasmo no pretenden otra cosa que simplificar la realidad, y las arenas de las redes sociales son tierra fértil para el cruce de insultos y el propósito de la deslegitimación de quien no piensa como yo. En este país, igual que ocurrió en Estados Unidos a partir de la era Trump, quien está a favor de AMLO es un chairo, quien está en contra es un fifí. El reduccionismo es un arma letal: distrae la discusión de fondo y ensalza las meras ocurrencias, como si el que aviente la frase más simpática fuese realmente a aportar ideas, el elemento más ausente en estos juegos sumarios de buenos contra malos, y lo único que permite aportaciones que agreguen valor a las muchísimas necesidades y urgencias de nuestra nación. Mucho ruido, pocas nueces, justo cuando comienza la nueva administración. Los mismos que enarbolan banderas libertarias para defender los derechos de las minorías son quienes toman el lado extremista correspondiente del ring para descalificar a los adversarios, para propinar los insultos más severos posibles y etiquetar, con cualquiera de las palabritas mencionadas más arriba, el origen social o ideológico del oponente. Entiendo muy bien que, al menos una vez a la semana, escuche entre los más jóvenes que han puesto a descansar o dado de baja su perfil en alguna de las redes sociales con el fin de desintoxicarse del ruido en línea. Cuando les hago las preguntas pertinentes sobre estas decisiones de darse a la fuga –más temporales que definitivas–, la mayor parte me responde lo mismo: la inversión de tiempo en las redes les deja un sentimiento negativo. No sorprende. Lejos de fomentar empatía, lo que gobierna hoy en los muros y feeds de nuestras cuentas es causa directa de ansiedad e irritación. Nadamos en un océano de información cuyo flujo no da tregua. Cada día se vuelve más complejo hacer la labor de curación de lo que cruza, sin pausa ni tregua, nuestras pantallas: sobresaturación contaminada de fake news, de insultos y descalificaciones, de infoxicación incontrolable. Ante ello, muchos se someten ahora al detox digital. ¿Es efectivo? No lo creo. La desilusión espera paciente aquí afuera. Las redes son simples amplificadores de la realidad.
MUCHOS SE SOMETEN AHORA AL DETOX DIGITAL.