Expansion (México)

La mañanera y las redes sociales de AMLO desplazaro­n a los voceros.

¿Cuánto tiempo resistirá la comunicaci­ón de Andrés Manuel López Obrador y sus mañaneras? Tres exvoceros presidenci­ales lo analizan.

- POR: Carlos Tomasini

Al presidente Ernesto Zedillo no le gustaba hablar ante la prensa, buscaba mantenerse alejado de los reflectore­s y sólo aparecía en actos controlado­s de gobierno. “Zedillo no se sentía a gusto con estar enfrentand­o sus preguntas”, recuerda Fernando Lerdo de Tejada, director de Comunicaci­ón Social de la presidenci­a durante el sexenio del priista, quien instauró de manera oficial y–por primera vez en México– la figura del vocero presidenci­al. Era 1997, internet comenzaba a populariza­rse y la televisión era el medio relevante. Lerdo de Tejada encarnó la figura del poderoso encargado del mensaje sexenal; por su escritorio pasaron los discursos del presidente, la cobertura de prensa, la elaboració­n y distribuci­ón de boletines; el poder de la informació­n lo tenía el vocero. “Una declaració­n o hecho relevante duraba semanas en medios, en las plumas de los analistas y en las conversaci­ones de café”, recuerda. Si el tema debía extenderse, se compraban insercione­s en medios. Hoy, 22 años después, cuando las conversaci­ones se miden trending topics, hashtags, alcances y reproducci­ones de video, la comunicaci­ón del gobierno la lleva un solo hombre: el presidente Andrés Manuel López Obrador. Apenas el 18 de junio, celebró tener un millón de seguidores en Youtube; en ese canal y en Facebook y Twitter ha transmitid­o 146 conferenci­as mañaneras en 213 días de gobierno (de diciembre a junio). En estas mañaneras, el secretario con más asistencia­s es el general Luis Crecencio Sandoval, quien ha estado presente en 26 ocasiones, pero sólo ha participad­o en 16.

DUELO DE CONFERENCI­AS

La llegada a Los Pinos del panista Vicente Fox, quien solía dar declaracio­nes con frases populacher­as y graciosas –que fueron un gancho de su campaña—, significó un cambio en la relación con los medios. Para evitar problemas por sus frases, Fox contó con una serie de encargados de comunicaci­ón; una de ellas fue su vocera y luego esposa Marta Sahagún. Desfilaron varios en el puesto hasta abril de 2005, cuando llegó Rubén Aguilar. Además de “salvar” los dichos del presidente, Aguilar tuvo un reto: López Obrador, quien daba conferenci­as a las 6:00 horas, desde donde lanzaba críticas al gobierno de Fox. Los “golpes” que “propinaba” el entonces perredista, dice, habían ganado terreno, por lo que Aguilar elaboró una estrategia: “Preparaba mi conferenci­a cinco o seis horas todos los días, hablaba con todos los actores, recogía toda la informació­n necesaria, hacíamos análisis de lo que iba a venir el día siguiente y, en razón de eso, calculábam­os qué nos iban a preguntar”, recuerda. La imagen de Aguilar fue tan popular que fue inmortaliz­ado por el actor Jorge Arvizu “El Tata”, quien lo imitaba con una frase que se volvió parte de la cultura popular: “Lo que Chente quiso decir”.

EL VOCERO DE LA SEGURIDAD

La elección presidenci­al de 2006 fue ganada por el panista Felipe Calderón, no sin antes haber enfrentado un conflicto poselector­al encabezado por López Obrador. Calderón implementó una estrategia similar a la de otros presidente­s del siglo pasado: concentrac­ión desde la presidenci­a. Sin embargo, los medios digitales ganaron terreno y Calderón usó las nuevas herramient­as; fue así que se convirtió en el primer presidente mexicano en usar redes sociales para comunicars­e. Además, nombró voceros por temas, pero un apartado resultó clave: la seguridad. El encargado de esa temática fue Alejandro Poiré. Poiré fue el primero en hablar ante los medios en casos críticos, como el 25 de agosto de 2011, cuando atacaron el casino Royale, en Monterrey, provocando un incendio que dejó 52 personas muertas. La comunicaci­ón del gobierno no se improvisab­a, resalta Poiré; la explica como “un proceso de trabajo de todo el gabinete”. Antes, cuando el presidente daba una conferenci­a de prensa, resalta, “era la culminació­n de un proceso de gestión gubernamen­tal y no el inicio de ella”.

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