ECONOMÍA APARTIDISTA
La economía como ciencia social no tiene preferencias políticas. Puede haber economistas de uno u otro signo, pero todos ellos comparten un lenguaje técnico común, metodologías de investigación, herramientas de análisis y un marco conceptual que se enriquece cada día. Gracias a este conocimiento, China se convirtió, en pocas décadas, en una potencia mundial que ha sacado de la pobreza a cientos de millones de personas, la recesión de 2008-2009 no concluyó en una catástrofe global –como sucedió en 1929– y México pudo diversificar su actividad hacia la manufactura, el turismo y los servicios cuando dejó de ser un país competitivo en el mercado petrolero internacional.
Son ejemplos de cómo los economistas tienen una contribución esencial en las complejas sociedades modernas. No han descubierto la piedra filosofal de adivinar el futuro (sus predicciones casi nunca se cumplen), pero 244 años después de la publicación de La riqueza de las naciones, los sucesores de Adam Smith conocen bastante bien cómo se genera y se distribuye esa riqueza. También, por necesidad, saben cómo funcionan las crisis y cuáles son los mecanismos para restablecer la actividad después de una catástrofe económica. Los economistas de derecha y de izquierda del mundo han defendido que para detener un colapso económico por causa del coronavirus COVID-19 son necesarias decisiones radicales en políticas fiscal y monetaria. Piden olvidar los equilibrios fiscales y apoyar a ciudadanos y empresas a sostener niveles de liquidez que permitan mantener el empleo, el consumo y la inversión. Desde la academia, o desde los organismos multilaterales, sostienen que debe hacerse dando a los recursos públicos el mejor uso posible, evitando el derroche, los incentivos perversos o la corrupción. El gobierno mexicano decidió que el mundo está equivocado. Aplicará políticas mitigadoras, temporales, continuadoras de un Plan Nacional de Desarrollo diseñado cuando no existía una pandemia global, que podría costarle a México 10% de su producto bruto. Además, se nos dice que cuestionar esta tibieza en la respuesta a la crisis que se avecina, es hacer política y tomar partido en su contra. Que recomendar y pedir medidas económicas enérgicas es, en sí mismo, alinearse con los adversarios de su proyecto político. El gobierno mexicano puede cometer un error irreparable. Su lectura, vigente al cierre de la edición de esta revista, es fruto de la atribución a la economía de una función ideológica que no tiene, y puede hacer un daño extremo a nuestro país. La crisis que se avecina es, probablemente (y ojalá los economistas se equivoquen esta ocasión), la mayor que experimentaremos los mexicanos vivos. Tiene razón el gobierno en querer evitar una “privatización de los beneficios y una socialización de las pérdidas”. Por ello, se hicieron profundas reformas legales y regulatorias desde 1995 que crearon un andamiaje institucional que garantiza que se hagan bien las cosas. No solo eso: el gobierno tiene mayoría en las dos cámaras para garantizar que cualquier medida cumpla los requisitos necesarios. La omisión mayor en el plan gubernamental, junto con la negativa a endeudarse bajo un esquema de control y de orientación a la inversión productiva eficaz, es ignorar la vinculación profunda que existe entre la economía informal en que vive la mitad de la población (a la que se dirige el tibio apoyo anunciado), y la actividad formal de las empresas que pagan impuestos, salarios elevados y sostienen la competitividad de nuestro país. La economía informal legal se sustenta gracias a la existencia de las industrias legales. Comprendido ese vínculo, se entiende la emergencia que supone que las empresas formales no puedan sostener el empleo sin apoyos. Desde el diferimiento de pagos de impuestos y contribuciones de seguro social (que sí deben pagarse cuando pase el colapso económico), la apertura de un plan de garantías para créditos blandos para grandes empresas (un hotel vacío de Cancún no se sostiene con 25,000 pesos al mes) o manteniendo el plan de compras y adquisiciones del gobierno federal. Eso quisimos explicar en esta edición. Sería imperdonable que, por una visión ideológica que denosta la economía, los pobres de México olvidaran toda posibilidad de dejar atrás la miseria en una década perdida más.