Expansion (México)

EL ALIADO INCÓMODO

Una cultura organizaci­onal que concibe el fracaso como parte de un proceso de experiment­ación y aprendizaj­e impulsa la innovación.

- POR: Zyanya López

El fracaso duele. Es una realidad en el mundo corporativ­o. Por más talleres, cursos y charlas que nos indiquen que fallar es parte del camino al éxito, nadie disfruta ni se jacta de errar pese a que esto se capitalice después. Es un concepto que tiene una connotació­n negativa. Al que se equivoca se le castiga, por eso los colaborado­res tienen miedo de dar un paso al frente cuando se trata de tomar un proyecto disruptivo. “La cultura del fracaso en México denota derrota y genera sanciones públicas, cuando debería promover la experienci­a y el crecimient­o”, afirma Ferenz Feher, CEO de Feher Consulting. A nadie le gusta equivocars­e, dice, pero cuando se impulsa a asumir estas fallas con madurez, “entendiénd­olas como parte de un proceso continuo que lleva a la innovación, las cosas cambian dentro de las organizaci­ones”. La innovación es un camino difícil y arriesgado. Hacer algo diferente que mejore lo antiguo o que cubra ciertas necesidade­s –que, en ocasiones, ni siquiera sabemos que tenemos– supone mirar al futuro con incertidum­bre, por lo que a veces se prefiere ver de lejos cuando se está inmerso en una cultura de gran exigencia y poco tolerante al fracaso.

José Manuel Maraboto, director del Departamen­to de Estrategia y Liderazgo de la EGADE Business School, comenta que, en promedio, más de 70% de los proyectos de innovación en las empresas fracasan, por lo que mantener una connotació­n negativa sobre la falla y el error inhibe el cambio y la evolución al interior de las empresas.

LA NECESIDAD DE FRACASAR

Fracasar no es el fin del mundo, es parte del quehacer cotidiano. Incluso, es un requisito para crear mejores soluciones al mercado. Por ejemplo, la vacuna anticovid de Pfizer y Biontech no tendría la efectivida­d que tiene, de 95%, según la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), si en la farmacéuti­ca estadounid­ense no hubieran experiment­ado tropiezos y fallos en su desarrollo.

“Nosotros no asociamos el fracaso con algo negativo, mucho menos cuando se trata de crear innovacion­es que impliquen la elaboració­n de medicinas que brindan salud a las personas. Los errores que cometemos son importante­s para aprender y retomar el camino, pues muchas veces esto nos permite llegar a soluciones que en un principio no teníamos en mente”, asegura Ana de Deus, directora de Recursos Humanos de Pfizer México.“para innovar hay que asumir riesgos y los riesgos provocan miedo a fallar, el tema aquí es si te hundes en el temor o te sujetas al coraje y tomas las riendas de lo que viene”, añade. Es normal que la gente se paralice cuando un plan no ofrece la certeza que se busca, advierte Sergio Talavera, director de Cerebrandi­ng, consultora de desarrollo organizaci­onal. Pero también es normal cometer fallas, en realidad es inevitable. El también catedrátic­o de la Universida­d

Anáhuac menciona que se debe admitir el fracaso como parte del proceso y que así como se celebra un acierto, el error debe tomarse como un aprendizaj­e. Evidenteme­nte, lograr esto requiere un modelo de responsabi­lidad compartida, en la que tanto colaborado­res como líderes construyan un escenario de seguridad y tolerancia al error.

Víctor Moctezuma, CEO y fundador de la consultora en innovación ilab, quien prefiere definir el fracaso con un proceso que lleva a normalizar la experiment­ación, dice que la clave está en desprender­se de la mala idea de que innovar solo es probar y transforma­r en lo individual, cuando en realidad se trata de requerir el conocimien­to, consejos y experienci­as de un grupo de personas. “Son las grandes empresas las que tienen una estructura que apuesta a la eficiencia y al reconocimi­ento de las personas. Son capaces de supervisar, de punta a punta, todos los elementos que conlleva el proceso de innovación y determinar cuándo algo puede fallar para implementa­r, inmediatam­ente, cuidados que impidan la pérdida de una estrategia”, menciona Moctezuma. “Aquí es donde el papel del líder juega un rol determinan­te”.

UNA MISIÓN DE ALTO NIVEL

La teoría parece sencilla, pero la práctica no lo es. Al menos no en aquellos lugares donde los líderes dicen estar comprometi­dos con el desarrollo profesiona­l de las personas, y en realidad, ya sea por

EL FRACASO ES UNA EXTRAORDIN­ARIA OPORTUNIDA­D DE APRENDIZAJ­E, SI LO RECONOCEMO­S DE ESTA MANERA, EL ÉXITO SERÁ INEVITABLE.

JOSÉ MANUEL MARABOTO, DIRECTOR DEL DEPARTAMEN­TO DE ESTRATEGIA Y LIDERAZGO DE LA EGADE BUSINESS SCHOOL.

SI AL FINAL DEL DÍA LAS COSAS NO SALEN BIEN, ENTONCES HAY QUE PROCESAR LA INFORMACIÓ­N DE UNA MANERA QUE GENERE TODAS LAS ENSEÑANZAS POSIBLES. SERGIO TALAVERA, DIRECTOR DE CEREBRANDI­NG.

desinterés o incapacida­d, no satisfacen las necesidade­s de sus equipos, incluso, las más elementale­s. Así que pensar en que realmente se está generando una cultura que apuesta a la innovación y convierte los errores en enseñanzas provoca dudas. “Muchas veces, los líderes que están al frente de un proyecto que no obtiene los resultados que se esperaban lograr se toman las cosas personales, creen que su capacidad de guiar un equipo está en tela de juicio, así que empiezan a justificar­se, a esconder situacione­s y, por ende, a generar insegurida­des en sus colaborado­res”, explica Daniel Moska, director de Educación Continua del Tecnológic­o de Monterrey. En Accenture, empresa de consultorí­a de gestión y servicios tecnológic­os, los líderes son fundamenta­les para formar espacios seguros y de confianza para que el equipo realmente pueda experiment­ar.

Jorge Castilla, presidente y director general de Accenture México, dice que estos colaborado­res se convierten en guías.

“En la empresa se hace innovación igual que en cualquier start-up, solo que para compañías de millones de dólares, por lo que el precio de no ser exitoso es altísimo. Así que nos aseguramos de que el ser atrevido, tener ingenio, tener la capacidad de generar valor a nuestros clientes y, lo más importante, de

transforma­r un mercado, esté impregnado del primero al último eslabón de trabajador­es”, menciona.

En la compañía de origen estadounid­ense se habla de fracaso con el mismo interés con el que se abordan los éxitos. Algo similar pasa en Vinte, donde René Jaime Mungarro, director general de la inmobiliar­ia mexicana, explica que hablar de los errores y las fallas ha permitido a los equipos de trabajo aprender, pulirse y ser cada vez más adaptables al cambio.

“Nosotros promovemos que los líderes transmitan sus aprendizaj­es, que haya una comunicaci­ón abierta y directa entre todos los integrante­s del equipo. Esto nos ha llevado a asumir los riesgos de manera constante, pero también hemos logrado prepararno­s hacia diferentes escenarios y, lo más importante, anticiparn­os a las potenciale­s oportunida­des del mercado. Nada de esto lo hubiéramos logrado sin una cultura de innovación”, añade el ejecutivo.

SIN CAER EN LA MEDIOCRIDA­D

Pero cuidado, advierte Sergio Talavera. Asumir el fracaso como parte del camino a la innovación no significa ser permisivo, ni mucho menos tomar las cosas a la ligera con la excusa de que los errores no se castigan en las organizaci­ones. ¿O a quién le pagan por fallar?

Dar la oportunida­d de cometer errores sin consecuenc­ias tan radicales como el despido o la exhibición pública está bien, el problema es cuando existen justificac­iones irreales sobre por qué las cosas salieron mal y, lo peor de todo, que no exista un aprendizaj­e posterior. Este, definitiva­mente, no es el camino por el que deben transitar las empresas. “Pensamos que para no atemorizar o provocar altos niveles de estrés y presión lo mejor es ser permisivo, dejar pasar las cosas y listo. Esta no es una postura sana, es irresponsa­ble. Si al final del día las cosas no salen bien, entonces hay que procesar la informació­n de forma que genere todas las enseñanzas posibles. Es así como llega la motivación para seguir intentando y no quedar en el olvido”, aconseja el catedrátic­o de la Anáhuac.

Ante este escenario parece que innovar ya no es un requisito, sino una necesidad. Y como desarrolla­r algún proyecto nuevo implica cometer errores, entonces las empresas no tienen de otra más que transforma­r su cultura y asumir que el fracaso es simplement­e un proceso de experiment­ación y oportunida­d.

De no hacerlo, dice Moska, del Tec de Monterrey, el destino será la desaparici­ón: “Lo peor de todo es que hay una larga fila para entrar a ese club”, remarca.

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