Expansion (México)

REBELIÓN EN EL MINIBAR

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Hace casi 50 años, Robert Arnold tuvo una epifanía a 10,000 pies de altura. Mientras unos leían, otros dormían y algún pasajero quizás adivinaba formas en las nubes, este hotelero pensó que él también podía ofrecerle la minibotell­ita de whisky que tenía en sus manos a los huéspedes del Hilton en Hong Kong. El experiment­o de instalar minirefrig­eradores en las habitacion­es incrementó los ingresos de la propiedad 5% y convirtió a este gerente de alimentos y bebidas en una leyenda de la hotelería.

Mucho ha pasado desde 1974 y la invención de la caja de Pandora moderna que aloja nueces de la India, destilados miniatura, latitas de refrescos y el agua más cara del mundo. Lo que no sabíamos es que esa cajita refrigerad­a encerraba una lección: cómo vencer la tentación. ¿Habrá mayor lucha que tener un Toblerone minitoy al alcance y no poder comerlo? Si Edgar Allan Poe hubiera nacido un siglo después, seguro le habría dedicado un cuento al minibar y al huésped atormentad­o que lucha contra el deseo de comerse un triangulit­o de chocolate suizo. El sentimient­o ha permeado en la cultura pop en grandes momentos. Recordemos cuando Ross y Rachel de Friends quedan varados en una habitación en Las Vegas después de que este le pintara bigotes con un marcador indeleble y en represalia, ella acaba con los contenidos del minirefri. Lo sabemos bien, ese acto y prenderle fuego a billetes equivale a lo mismo. El placer de hacerse de lo prohibido y la risa que nos provoca el momento de ver la cara de terror de Ross ante el acto de ver a Rachel abrir una lata de nueces y escupirlas, es como si se le quitara el seguro a una granada de mano. Viajo mucho y durante estos paseos –por placer o por trabajo–, tengo muy claros momentos de rebeldía interna que hago en estos espacios. Los hoteles son el mejor espacio para hacerlos. Los placeres que resultan en desobedece­r las reglas infantiles se gozan al máximo en la adultez. ¿Quieres nadar después de comer? Hazlo. ¿Quieres comer en la cama un club sándwich mientras ves películas malísimas? Ya hasta te tardaste. ¿El rojo de latita de Pringles te provoca el mismo efecto que el capote a un toro de lidia? Ábrela, ¡ábrela! Si nos pusieran un casco que mida las frecuencia­s cerebrales mientras consumimos del minibar seguro arroja picos de felicidad. Hay que dejar que la oxitocina y la dopamina fluyan.

A punto de cumplirse un siglo, la invención de Robert Arnold ha tenido varios cambios. Sus estantes ya funcionan como una suerte de curaduría de productos locales. Desde aquel que busca snacks saludables, chocolates de pequeños productore­s, cervezas artesanale­s e incluso, alimentos sin gluten. Tengo varios favoritos, pero recuerdo con emoción el del Four Seasons de Madrid con un montón de dulces locales y el Etéreo en Riviera Maya, que más que un minibar es una minicantin­a, con todo lo necesario para preparar cocteles con solo destilados y licores mexicanos.

El nuevo lujo en la hotelería es también eso: ofrecer algo para todos. Desde el huésped que solo quiere una Coca Cola helada, hasta el que requiere una mascarilla para los ojos, distintos condones, champañas y juguetes sexuales. Viva pues el minibar, ese pequeño espacio que durante años estuvo prohibido, pero que hoy puede darnos un gustito. Uno carísimo, pero lo valemos.

Issa Plancarte es amante del té, del chocolate amargo y los dachshund. También es editora gourmet de Grupo Expansión y directora de Mexbest. Ilustració­n | ISTOCK

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