EL ERROR HISTÓRICO DE MATAR EL LIBRE COMERCIO
Últimamente, me ha tocado participar en charlas con analistas económicos, nacionales y extranjeros, que coinciden en que el mundo enfrenta uno de los momentos de mayor tensión geopolítica de los últimos 60 años. En lo que también están de acuerdo es que el consenso internacional en torno a las bondades del libre comercio ha desaparecido. Exfuncionarios de gobierno, directores de think tanks y economistas en jefe de prestigiados bancos internacionales anuncian “el final del final de la historia”, en referencia al famoso libro de Francis Fukuyama, quien en 1992 señalaba que la caída de la Unión Soviética, la globalización y la revolución tecnológica a través de internet abrían las puertas a una nueva época de oro para el mundo. Se suponía que el ancla de este gran paso de la humanidad hacia la nueva era de prosperidad serían los valores de las democracias liberales de Occidente, entre los cuales el libre comercio y el respeto al Estado de derecho jugarían un papel fundamental.
Durante los últimos 30 años, se generó un crecimiento económico importante a nivel mundial, si bien disparejo, el cual fue impulsado, entre otras cosas, por la explosión de internet y los lazos económicos entre economías –cercanas y distantes– a través del fenómeno de la globalización. Las décadas de los 90 y los 2000 fueron testigos de la proliferación de tratados de libre comercio (TLC) y acuerdos para proteger las inversiones (APPRI), que transformaron la manera en la que los países, tanto desarrollados como en vías de desarrollo, interactuaban con el fin de abrir nuevos mercados para sus productos y servicios.
La ‘fórmula’ ganadora, patentada en el laboratorio conocido como TLCAN, buscaba romper con la visión mercantilista del comercio que había imperado por décadas (¿siglos?) y que ahora buscaba no solamente eliminar aranceles, sino establecer reglas para garantizar el flujo de bienes y servicios a través de la liberalización y el fortalecimiento de los regímenes de inversión, propiedad intelectual, comercio de servicios, compras de gobierno y la eliminación de las barreras técnicas y sanitarias para asegurar que la normatividad cumpla con objetivos legítimos y no se utilice con fines proteccionistas.
México fue uno de los principales beneficiarios de este consenso internacional, al convertirse en una de las economías más abiertas del mundo, tras varias décadas de desarrollo estabilizador seguido de un régimen de sustitución de importaciones y sobrerregulación, medidas que, para principios de los años 80, habían demostrado ser fracasos rotundos. La creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 1995 coincidió con la entrada en vigor del
TLCAN y vino a consolidar una tendencia mundial en la que se creía que, ante la desaparición del mundo bipolar, la creciente interrelación económica y comercial entre los países generaría lazos permanentes que promoverían los valores democráticos y garantizarían la paz. Esta quimera empezó a desvanecerse con la crisis de las puntocom en 1998, la terrible guerra civil en la antigua Yugoslavia y la intervención de la OTAN en 1999, y se colapsó por completo con los actos terroristas del 11 de septiembre de 2001.
En paralelo a los grandes conflictos internacionales de los 2000, observamos la lenta pero creciente erosión de los apoyos a favor del libre comercio entre las principales economías del mundo, lo cual se tradujo en fracaso tras fracaso de las reuniones ministeriales de la OMC, primero en Seattle en 1999 y después en Cancún en 2003.
Mike Froman, ex-representante Comercial de Estados Unidos, no ve hoy en día un mundo bipolar o multipolar, sino más bien “polígamo”, en el cual los países llegan a acuerdos y alianzas inestables con múltiples países de manera simultánea. Un ejemplo de esta dinámica es la India, que busca fortalecer su relación económica con Estados Unidos, mientras que estrecha lazos con Irán y mantiene una relación de amor-odio con China. En opinión de Froman, esto hace que el mundo sea aún más volátil que en el pasado, y las principales economías del mundo tendrán que proceder con cautela, dado que se requerirá una política exterior mucho más sofisticada que la que aplicaba en la Guerra Fría, cuando por lo menos sabíamos a qué equipo pertenecíamos.
Una de las consecuencias de este río revuelto es, justamente, la pérdida de apoyo a favor del libre comercio, principalmente, en los países desarrollados. En lo que sí hay consenso en Estados Unidos, dentro del Congreso, en la administración Biden e, incluso, en el ‘cuarto de junto’ del sector privado, es en la percepción de que la era de los tratados de libre comercio ha llegado a su fin. Lo que pudimos confirmar en EU tras la llegada del presidente Biden al poder fue que la ofensiva en contra del libre comercio no fue una ocurrencia pasajera del presidente Trump. En realidad, Trump logró leer a la población estadounidense y sacarle jugo político a su rechazo de la globalización. Dicho rechazo está anclado en una premisa muy sencilla pero contundente: la globalización prometió prosperidad para la clase media, pero, actualmente, un porcentaje cada vez mayor de la población estadounidense considera que el sueño americano está desapareciendo, y que, por primera vez en casi un siglo, no hay garantías de que las nuevas generaciones tendrán el mismo grado de movilidad social que tuvieron sus padres o sus abuelos. Esto explica, en gran parte, la desaparición de la política comercial en la administración Biden, en la que el único objetivo de la Representante Comercial, Katherine Tai, ha sido utilizar las herramientas comerciales para perseguir objetivos laborales. En los últimos cuatro años, el liderazgo de Estados Unidos en el sistema comercial multilateral ha sido sustituido por tibias propuestas de cooperación regional, como la Alianza para la Prosperidad en las Américas y el Indo-pacific Economic Framework for Prosperity, entre otros. Por otro lado, Estados Unidos ha contribuido al debilitamiento de la OMC, a través del desmantelamiento de su Órgano de Apelación.
En la actualidad, el único mecanismo de integración regional de EU que cuenta con el respaldo de reglas comerciales duras y que garantizan el acceso a mercado es el T-MEC. En el corto plazo, esto no es necesariamente malo para México, ya que ante la negativa de Estados Unidos de negociar TLC se reduce la posibilidad de que otros países (entre ellos, los 27 integrantes de la Unión Europea) obtengan acceso irrestricto al mercado más atractivo del mundo y erosionen así nuestra ventaja arancelaria en EU. Algún sesudo analista internacional llegó a comentar que “México tiene suerte de estar adentro porque Estados Unidos está cerrando sus puertas con llave”.
Sin embargo, el abandono de los principios básicos del libre mercado que durante las últimas cuatro décadas guiaron la negociación bilateral y plurilateral de los TLC, así como el diseño de las reglas comerciales multilaterales, podría traer consecuencias funestas para la economía internacional en el largo plazo. El regreso a un nacionalismo económico, a través del cual el proteccionismo se justifica con el pretexto de la seguridad nacional, soberanía y autosuficiencia, es sumamente peligroso. Se trata de una película que ya vimos, en EU en los años 30 y en el México de los 70, y sabemos que termina mal.
En el caso de México, existe el riesgo de que, ante el regreso de una administración republicana en Estados Unidos, la política exterior de ese país no se detenga en su rechazo a la globalización, sino que cuestione los mecanismos de regionalización que tantos beneficios le han brindado a América del Norte.
La revisión integral del T-MEC en 2026 será la prueba de fuego para determinar si el siguiente gobierno estadounidense estará dispuesto a continuar con la visión de Biden respecto a Norteamérica; es decir, la noción de que la unión hace la fuerza y de que EU necesita a México y a Canadá para competir con éxito ante China. La alternativa sería deslizarnos hacia un futuro en el que Estados Unidos, contra toda lógica económica, abandone la construcción de una América del Norte integrada e imponga, por razones políticas y electorales, una nueva quimera en la que EU enfrente a China por sí solo. Hace algunos años, un escenario de esta naturaleza era impensable, pero debemos reconocer que, hoy en día y ante el final del final de la historia, la moneda está en el aire.
Kenneth Smith Ramos fue Jefe Negociador del T-MEC y ahora es socio en Agon Economía|derecho|estrategia.