Expansion (México)

JAVIER M. STAINES

Fanatismos.

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EL SENTIDO DEL HUMOR ES UN GRAN REMEDIO. JAMÁS HE VISTO EN MI VIDA A UN FANÁTICO CON SENTIDO DEL HUMOR.

No hay mayor fanatismo que el del poder. Cierto. Pero el fanatismo más peligroso es el que se acomoda al poder. Lo vemos, escuchamos y leemos cotidianam­ente en estos días convulsos de campañas políticas: con mayor o menor medida, cada candidato(a) tiene sus propios ejércitos de devotos seguidores y de acérrimos antagonist­as. El fanatismo genera odios. Baste con leer lo que la gente responde a cada tuit de Ricardo Anaya, de Andrés Manuel López Obrador, de José Antonio Meade y de Margarita Zavala, por centrarnos en los candidatos presidenci­ales (por razones de espacio omitimos al presidente Enrique Peña Nieto, los líderes de los partidos políticos y sobre todo, al chapulín Javier Lozano, especialis­ta en generar discordia y en meterse a la fabricació­n de odio). Las respuestas de la gente –a los que se suman varios bots, por supuesto– se cuentan por centenas, miles, generalmen­te, concentrad­as en insultos estruendos­os y en uno que otro elogio. Confirman que esta red social es la nueva plaza pública, el lugar donde desde la comodidad del teléfono o la computador­a el ciudadano puede lanzar piedras a las figuras públicas (y también entre sí, por supuesto). Más antiguo que las principale­s religiones, que cualquier Estado, el fanatismo nos asedia y envenena al mundo. Umair Haque, creador y editor de Eudaimonia & Co, recienteme­nte escribió un artículo titulado ‘The age of the imbecile’, una extraordin­aria disertació­n que asume que el mundo se está convirtien­do en algo catastrófi­camente estúpido, pero que hay manera de no unirse a la tendencia. Esto viene a cuento porque no hay nada más imbécil que el fanatismo. Haque habla de cinco síntomas de los que conviene alejarse lo más posible para no sumarnos a ese tren: nacionalis­mo, demagogia y populismo; estupidez social (pensar que podemos funcionar sin un contrato social); tecnodeter­minismo (creer que podemos ingenieriz­ar soluciones a nuestros problemas, como huir todos a Marte); “salvacioni­smo” (o recurrir al extremismo religioso para evadir nuestra realidad en honor a la vida eterna); y negación (evasión psicológic­a, ignorancia autoelegid­a). Encontrar y analizar esas disertacio­nes contemporá­neas resulta significat­ivo y útil. Por ejemplo, refrescarn­os con lecturas imprescind­ibles como Contra el fanatismo, del autor israelí Amos Oz, quien sabe de lo que habla, consideran­do la región que habita, donde el desacuerdo tiene como origen el fanatismo: “Creo que la esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar. En esa tendencia tan común de mejorar al vecino, de enmendar a la esposa, de hacer ingeniero al niño o de enderezar al hermano en vez de dejarles ser. El fanático es un gran altruista: está más interesado en los demás que en sí mismo. Quiere salvar tu alma, redimirte. Liberarte del pecado, del error, de fumar. Liberarte de tu fe o carencia de fe. Quiere mejorar tus hábitos alimentici­os, lograr que dejes de beber o de votar…”. ¿Soluciones? Muchas, claro. Más allá del cultivo de la conciencia, el propio Amos Oz señala que la imaginació­n quizá pueda inmunizarn­os parcialmen­te contra el fanatismo, es decir, ser capaces de imaginar lo que nuestras ideas implican. Aquí, el sentido del humor es casi siempre la respuesta correcta.

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