CONFESIONARIO EDITORIAL
Siempre he creído que los editores toman este espacio como una suerte de terapia y confesionario. Aún no estoy segura si el confesor es el lector o el papel, pero creo que es momento de empezar con mi primera confesión. Esta es mi primera carta editorial. Listo. Ya está y además por escrito. ¡Uf!, confesarse aquí se siente bien. Continuemos.
Aquí van un par de confesiones más. La primera es que me encantaría que prohibieran que los editores usen citas para ensalzar su carta editorial. Colegas, perdón si lo hacen, pero como alguna vez dijo Anthony Bourdain: “I don’t have to agree with you to like you or respect you”. La segunda confesión es que siempre recurro a la comedia cuando estoy nerviosa; ¿ven? Ahora nos vamos adentrando al modo de terapia en la carta editorial. Y ya que hemos creado un espacio seguro con un par de chistes y confesiones, les quiero platicar que este año fue complicado. En el encierro perdí un poco de motivación y de emoción. Creo que todos lo vivimos, y es importante hablar de ello, ¿no? La buena noticia es que siempre hay una luz al final del camino, y no quiero parecer vendedora de biblias —o de revistas—, pero, ¿qué creen? Esta edición trae una dosis de entusiasmo que le cae de maravilla a los desmotivados. Yo, por ejemplo, con el recuento que hicimos de los Gastro Hoteles de México, recordé lo mucho que me gusta viajar para comer, o comer para viajar (el orden de los factores no altera la dosis de felicidad) y me prometí hacerlo más seguido. Me reencontré con un poco de esa inspiración que perdí en el camino, gracias a Dominique Crenn y su lucha incansable por lograr el éxito a su manera. Y me entusiasmé al descubrir luchas políticas en trincheras inimaginables, como la decoración de un pastel.
En fin, espero que en estas historias y mis chistes de tía, ustedes también encuentren ánimo o entretenimiento momentáneo, que en tiempos como estos resulta tan necesario. Muchas gracias, terapeutas y confesores. Nos vemos en la próxima sesión.