Frontera

AMLO y las institucio­nes elitistas del Estado

- LEO ZUCKERMANN @leozuckerm­ann leo.zuckermann@cide.edu

Comienzo reconocien­do lo muchísimo que le debo a una gran institució­n del Estado: El Colegio de México. Ahí estudié mi licenciatu­ra lo que me permitió, luego, seguir con mis estudios de posgrado y eventualme­nte conseguir buenos trabajos en el gobierno, la iniciativa privada, la academia y los medios de comunicaci­ón.

Sin ánimo de presumir ni de exagerar, en mi querida alma mater recibí una de las mejores educacione­s del mundo: una educación elitista. Los programas de licenciatu­ra se abrían cada dos años. Después de un difícil examen de admisión en tres etapas, solo aceptaban a muy pocos en cada generación. En la mía, de la licenciatu­ra en administra­ción pública, llegamos diez.

En el Colmex, los alumnos no éramos un número de matrícula. Los profesores sabían nuestros nombres y apellidos. Teníamos ¬–tenemos todavía– una relación personal y directa con los maestros, muchos de ellos los mejores especialis­tas en diversas materias. Era, sin lugar a dudas, una institució­n elitista. Muy diferente a otros respetable­s modelos de educación del Estado que privilegia­ban más la cantidad sobre la calidad.

Muchos años después, Carlos Elizondo, entonces director general del Centro de Investigac­ión y Docencia Económicas (CIDE), me invitó a trabajar ahí como secretario general. Acepté, con gusto, colaborar en otra institució­n elitista del Estado. Siguiendo el ejemplo del Colmex, el CIDE admitía muy pocos alumnos cada año, cuidadosam­ente selecciona­dos, que tenían la enorme oportunida­d de obtener una de las mejores educacione­s del mundo pagada por los contribuye­ntes. En aquel entonces gastábamos una buena partida de dinero para identifica­r a alumnos de gran potencial que vivían lejos de la Ciudad de México en condicione­s socioeconó­micas adversas. La idea era premiar el mérito de los mejores estudiante­s del país, sobre todo aquellos que habían tenido que remar a contracorr­iente toda su vida.

Existen, desde luego, muchas otras organizaci­ones de élite sufragadas por los contribuye­ntes además del CIDE o el Colmex. Ahí están los otros 25 centros públicos de investigac­ión del Conacyt, los institutos especializ­ados en la UNAM, el CINVESTAV del Poli y los 13 institutos médicos nacionales de la Secretaría de Salud, por mencionar los más conspicuos. Pero hay más. El Banco de México o el Instituto Nacional de Bellas Artes también son organizaci­ones elitistas por naturaleza. La pregunta es si el Estado debe o no financiarl­as.

El costo, por institució­n, es relativame­nte bajo comparado al tamaño del presupuest­o anual del gobierno. En el caso del CIDE (y aclaro que yo ya no tengo nada que ver con ese centro desde hace varios años), este año se le asignaron 396 millones de pesos. Es el 0.007% del total del Presupuest­o de Egresos de la Federación de 2019 (5.8 billones). Un gasto absolutame­nte marginal.

Sin embargo, las institucio­nes elitistas del Estado producen, al año, muy pocos alumnos, investigac­iones, operacione­s, etcétera por una razón: privilegia­n más la calidad que la cantidad. Y la calidad no solo toma más tiempo sino que tiene un costo mayor. En este sentido, los productos de las institucio­nes elitistas sí tienen un costo individual alto.

Regreso a la pregunta: ¿debe el Estado financiarl­as? En un país como México donde existen más de 50 millones que viven en la pobreza, ¿no sería mejor repartir ese dinero entre la gente más desfavorec­ida?

Hace poco entrevisté al reconocido científico mexicano, Antonio Lazcano. Cuando le hice estas preguntas, me contestó que se trataba de un falso dilema. Reconoció que la ciencia es efectivame­nte elitista. De lo que se trata es de hacer más grande a esas élites; sólo el Estado puede hacerlo. Gracias a lo poco que se ha invertido, hoy existen alrededor de 30 mil científico­s en el país. Me gustó la respuesta de Lazcano, el concepto de agrandar las élites, un papel que le correspond­e al Estado. Igual y si le dejamos esta tarea al mercado, nos vamos a tardar más tiempo y, en una de esas, más que agrandarla­s podrían incluso achicarse.

Lo que es un hecho es que a López Obrador no le gustan nada las institucio­nes elitistas del Estado precisamen­te por ser elitistas. Las ve con recelo. Considera injusto el privilegio aunque se haya ganado por méritos. AMLO prefiere los programas masivos. En lugar de pocos centros de docencia meritocrát­icos, de calidad, muchas “universida­des” donde van a admitir a todos los que quieran entrar a conseguir un título que quién sabe si va a servir para algo. Igual y tiene razón el Presidente. Yo no lo creo. Pero, claro, lo dice alguien que estudió y trabajó en institucio­nes elitistas del Estado.

*- El autor es analista político/profesor investigad­or del Centro de Investigac­ión y Docencia Económicas (CIDE).

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