Frontera

MANGANITAS

- POR ARMANDO FUENTES AGUIRRE

“. Un torero llegó a su casa lleno de golpes y magulladur­as.”.

Su esposa le preguntó al verlo con tal desdoro:

“¿Acaso te cogió el toro?”.

“¡Nomás eso le faltó!”.

sus dictados. En cuestión de decisiones oficiales no vamos de mal en peor: estamos yendo ya de peor a pésimo. El plomero terminó de hacer su trabajo. La señora de la casa, mujer guapa que vestía sólo un negligé traslúcido, le pagó y le dijo luego, vacilante: “Hay algo más que quiero pedirle, pero no me atrevo”. “Usted dirá, señora” -respondió el plomero, interesado. Con mucha pena la mujer habló: “Mi marido es un hombre bueno, ¿sabe?, pero es señor de edad, y hay cosas que ya no puede hacer. Tiene ciertas limitacion­es físicas, usted me entenderá”. “La entiendo, señora” -respondió el plomero, excitado. Prosiguió ella: “Usted es joven, y se ve tan fuerte. Creo que podría hacer algo por mí, siquiera por una sola vez, que mi marido ya no está en posibilida­d de hacerme”. Exclamó, ansioso, el plomero: “¡Haré lo que sea, señora! ¡Lo que sea!”. “Muy bien -dijo entonces la mujer-. Mueva el piano y póngalo en este otro lado de la sala”. FIN. Jean Cusset, ateo con excepción de cuando escucha el segundo movimiento de la sonata Waldstein, de Beethoven, dio un sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siemprey continuó:

-Yo pienso que el infierno existe. Es un lugar terrible, de sombras y desolación, en el que Dios no está. Su ausencia es el tormento mayor para los condenados.

Dio un nuevo sorbo a su martini y continuó:

-Creo, sin embargo, que el infierno está vacío. No hay nadie en él. La misericord­ia de Dios es infinita, mayor aun que su justicia. Se compadece entonces hasta del peor hombre del mundo y le da una nueva oportunida­d para que abandone el mal y busque el bien. Jesús, Dios hecho hombre, murió por los hombres en la cruz. La muerte del Dios-Hombre nos redime a todos. Todos alguna vez nos encontrare­mos con Él. En eso reside nuestra esperanza. En eso se finca nuestra fe. En eso está su amor.

Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre.

¡Hasta mañana!... * El autor es licenciado en Derecho y en Lengua y Literatura Españolas, y cronista de Saltillo.

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