¡Noventa kilómetros por hora!
Un manada de berrendos se cruzó en nuestro camino en la pradera de Nuevo México. Siempre quise comprobar la rapidez del “velocista de la pradera” (colaboración anterior), y animado por los gritos de mis compañeros de aventura, no resistí la tentación de salirme del camino, lo cual está prohibido, para seguirlos y verificar su velocidad. En ese momento en particular, no recuerdo quienes me acompañaban, ya que subía y bajaba cazadores de acuerdo a las oportunidades de tiro. Pudieron ser Rogelio Sánchez Limón, Pedro Reyes Colín, Jorge Mario Mendoza Domínguez, José Sánchez Díaz o Jaime García Morán, ellos recordarán.
El hecho es que me salí del camino con la camioneta “Caravan” que habíamos rentado en Alburquerque, para cazar en el Norte del estado entre Ratón y Folsom, Nuevo México. Los antílopes se dividieron y pude meterme en medio de la estampida, con los animales a 25 metros del carro por ambos flancos. Por fortuna no encontramos una zanja porque ahí habíamos quedado tendidos. ¡Les veíamos claramente sus grandes ojos oscuros, sus lenguas de fuera y sus enormes fosas nasales abiertas con agitada respiración! Jamás olvidaré ese momento mágico de contacto cercano con el único antílope de América.
El velocímetro de la camioneta, monitoreado por todos, marcaba entre 55 y 57 millas por hora cuando, por
*El autor es investigador ambiental ENCERRADO.