Misión cumplida
El proceso electoral ha sido complicado y agotador Será la edad o será el sereno pero seguramente el escenario en el que tuvieron lugar las elecciones 2021 es causante de este esfuerzo adicional que se tuvo que hacer para llevar a buen puerto los comicios. He vivido desde dentro la organización de siete procesos electorales: tres presidenciales (2006, 2012 y 2018), tres intermedios federales (2009, 2015 y 2021) y uno local: 2019. Sin embargo, este 2021 tuvimos elecciones concurrentes por primera ocasión en la historia de Baja California.
Sin duda, los protocolos que hubo que instrumentar antes y durante la jornada electoral significaron un sacrificio mayor para todos los que participaron en la organización, preparación y desarrollo de los comicios. En ninguno de los procesos aludidos vi mayor dificultad para que los ciudadanos se integraran como capacitadores y supervisores electorales. En el distrito en el cual soy consejero distrital del Instituto Nacional Electoral (08 de Baja California), tuvimos que llevar a cabo siete convocatorias públicas. Pero si fue complicado contratar a todo el personal de apoyo, la reticencia de los ciudadanos insaculados a fungir como funcionarios de mesas directivas de casilla fue mayor.
La pandemia complicó aún más una parte central de la organización electoral: la ubicación de las casillas únicas. Algunos de los lugares tradicionales no pudieron ser utilizados. Hubo directores de escuelas que no respondieron y otros propietarios se negaron a que sus domicilios se utilizaran de nuevo. Esto dificultó aún más los trabajos preparativos.
La capacitación de los ciudadanos fue otro de los grandes desafíos del proceso electoral: a diferencia de otros años cuando los capacitadores acudían a los hogares de los ciudadanos seleccionados o cuando éstos podían asistir a instalaciones públicas, esto se tuvo que limitar y optar por lugares al aire libre. No siempre fue posible que los ciudadanos accedieran a acudir a otros sitios que no fueran sus domicilios. Fue una labor titánica de parte de los capacitadores y supervisores electorales.
La jornada electoral tuvo complicaciones derivadas de la cantidad de paquetes a recibir (628 en mi distrito) que por normatividad deben recibirse de manera ininterrumpida. Hubo paquetes que arribaron hacia las 6 de la mañana del lunes 7. Como sabemos cada acta debe ser “cantada” por el vocal ejecutivo de la junta, requisito absurdo pues a la 10ª. acta nadie pone atención, sobre todo cuando las diferencias entre primero y segundo lugar son tan pronunciadas. Otro tanto aconteció durante los cómputos distritales (recontamos el 92% de las casillas). Como se trataba de una elección concurrente, una gran cantidad de boletas fueron depositadas en paquetes equivocados, lo que obligó al intercambio entre el INE y el Instituto Estatal Electoral. El resultado: horas de trabajo extra por los protocolos minuciosos que se deben aplicar.
Al final, se cumplió el compromiso, pero considero que el costo humano es enorme e injusto. Debe haber necesariamente una reforma electoral que descargue al INE del exceso de atribuciones y la sobrecarga que genera no solo para el personal del Servicio Profesional, sino para quienes son contratados de manera temporal. En primer lugar, hay una sobrerregulación que se traduce en protocolos sumamente complejos; a eso se suman los tiempos perentorios de cualquier actividad, pero sobre todo la cantidad de documentación que se elabora (actas, acuerdos, supervisiones, etc.) todo en plazos que obligan al personal a no dormir por varios días. Claro, todo ello sin horas extras. En la base de la explicación está la desconfianza que obliga a un barroquismo procedimental anacrónico, con un desgaste brutal del personal.
Quien quiera realmente conocer lo que sucede en una elección lo puede vivir y observar en los 300 distritos. Muy lejos del glamour del órgano máximo. La sobrerregulación y excesivas atribuciones se resuelven en las juntas y consejos distritales. Pero considero que el trabajo se pudiera aligerar considerablemente. No es justo que el requisito para formar parte del servicio profesional sea prescindir de la vida privada. Hay mucha tela de donde cortar: avanzar hacia centros de votación, urnas electrónicas, voto adelantado y que la fiscalización y los procedimientos sancionadores pasen a ser atribuciones del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. En definitiva, hacer menos burocrático y más flexibles los procesos, entre otros cambios. Claro que se puede y se debe, espero que el Congreso los incluya en la próxima reforma electoral.
“Hay dos clases de economistas; los que quieren hacer más ricos a los ricos y los que queremos hacer menos pobres a los pobres.”
Hace un par de días volvimos a escuchar al presidente López Obrador, criticar a las personas que clasifica como de clase media, como si se tratase de un vicio o defecto que se debe cambiar y para lograrlo seguramente habrá que donar los bienes que se tenga, tirar el título universitario a la basura, desde luego nunca leer el periódico Reforma y vestir huaraches y ropa de manta para lograr la purificación.
La cita textual es la siguiente: “…pero un integrante de clase media, media-alta, incluso, con licenciatura, con maestría, con doctorado, no, está muy difícil de convencer, es el lector del Reforma, ese es para decirle: Siga usted su camino, va a usted muy bien, porque es una actitud aspiracionista, es triunfar a toda costa, salir adelante, muy egoísta. Ah, eso sí, van a la iglesia todos los domingos, o a los templos, y confiesan y comulgan para dejar el marcador en cero y luego el domingo, de nuevo lo mismo”, agregó.
Yo siempre pensé que un presidente de la República, en vez de dividir, debería unir a su sociedad, pero parece que es todo lo contrario.
Los orígenes de la clase media se remontan al siglo XVIII, en Inglaterra, donde la burguesía terrateniente, (“gentry”), empezaba a sobresalir por sus actividades en la industria, comercio o como nuevos profesionistas (abogados, doctores, ingenieros).
El surgimiento de la “gentry” fue posible gracias a las revoluciones liberales de ese siglo, a la pasividad de la aristocracia que se negaba a trabajar y generar riqueza, pues lo veían como algo denigrante, por lo que vino un estancamiento de esos capitales, que hizo que este sector siguiera creciendo en aspiraciones y en recursos económicos, logrando mover la economía y consiguiendo prerrogativas como poder votar en el Parlamento. Así surgen los primeros magnates que finalmente moverán las economías.
En la mayoría de las sociedades, la clase media es la que soporta la economía del país, pues son los que religiosamente pagan impuestos, tienen empleos formales o son propietarios de las mipymes, que representan el 90% de las empresas en el país.
En China, por ejemplo y a raíz de la apertura comercial, su clase media creció de 29 millones en 1999 (2% de la población) a casi 531 millones en el 2013 (39% de la población). En India, las condiciones de crecimiento son similares.
Este fenómeno tiene consecuencias políticas, pues las clases medias son más exigentes en sus demandas de infraestructura y servicios públicos, de mejoras institucionales y de un Estado de Derecho que funcione y se respete, por eso López Obrador los detesta pues no se conforman con sus frijoles con gorgojos como él lo llama.
Aunque leamos el Reforma, vayamos a misa o tengamos la fortuna de contar con un título universitario, no debemos ser odiados por un presidente que debe gobernar a 127 millones y no solo a los 31 millones que votaron por él.
Todos somos mexicanos y merecemos respeto, en especial de quien juró respetar la Constitución, esa que consagra precisamente nuestros derechos humanos básicos.
Consecuentemente, cualquier país que aspire a mejorar, debe implementar políticas públicas y modelos de gobierno que permitan el crecimiento económico y social de su clase media.
Sin embargo, y tratando de explicar las derrotas que tuvo su partido en algunas zonas de clase media en el país, el presidente Lopez Obrador arremetió contra esta, acusándola de “aspriacionista”, egoísta y con deseo de triunfar a todas costa, haciendo una comparación con la gente que sí votó por su partido, definiendo a esta como “gente del pueblo” que ahora percibe mas dinero del presupuesto (que pagamos lo de la clase media a través de nuestros impuestos), argumentando que estos últimos votaron a favor de su partido porque se dieron cuenta de que otro México si es posible.
El presidente termina acusando a los medios de haber manipulado a esta clase media a través de campañas de desprestigio a su gobierno, olvidándose que el triunfo arrollador que tuvo en 2018 se debió a que una parte muy significativa de esta clase media que votó por él.
En el mismo discurso, el presidente incluye expresiones que mistifican la pobreza, haciendo sentir como un acto de deshonestidad el pertenecer a la clase media, criticándola por poseer títulos universitarios o por aspirar a mejorar su situación y la de su familia.
Paradójicamente, el discurso de campaña y la ideología original del presidente era que la desigualdad social se combatía mejorando la situación de los que menos tienen, donde una sociedad mas igualitaria sería aquella en la que hubiera mas clase media y menos gente en los extremos de opulencia y miseria, por lo que es difícil de entender que ahora critique lo contrario, poniendo como requisito el dejar de tener para convertirnos en mejores personas.
La diferencia entre una ilusión y una aspiración es la educación y el trabajo, donde el deseo de logro tiene que ir acompañado de la búsqueda de la superación personal. En ese sentido, un modelo de buen gobierno apoya a sus gobernados, pero no les resuelve la vida.