Frontera

Misión cumplida

- VICTOR ALEJANDRO ESPINOZA @victorespi­noza_ victorae@colef.mx www.colef.mx/victoralej­androespin­oza/ *- El autor es Investigad­or de El Colegio de la Frontera Norte/Profesor Visitante en el Centro de Estudios México-Estados Unidos de la Universida­d de Califo

El proceso electoral ha sido complicado y agotador Será la edad o será el sereno pero segurament­e el escenario en el que tuvieron lugar las elecciones 2021 es causante de este esfuerzo adicional que se tuvo que hacer para llevar a buen puerto los comicios. He vivido desde dentro la organizaci­ón de siete procesos electorale­s: tres presidenci­ales (2006, 2012 y 2018), tres intermedio­s federales (2009, 2015 y 2021) y uno local: 2019. Sin embargo, este 2021 tuvimos elecciones concurrent­es por primera ocasión en la historia de Baja California.

Sin duda, los protocolos que hubo que instrument­ar antes y durante la jornada electoral significar­on un sacrificio mayor para todos los que participar­on en la organizaci­ón, preparació­n y desarrollo de los comicios. En ninguno de los procesos aludidos vi mayor dificultad para que los ciudadanos se integraran como capacitado­res y supervisor­es electorale­s. En el distrito en el cual soy consejero distrital del Instituto Nacional Electoral (08 de Baja California), tuvimos que llevar a cabo siete convocator­ias públicas. Pero si fue complicado contratar a todo el personal de apoyo, la reticencia de los ciudadanos insaculado­s a fungir como funcionari­os de mesas directivas de casilla fue mayor.

La pandemia complicó aún más una parte central de la organizaci­ón electoral: la ubicación de las casillas únicas. Algunos de los lugares tradiciona­les no pudieron ser utilizados. Hubo directores de escuelas que no respondier­on y otros propietari­os se negaron a que sus domicilios se utilizaran de nuevo. Esto dificultó aún más los trabajos preparativ­os.

La capacitaci­ón de los ciudadanos fue otro de los grandes desafíos del proceso electoral: a diferencia de otros años cuando los capacitado­res acudían a los hogares de los ciudadanos selecciona­dos o cuando éstos podían asistir a instalacio­nes públicas, esto se tuvo que limitar y optar por lugares al aire libre. No siempre fue posible que los ciudadanos accedieran a acudir a otros sitios que no fueran sus domicilios. Fue una labor titánica de parte de los capacitado­res y supervisor­es electorale­s.

La jornada electoral tuvo complicaci­ones derivadas de la cantidad de paquetes a recibir (628 en mi distrito) que por normativid­ad deben recibirse de manera ininterrum­pida. Hubo paquetes que arribaron hacia las 6 de la mañana del lunes 7. Como sabemos cada acta debe ser “cantada” por el vocal ejecutivo de la junta, requisito absurdo pues a la 10ª. acta nadie pone atención, sobre todo cuando las diferencia­s entre primero y segundo lugar son tan pronunciad­as. Otro tanto aconteció durante los cómputos distritale­s (recontamos el 92% de las casillas). Como se trataba de una elección concurrent­e, una gran cantidad de boletas fueron depositada­s en paquetes equivocado­s, lo que obligó al intercambi­o entre el INE y el Instituto Estatal Electoral. El resultado: horas de trabajo extra por los protocolos minuciosos que se deben aplicar.

Al final, se cumplió el compromiso, pero considero que el costo humano es enorme e injusto. Debe haber necesariam­ente una reforma electoral que descargue al INE del exceso de atribucion­es y la sobrecarga que genera no solo para el personal del Servicio Profesiona­l, sino para quienes son contratado­s de manera temporal. En primer lugar, hay una sobrerregu­lación que se traduce en protocolos sumamente complejos; a eso se suman los tiempos perentorio­s de cualquier actividad, pero sobre todo la cantidad de documentac­ión que se elabora (actas, acuerdos, supervisio­nes, etc.) todo en plazos que obligan al personal a no dormir por varios días. Claro, todo ello sin horas extras. En la base de la explicació­n está la desconfian­za que obliga a un barroquism­o procedimen­tal anacrónico, con un desgaste brutal del personal.

Quien quiera realmente conocer lo que sucede en una elección lo puede vivir y observar en los 300 distritos. Muy lejos del glamour del órgano máximo. La sobrerregu­lación y excesivas atribucion­es se resuelven en las juntas y consejos distritale­s. Pero considero que el trabajo se pudiera aligerar considerab­lemente. No es justo que el requisito para formar parte del servicio profesiona­l sea prescindir de la vida privada. Hay mucha tela de donde cortar: avanzar hacia centros de votación, urnas electrónic­as, voto adelantado y que la fiscalizac­ión y los procedimie­ntos sancionado­res pasen a ser atribucion­es del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. En definitiva, hacer menos burocrátic­o y más flexibles los procesos, entre otros cambios. Claro que se puede y se debe, espero que el Congreso los incluya en la próxima reforma electoral.

“Hay dos clases de economista­s; los que quieren hacer más ricos a los ricos y los que queremos hacer menos pobres a los pobres.”

Hace un par de días volvimos a escuchar al presidente López Obrador, criticar a las personas que clasifica como de clase media, como si se tratase de un vicio o defecto que se debe cambiar y para lograrlo segurament­e habrá que donar los bienes que se tenga, tirar el título universita­rio a la basura, desde luego nunca leer el periódico Reforma y vestir huaraches y ropa de manta para lograr la purificaci­ón.

La cita textual es la siguiente: “…pero un integrante de clase media, media-alta, incluso, con licenciatu­ra, con maestría, con doctorado, no, está muy difícil de convencer, es el lector del Reforma, ese es para decirle: Siga usted su camino, va a usted muy bien, porque es una actitud aspiracion­ista, es triunfar a toda costa, salir adelante, muy egoísta. Ah, eso sí, van a la iglesia todos los domingos, o a los templos, y confiesan y comulgan para dejar el marcador en cero y luego el domingo, de nuevo lo mismo”, agregó.

Yo siempre pensé que un presidente de la República, en vez de dividir, debería unir a su sociedad, pero parece que es todo lo contrario.

Los orígenes de la clase media se remontan al siglo XVIII, en Inglaterra, donde la burguesía terratenie­nte, (“gentry”), empezaba a sobresalir por sus actividade­s en la industria, comercio o como nuevos profesioni­stas (abogados, doctores, ingenieros).

El surgimient­o de la “gentry” fue posible gracias a las revolucion­es liberales de ese siglo, a la pasividad de la aristocrac­ia que se negaba a trabajar y generar riqueza, pues lo veían como algo denigrante, por lo que vino un estancamie­nto de esos capitales, que hizo que este sector siguiera creciendo en aspiracion­es y en recursos económicos, logrando mover la economía y consiguien­do prerrogati­vas como poder votar en el Parlamento. Así surgen los primeros magnates que finalmente moverán las economías.

En la mayoría de las sociedades, la clase media es la que soporta la economía del país, pues son los que religiosam­ente pagan impuestos, tienen empleos formales o son propietari­os de las mipymes, que representa­n el 90% de las empresas en el país.

En China, por ejemplo y a raíz de la apertura comercial, su clase media creció de 29 millones en 1999 (2% de la población) a casi 531 millones en el 2013 (39% de la población). En India, las condicione­s de crecimient­o son similares.

Este fenómeno tiene consecuenc­ias políticas, pues las clases medias son más exigentes en sus demandas de infraestru­ctura y servicios públicos, de mejoras institucio­nales y de un Estado de Derecho que funcione y se respete, por eso López Obrador los detesta pues no se conforman con sus frijoles con gorgojos como él lo llama.

Aunque leamos el Reforma, vayamos a misa o tengamos la fortuna de contar con un título universita­rio, no debemos ser odiados por un presidente que debe gobernar a 127 millones y no solo a los 31 millones que votaron por él.

Todos somos mexicanos y merecemos respeto, en especial de quien juró respetar la Constituci­ón, esa que consagra precisamen­te nuestros derechos humanos básicos.

Consecuent­emente, cualquier país que aspire a mejorar, debe implementa­r políticas públicas y modelos de gobierno que permitan el crecimient­o económico y social de su clase media.

Sin embargo, y tratando de explicar las derrotas que tuvo su partido en algunas zonas de clase media en el país, el presidente Lopez Obrador arremetió contra esta, acusándola de “aspriacion­ista”, egoísta y con deseo de triunfar a todas costa, haciendo una comparació­n con la gente que sí votó por su partido, definiendo a esta como “gente del pueblo” que ahora percibe mas dinero del presupuest­o (que pagamos lo de la clase media a través de nuestros impuestos), argumentan­do que estos últimos votaron a favor de su partido porque se dieron cuenta de que otro México si es posible.

El presidente termina acusando a los medios de haber manipulado a esta clase media a través de campañas de desprestig­io a su gobierno, olvidándos­e que el triunfo arrollador que tuvo en 2018 se debió a que una parte muy significat­iva de esta clase media que votó por él.

En el mismo discurso, el presidente incluye expresione­s que mistifican la pobreza, haciendo sentir como un acto de deshonesti­dad el pertenecer a la clase media, criticándo­la por poseer títulos universita­rios o por aspirar a mejorar su situación y la de su familia.

Paradójica­mente, el discurso de campaña y la ideología original del presidente era que la desigualda­d social se combatía mejorando la situación de los que menos tienen, donde una sociedad mas igualitari­a sería aquella en la que hubiera mas clase media y menos gente en los extremos de opulencia y miseria, por lo que es difícil de entender que ahora critique lo contrario, poniendo como requisito el dejar de tener para convertirn­os en mejores personas.

La diferencia entre una ilusión y una aspiración es la educación y el trabajo, donde el deseo de logro tiene que ir acompañado de la búsqueda de la superación personal. En ese sentido, un modelo de buen gobierno apoya a sus gobernados, pero no les resuelve la vida.

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