El debate sobre el debate
En muy raras ocasiones los debates entre candidatos son determinantes para el desenlace electoral, salvo que se encuentren en un virtual empate técnico en las intenciones de voto, lo cual no es el caso en la disputa por la presidencia entre Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez. Y, sin embargo, hace tiempo que no se generaban tantas expectativas como las que observamos respecto a la confrontación entre candidatas que tendrá lugar este domingo.
Varios factores provocan este inusitado interés. Uno, el clima de polarización en el que vivimos; la política se ha convertido en tema pasional incluso en el ámbito familiar y social, ya no digamos en el de las redes sociales. No se si la politización en sí misma sea mayor que antes, probablemente sí. Pero, sobre todo, la info entretenimiento que se ha impuesto en las redes sociales convierte a los escándalos y los memes de la campaña en material de consumo de amplios públicos, no necesariamente militantes o con posturas políticas específicas.
Dos, para lo que valga, se trata de la primera confrontación presidencial entre dos mujeres y, desde luego, una de ellas será la jefa del Estado mexicano los siguientes seis años. Un elemento de interés adicional para una parte de la opinión pública que no necesariamente sigue estos temas.
Tres, para la oposición es la última tabla a la cual aferrarse para mantener viva la esperanza de que todavía es posible modificar lo aparentemente inevitable. Para su desgracia, las encuestas se han mostrado indeclinables en la tendencia que otorga una amplia ventaja a Sheinbaum. Ningún atisbo de que vaya a cambiar en 50 días lo que no ha variado en seis meses. Siguen separándolas entre 17 y 30 puntos, según la encuesta que se consulte, pero ninguna de las empresas serias muestra que la distancia esté disminuyendo. De allí la importancia desmesurada que el equipo de Xóchitl ha depositado en esta confrontación: la esperanza de que suceda un descalabro de Claudia de tal magnitud que rompa inercias y convenza a millones de haber vivido con la marca equivocada.
Contra todas estas esperanzas hay, sin embargo, una realidad. Los debates son seguidos, sobre todo, por los más interesados en la política que, a su vez, normalmente tienen asumida una preferencia previa. Pero ese no es el “target” al que quisieran llegar los candidatos en esta ocasión. Es a los indecisos y poco involucrados en el seguimiento de noticias y en general de la cosa pública. Pero se trata de un sector que no suele sintonizar los debates o lo hace brevemente.
Por eso es que lo verdaderamente importante en términos mediáticos no es el debate sino el postdebate. Es allí donde está la verdadera batalla. La manera en que los incidentes de la confrontación serán recogidos en diarios, noticieros de radio y televisión, programas de opinión, columnas y redes sociales. Trascenderán las valoraciones que unos y otros hagan del desempeño de los contendientes, los trending tópics de extractos supuestamente brillantes o, más probable, pasajes poco lucidores o deplorables.
Cierto, los especialistas harán balances concienzudos sobre los aspectos sustanciales de lo que platearon los candidatos. Pero, por desgracia, lo que terminará haciéndose viral serán los comentarios ingeniosos, burlescos o humillantes que la comentocracia formal e informal hará respecto a una expresión, un gesto, un atuendo. Cualquier cosa que alimente el anecdotario para la satanización pronta y fulminante.
Por ello es que los candidatos enfrentan el duro desafío no solo de preparar los temas de fondo definidos para esta primera mesa. También deben conjurar el riesgo de que una frase mal interpretada, una sonrisa fuera de lugar, una ironía mal entendida termine convirtiéndose en su peor pesadilla.
En ese sentido, el reto es distinto para las dos candidatas. Ambas tienen fortalezas y debilidades invertidas. Xóchitl Gálvez tiene a su favor el hecho de ser oposición, lo cual ofrece un enorme material para echar en cara a la candidata oficial. El poder desgasta y genera cuestionamientos entre la población que la abanderada del PRIAN habrá de explotar a fondo. Del otro lado, su desventaja en las encuestas y la necesidad de dar un campanazo a cualquier costo la obligarán a tomar enormes riesgos. Ya lo mostró en la polémica y contraproducente escena de firmar con sangre su compromiso con los programas sociales. Tendrá que ser agresiva para, con suerte, sacar a Sheinbaum de sus casillas o al menos hacerla ver mal, pero el riesgo de lucir excesivamente pendenciera, vulgar o poco presidencial está a la vista. Adjetivos que, justamente, son los que le echan en cara a López Obrador sus malquerientes.