Frontera

Trabajar para vivir

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"Ah chingao. Ah chingao.". El padre Arsilio oyó a un sujeto repetir esas palabras una y otra vez en el interior del templo. Fue hacia él y le dijo que no debía pronunciar tales vocablos en la casa de Dios. "Perdone, señor cura -se disculpó el tipo-. Pero mire usted. Yo soy blanco. Mi esposa también lo es. Y sin embargo acaba de dar a luz un bebé negrito". Dijo entonces el padre Arsilio: "Ah chingao. Ah chingao.". En mi libro de lectura del segundo año de primaria venían estos aleccionad­ores versos: "De la suerte nunca esperes / ni dinero ni ventura. / Trabaja, niño, si quieres / ser dueño de una fortuna". Desde entonces, y por el ejemplo de mis padres, supe que el trabajo no es maldición que pesa sobre el hombre como castigo por su culpa, según declara el texto bíblico, sino bendición que pone pan en su mesa y dignidad en su persona. Por eso me sorprendió en mala manera la expresión de Claudia Sheinbaum cuando dijo que es falso que si no se trabaja no se puede tener un buen nivel de vida, y dio a entender que el apoyo del Gobierno hace innecesari­o el tener que trabajar. Estarán de acuerdo con la candidata oficialist­a esos que dicen: "Con que cómanos, bébanos y cójanos, aunque no trabájenos". Hay religiones que consideran a la riqueza obstáculo para ganar la bienaventu­ranza eterna, y postulan que el dinero es "el estiércol del diablo". Otras, en cambio, ven en el éxito económico el premio que la divinidad otorga a quien trabaja, y miran en el dinero bien ganado la justa recompensa al esfuerzo y talento de quien lo consiguió. Una de las virtudes del trabajo consiste en que es liberador. "El que te mantiene te detiene", reza una sabia máxima. Durante siglos la mujer que se estaba en su casa -"como la escopeta: cargada y en un rincón"- dependía de su marido para comer y para la alimentaci­ón de sus hijos. Así, era como sirvienta de él, su sierva en muchos casos, y se veía en la necesidad de sufrir calladamen­te abusos y maltratos. El trabajo la liberó, y le dio no sólo personalid­ad, sino sentido de la dignidad frente al varón. Lo manifiesta la resignada queja de un sujeto cuya esposa ya no se le sujetó: "Desque mi mujer trabaja, de pendejo no me baja". Por supuesto eso no es lo procedente. Lo que debe ser es que ambos esposos compartan los gastos que origina la manutenció­n del hogar y de la prole, lo mismo que los trabajos que con ella vienen. Don Felipe Sánchez de la Fuente, caballeros­o señor que honró con su ser y su saber la rectoría de la Universida­d de Coahuila, reprobaba el uso de la expresión "mercado del trabajo", y señalaba que el trabajo no es una mercancía: es una extensión de la persona humana, y el medio de que ésta dispone para hacer mejor el entorno en que vive y superarse él mismo. La degradació­n que del trabajo hace la señora Sheinbaum da a ver su ideología estatista, paternalis­ta, populista, y la presenta como partidaria de ". Mejora el cine mexicano.".

Es cierto el dato que citas, y es justo que al cine alaben, pues últimament­e saben más ricas las palomitas.

esos nocivos sistemas políticos

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