Frontera

Humor dominical

- *- El autor es licenciado en Derecho y en Lengua y Literatura Españolas, y cronista de Saltillo.

Don Algón, libidinoso ejecutivo, logró después de insistir mucho que Loretela, atractiva dama pelirroja como Maureen O'Hara y dueña de misterioso­s ojos grises como los de Capucine, enhiesto busto como el de Jayne Mansfield y caderas unánimes como las de Marilyn Monroe, aceptara acompañarl­o a un hotel de playa. En la habitación número 210 la mujer se despojó de la peluca, los pupilentes y los rellenos de borra y gutapercha que le daban semejanza con aquellas bellísimas actrices. A la mirada de consternac­ión del salaz magnate respondió Loretela: "Usted también dio un nombre falso en la administra­ción". La madama que regentaba el lupanar se molestó al oír que un cliente recién llegado al establecim­iento decía de sus pupilas que eran "más feas que un coche por abajo y con más años que dos pericos juntos". "Señor mío -le dijo con ofendida dignidad-. Recuerde que nuestra profesión es la más antigua del mundo". "Lo sé -admitió el sujeto-. Pero no esperaba hallar aquí a las fundadoras". "Beso a usted las manos, señorita". Eso le dijo don Sinople, caballero de los de antes, a la linda chica de opulentos y muy visibles encantos delanteros. Y añadió en seguida: "Claro, como segunda opción". Himenia y Solicia, maduras célibes, visitaron el museo de la ciudad. El guía les mostró una estatua de Apolo sin la consabida hoja de parra, y que mostraba todos los miembros en reposo, y les informó: "La estatua que ahora vemos es de la época helenístic­a, y pertenece al período bajo". Himenia le comentó al oído a su amiga: "La del período alto ha de estar más interesant­e". El juez le leyó al reo la lista de los delitos que había cometido (el reo, no el juez): "Fraude. Fraude. Fraude. Atentado contra la moral.". "Sí, señor juez -reconoció el sujeto-. El dinero no lo es todo en esta vida". (Decía este amigo mío a quien no sé si calificar de cínico o realista: "El dinero no compra la felicidad, pero ayuda a conseguir el género de infelicida­d más agradable"). Doña Temosa era mujer de opiniones terminante­s. No toleraba que la contradije­ran. Cierto día recibió la noticia de que su esposo había sido llevado a un hospital. "No me sorprende -declaró-. Siempre le decía yo: 'No fumes'. He ahí las consecuenc­ias de ese funesto y letal vicio". "No fue al hospital por eso -le informaron-. Lo atropelló un ciclista". Manifestó doña Temosa: "Segurament­e iba a comprar cigarros". La señorita Peripalda, catequista, les hablaba a los niños acerca del Juicio Final. Les dijo con tono apocalípti­co: "Entonces será el llanto y el crujir de dientes. A quienes no tengan dientes les será proporcion­ada sin costo una dentadura postiza para que la crujan. En presencia de todas las naciones un ángel hará la relación de todos los pecados que en vida cometimos, y entonces sabremos si nuestra postrimerí­a será el gozo de los bienaventu­rados en el Cielo o el eternal tormento de los condenados a las penas del infierno". Pepito alzó la mano: "¿Habrá clases ese día?". Grande fue la iracundia de doña Macalota cuando al llegar a su casa sorprendió a su esposo don Chinguetas duchándose en compañía de la joven y bien constituid­a mucama de la casa. Al verlos la señora prorrumpió en dicterios. Don Chinguetas le reprochó: "Nosotros tratando de ahorrar

“. Suena el tema musical de Álvarez Máynez.”.

En atrasada nación de ineducados y rotos se pueden conseguir votos por medio de una canción.

agua y tú insultándo­nos". El gerente del hotel hizo poner dos letreros en la suite nupcial de modo que los recién casados pudieran leerlos. El primero, puesto en la cabecera de la cama, decía: "Bienvenido seas, feliz novio". En el otro se leía: "Bienvenida seas, feliz novia", y estaba en el techo. Un voto por Morena es un voto contra México. FIN.

El Señor hizo a la tortuga.

Primero hizo a la hembra, y en seguida al macho.

Cuando el macho vio a la hembra inmediatam­ente fue hacia ella. De hecho cuando todos los machos vieron a sus hembras inmediatam­ente fueron hacia ellas. No lo hicieron por propia voluntad: ése fue el designio del Señor, quien dio placer al acto del amor como atractivo para perpetuar la vida. Para que perpetuara­n la vida -él es la vida- el Señor hizo a todas sus criaturas.

Fue, pues, la tortuga macho hacia la hembra, y ambos hicieron lo que los machos y las hembras hacen.

El Señor, sin embargo, aún no había autorizado tales juntamient­os. Llamó a la tortuga hembra -el macho se escondió en su carapacho- y le preguntó, severo:

-¿Qué hiciste? Respondió la tortuga, atribulada:

-No me lo explico, Señor. ¡Todo sucedió tan rápido!

¡Hasta mañana!...

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