DE ROUNDS Y CINE
Alfonso Cuarón construye un reflexivo drama sin precedentes que indaga hasta lo más hondo de su infancia en Roma.
Jason Momoa es Aquaman, Alfonso Cuarón dirige Roma, Emily Blunt revive a Mary Poppins y Michael B. Jordan boxea bajo la piel de Adonis Creed.
Las huellas que habitan esa fascinante guarida de la memoria, casi siempre resguardan algo de alegría, pero también sombras de dolor. Emprender el viaje a los recuerdos se traduce en una experiencia poblada de contrastes, que en el caso de Alfonso Cuarón le ayuda a imprimir habitualmente dentro de su filmografía el factor de la travesía como un acto emocional. En Roma, su película más personal e inmersiva, el cineasta mexicano de 57 años toma como punto de inspiración a su nana Libo para repasar con inmaculados planos en blanco y negro los, a veces cotidianos, a veces convulsos, años 1970 y 1971, a través de los ojos de Cleo (Yalitza Aparicio), una trabajadora doméstica que además de cumplir a plenitud con sus demandantes tareas, funge como bastión afectivo al interior de una familia de clase media de la emblemática colonia Roma. Provista del espectacular diseño de producción a cargo de Eugenio Caballero (ganador del Oscar por El laberinto del fauno), Roma no sólo es la gran adquisición de Netflix que finalmente le puede dar todos los premios que anhela —ya se alzó con el León de Oro en Venecia—, sino también un vuelco de emociones sobre personas invisibles y un México lleno de claroscuros.
Roma representará a México en los Premios Oscar 2019, siendo el rival a vencer en la categoría de Mejor Película Extranjera.