BOYS DON’T CRY
Se volvió tendencia por su papel en La casa de las flores. ¿La polémica le sigue los pasos o viceversa? Darío Yazbek, el Actor Revelación en la reciente entrega de los Premios GQ Hombres del Año, lo aclara.
Prácticamente, le llega una notificación por segundo. Contesta con rapidez un mensaje entrante, antes de dejar a un lado el teléfono y concentrarse en la plática. “No sé si sea una cosa muy millennial, pero en ocasiones me pregunto si lo que hacemos los actores realmente es importante”, asegura mientras se acomoda en la silla art decó de la oficina y mira de reojo —por última vez durante la siguiente casi media hora— su celular. “Eso sí, La casa de las flores fue un parteaguas muy grande para mí”, aclara. Su personaje de Julián de la Mora ha sido un éxito gracias a esa complejidad emocional y sexual que ha generado polémica en ciertos sectores no acostumbrados a la tendencia mundial de eso que los antiguos llamaban te- levisión. “Nunca me dio miedo que el papel resultara escandaloso, al contrario, siempre supe que me la iba a pasar muy bien haciéndolo”, asegura. No se equivocó: fue arropado por Verónica Castro, Cecilia Suárez y el director Manolo Caro. Juntos enfrentarán el desafío de la segunda temporada de la serie: “Tengo algo de temor por saber si se repetirá el éxito, pero somos un equipo muy fuerte y eso me tranquiliza”.
Sobre su hermano, el histrión Gael García (comparten mamá, la actriz Patricia Bernal), Darío Yazbek sonríe al recordar lo que él le dijo recientemente: “Lo que estás haciendo está poca madre y es muy divertido”.
Sin embargo, el andar del actor nacido en 1990 no ha sido fácil. “No me fui por el camino ortodoxo; estuve en Londres estudiando teatro en la Goldsmith University y fue complicado. Cuando decía que era mexicano, sospechaban de mis intenciones ocultas (ríe)”. ¿Pues qué hacías? Le pregunto. “Nada, escuchaban cosas raras de México y me tenían miedo en ese sentido”, afirma, ahora muy serio. Antes de irrumpir con su papel como bisexual en la serie de Netflix, Darío ya había probado las mieles del escándalo con películas como Daniel y Ana (Michel Franco, 2009), en donde se tocó el tema del incesto en un contexto violento. “No sé si la polémica me siga los pasos; más bien, los personajes interesantes son los que me llaman”, asevera y revela que le encantaría incursionar en Hollywood: “Ya veremos, creo que sí se pueden hacer cosas interesantes por allá”.
Sospechamos que lo lograría si se lo propone porque —además de que su biografía de Twitter dice: “Al infinito y más allá”— para él, es básico “parar y escuchar, ver, dejar que la intuición me guíe. Las respuestas están ahí, sólo hay que saber escuchar y buscarlas dentro de uno mismo”. Sí, Yazbek ha sabido seguir las instrucciones de su voz interior, pues antes del histrionismo, quería dedicarse a la política. “Me desencanté al ver que entre ser político y actor, no hay diferencia, todo se trata de una actuación. Aunque hay mandatarios jóvenes como Trudeau o Jacinda Ardern, la Primera Ministra de Nueva Zelanda, que
están haciendo las cosas más sinceras y más humanas”, reconoce. En 2019, veremos al actor que no quiso ser político en la película Mano de obra. También está filmando su proyecto personal como director, el cortometraje Espina enterrada, donde aborda los conflictos de la masculinidad contemporánea. “Es un tema que siempre me he planteado”, confiesa, “siempre me he sentido como un hombre que no era hombre, es decir, que no cumplía con las expectativas de serlo. Los hombres somos como queremos ser, justo igual que la canción ‘Boys Don’t Cry’, de The Cure, que es una gran referencia. ¿Los chicos no lloran? Claro que sí, y también tenemos muchas emociones”, afirma el fan confeso del Tottenham de Inglaterra, “uno de los amores de mi vida”, reconoce, aunque también afirma —con cierta solemnidad— que “el mejor equipo de futbol de México son los Pumas”.
Terminamos la charla y él (además de retomar el romance con su celular) se entabla en una pequeña discusión pambolera con su agente de prensa, quien mueve la cabeza con desaprobación. Al despedirnos, casi podría jurar que debajo de su camisa, Darío traía puesta su playera auriazul de los de la UNAM.