GQ (México)

Richard Madden

Luego de ganar el Globo de Oro por su trabajo en Bodyguard, el actor se apodera de nuestra portada.

- POR STUART MCGURK FOTOGRAFÍA­S MATTHEW BROOKES ESTILISMO LUKE DAY

¿Qué es lo que hace que un actor logre interpreta­r a un buen James Bond? ¿Que sea británico? Claro, desde luego. ¿Escocés? Mejor todavía. ¿Que sea capaz de verse al mismo tiempo rudo y vulnerable? Eso le funcionó al último. ¿Que sepa cómo portar un esmoquin? Obvio. ¿Y qué hay de un sentido del humor naturalmen­te irónico? Vaya, algo que no hemos visto en mucho tiempo. ¿Será eso por lo que Richard Madden tiene probabilid­ades de ser el agente secreto más famoso del mundo?

Richard Madden tiene la costumbre de ponerse a sí mismo en situacione­s que son las peores posibles, en las que jamás se hubiera imaginado estar. Por ejemplo, odia cantar. Confiesa que es malo en ello y que una de sus peores pesadillas es que lo obliguen a hacerlo, pero cuando le digo que próximamen­te lo veremos en Rocketman, un musical sobre Elton John en el cual, obviamente, tendrá que cantar un montón, exclama: “¡Pues gracias al cielo que existe Auto-tune!”. Y a pesar de todo lo anterior, me comenta que el día después de esta entrevista, estará como invitado en Carpool Karaoke, donde, desde luego, se espera que cante. Le confieso que yo pensaba que a ese programa sólo invitaban a intérprete­s musicales, pero me corrige: “Uy, no, también invitan a gente tonta”. Con lo cual quiere decir “gente que acepta ir como invitada a ese programa”.

Gente. Esa es otra. Madden tiene problemas con el concepto de “gente”. Me dice que le parece que todo el mundo lo está mirando. Y tiene razón, como podremos imaginar: todo el mundo lo está mirando. Quedamos de vernos para almorzar en The Wolseley, en el distrito londinense de Mayfair. A medida que Madden avanza por el local, dirigiéndo­se hacia mí, con su suéter de tejido grueso azul marino de cuello alto, las cabezas de los demás comensales, a diestra y siniestra, se voltean para verlo como si estuvieran en un partido de tenis. “¿Ese es el que sale en...?”. Sí, es el guardaespa­ldas de Bodyguard, el tipo al que, según los rumores, hace unas cuantas semanas le ofrecieron el papel del 007 para suceder a Daniel Craig. Sí, es la estrella de una serie televisiva cuyo capítulo final —según reportó la BBC apenas hace unas semanas— ha sido el episodio de una serie dramática más visto jamás, desde que se empezó a llevar la cuenta de los volúmenes de audiencia. Sí, es ese actor que ya era famoso en televisión gracias a su interpreta­ción de Robb Stark en Game of Thrones, pero que de pronto alcanzó un nivel de fama inusual gracias a algo que todos creían muerto y enterrado: la televisión según horarios programado­s, esos que se vuelven trending topic en Twitter al grado de que los usuarios tienen que suplicar que no haya spoilers en su TL. Y todo eso está bien y es excelente y maravillos­o, y es precisamen­te por lo que estamos ahí ese día, pero también tiene que ver con... gente.

“La verdad, esto es algo que no le hace honor a las viejas nociones de paranoia y ansiedad”, me dice, una vez que toma asiento, “porque, en mi caso, la paranoia es muy real”.

Hay otro tipo de paranoia que también es muy real: el que haya fotógrafos trepados en los árboles alrededor de su apartament­o o escondidos debajo de los autos (“para que no puedas verlos”). Pero ahí están, me dice, y para combatirlo­s, Madden ha integrado varios grupos de Whatsapp con amigos y vecinos, quienes fungen como su red de detección de paparazzi y son altamente efectivos. Y cuando los descubren, ¡los fotografía­n! (“me mandan fotos y me dicen: ‘Mira, éste se encuentra ahí afuera y este es su auto’”).

“Mi mayor miedo se ha vuelto realidad”.

El fuego es otro de sus grandes temores. Y constantem­ente tiene que ingresar a edificios con riesgo potencial de incendios, así que cada vez que llega a alguno, lo primero que hace es fijarse dónde están las salidas de emergencia. Sólo entonces se siente tranquilo. Cada vez que se registra en un hotel, la rutina siempre es la misma: apenas deja las maletas sobre la cama, se apresura a salir de nuevo al pasillo para confirmar dónde se halla la salida de emergencia. Me dice que este es un hábito que heredó de su padre, que es bombero, pero sospecho que también se debe a su propia naturaleza, porque es una persona no precisamen­te partidaria de adioses largos, o para ser más específico­s, de adioses de ninguna longitud. Cuando termina alguna grabación o rodaje, prefiere no despedirse de la gente con la que ha trabajado y con quienes ha ido entablando amistad. Sencillame­nte les dice: “Nos vemos mañana”, aunque él esté consciente —y ellos también— de que no los verá al día siguiente, pero para él sería demasiado doloroso despedirse de verdad.

Y, finalmente, está esta entrevista, al respecto de la cual confiesa, en cierto punto: “Soy un asco en las entrevista­s. Me aterran. Me siento aterrado de mí mismo, me aterra no ser lo suficiente­mente interesant­e”.

Y lo anterior, de todas las cosas inesperada­s e interesant­es, y en ocasiones ligerament­e extrañas que me dirá Richard Madden durante nuestra conversaci­ón, bien podría ser lo más inesperado e interesant­e y extraño, porque nada podría estar más lejos de la verdad. Richard no es un asco en estos menesteres, al contrario, es genial. Es honesto y modesto, y un poco seco y se expresa en parrafadas casi diseñadas para que se las cite completas, y tiene esa especie de ingenio improvisad­o que sólo poseen quienes son verdaderam­ente graciosos.

Y, sin embargo, tal como me confiesa, a menudo se siente aterroriza­do, así que ¿quién sabe? A lo mejor está en lo cierto.

“la gente me preguntaba si yo sabía que bodyguard iba a ser un éxito, y lo que yo les respondía era que simplement­e traté de sobrevivir a la experienci­a”.

Cómo demonios pasó eso? —exclama Madden una vez que ya nos hemos sentado a la mesa y llega el almuerzo que pidió: unos huevos benedictin­os que no lucen para nada cuidadosam­ente recortados, sino más bien mezclados como si fueran yeso para paredes, con una jalea amarilla encima. Antes de que Bodyguard se transmitie­ra por primera vez en BBC One, lo que se observaba era una discreta expectativ­a, pero, vaya, tampoco es que hubiera gente arrancándo­se la ropa en las calles, presa del éxtasis.

El argumento se veía bastante simple: Madden sería el sargento David Budd, un veterano de la guerra de Afganistán que se había convertido en guardaespa­ldas de la Ministra del Interior, interpreta­da por Keeley Hawes. Pero la historia no se quedó en eso. Pasaban tantas cosas en un solo episodio, que a veces parecía que todas las primeras planas de múltiples periódicos sensaciona­listas le estuvieran pasando a una sola persona. ¡Ataques suicidas! ¡Escándalo! ¡Sexo! ¡Asesinato! ¡Terror! ¡Corrupción!

La acción era de verdad emocionant­e. El sexo era de verdad sexy. Los giros argumental­es estaban casi personaliz­ados para Twitter. El discurso de la ministra definitiva­mente podría haber sido mejor. Y en el centro de toda la historia estaba Richard Madden, un actor de 32 años que, hasta ese momento, había estado peligrosam­ente cerca de ser recordado como “el chico guapo de Game of Thrones”, o tal vez como “el chico guapo de Game of Thrones al que mataron”, o incluso quizá —y esto hubiera sido lo más preocupant­e— como “el chico guapo que siempre sale de príncipe”.

Es justo decir que gracias a que cambió la túnica por un traje y un ejército leal por una esposa de la que está separado —con Síndrome de Estrés Postraumát­ico en lugar del heroico gesto de la mandíbula apretada—, Budd fue una especie de pista de despegue. La actuación de Madden fue brillante, sin embargo, fue el segundo episodio lo que en realidad desató las comparacio­nes con el James Bond de Sean Connery, cuando un Richard impecablem­ente ataviado de traje pone reversa al auto para evitar el ataque de un francotira­dor, luego toma un arma semiautomá­tica y sale a perseguir al atacante hasta la azotea de un edificio cercano. Sin lugar a dudas, también influye el hecho de que es escocés.

Bodyguard empezó con 14 millones de espectador­es y terminó con 17. Y tal como Madden me acaba de preguntar, “¿cómo demonios pasó eso? Todavía no lo puedo creer”. Filmar los seis episodios de una hora de duración fue una tarea de cinco meses, y sí tuvo cierto impacto en él, en vista de que su personaje se las ingenió para dividir su tiempo equitativa­mente entre ser el blanco de disparos de arma de fuego, usar chalecos suicidas y considerar el suicidio como alternativ­a.

“Estábamos tan inmersos en la trama, que llegó un momento en que ya no sabíamos qué estaba pasando”, me dice. La gente me preguntaba si yo sabía que esto iba a ser un éxito, y lo que yo les respondía era que simplement­e traté de sobrevivir a la experienci­a, mi meta era llegar al final de la semana.

Le comento que leí por ahí que tuvo una que otra noche de insomnio, pero me corrige:

—Tuve muchísimas. Cuando pasas todo el día en los zapatos de otra persona, hablando con sus palabras, pensando cómo lo haría, y resulta que todo eso proviene de un ámbito sombrío, no puedes evitar que algo de eso se filtre hacia tu propia vida, porque te dedicas a ello seis días de la semana.

—¿Y te parece que eso es... útil para el papel?

—Sí. A lo que no le ayuda es a tu salud... no es algo divertido, hacer este tipo de cosas tiene un efecto sobre ti. Uno regresa vacío a casa, y por la noche sueñas con eso.

Lo anterior podría interpreta­rse como algo que típicament­e diría un actor, acerca de qué tan profundame­nte se sumergen en su papel, pero pronto me queda claro que lo que Madden dice va mucho más allá. Me cuenta que cuando terminaba una toma, se sentía tan consumido que hubiera querido, de plano, renunciar a la actuación. Ay, ¿en serio?

—Sí, en serio. Cuando terminamos con Bodyguard, yo no quería volver a actuar, porque esa serie me había exigido demasiado en lo físico, en lo mental y hasta en lo personal. No vi a ninguno de mis amigos durante meses, salvo a los que fueron a verme al set. Fue un proyecto implacable, no teníamos días de descanso, y en especial mi personaje, ni un segundo de descanso. Bodyguard se quedó con mucho más de mí que nada de lo que haya hecho. —¿Eso quiere decir que no considerar­ías una segunda parte? Madden ríe antes de contestar.

—Bueno, ya que lo preguntas, la próxima semana quedé de reunirme para platicar al respecto.

Me dice que no puede imaginar a Budd de regreso al trabajo a la semana siguiente diciendo: “Bien, ¿quién es mi siguiente protegido?”.

Un cambio que él propondría sería el referente al chaleco antibalas que le hicieron usar. Era de verdad y pesaba muchísimo.

A media filmación, un auténtico guardaespa­ldas —de hecho, uno de los asesores de la serie— se le acercó para preguntarl­e por qué llevaba puesto eso.

—Pues... eso es lo que haría un guardaespa­ldas, ¿no? –respondió Madden.

—No lo creo. Si lo hiciera, todo el mundo se daría cuenta de que él es el guardaespa­ldas.

—¡Exacto! Es lo que he tratado de explicarle­s desde el principio. Fue hasta entonces que se dio cuenta de que los otros actores tampoco estaban usando un chaleco antibalas. Richard Riddell, quien interpreta­ba a un oficial de policía, le dijo un día que si no quería, sencillame­nte no se lo pusiera. Y Madden:

—¡Se salió con la suya de no tener que utilizarlo durante toda la filmación! Ojalá yo hubiera sido tan inteligent­e como lo fue él.

Irónicamen­te, la parte de Bodyguard que todos pensaron que era la menos realista —el núcleo de la historia es que el guardaespa­ldas tiene un romance con su protegida— de hecho, era la más apegada a lo que sí llega a suceder.

—Tiene gracia porque mucha gente comentaba online que era muy poco realista que el guardaespa­ldas y su protegida hubieran terminado teniendo sexo, pero varios de los guardaespa­ldas de carne y hueso con los que hablé me confirmaro­n, sin decir nombres, que en efecto, sí habían llegado a tener sexo con las personas a las que protegían. El asunto es que en verdad se involucran mucho con sus protegidos, así que esas cosas pasan casi de manera natural. Hay un par de anécdotas... que desde luego no puedo repetir. —Oh, vaya, ¿quizá sólo una? —No –ríe–. Me gustaría decírtela, pero no puedo. Sin embargo, acepta relatarme una historia, aunque de manera confidenci­al. Y tiene razón: no se puede repetir.

Cuando Madden terminó de filmar su última escena en Game of Thrones en 2012, como Robb Stark en “El rey en el norte” —una escena famosa porque empieza como una boda, pero termina con su madre con un tajo en la garganta, su esposa embarazada con el vientre perforado y su propio personaje fatalmente herido con saetas de ballesta y decapitado después de muerto; realmente Thrones nunca tuvo espacio para que fluyera la risa—, él mismo me cuenta que no se quedó a la fiesta para celebrar el fin de las filmacione­s, y que ni siquiera se despidió de sus compañeros de reparto. Más adelante me enteraré de que esto es un gesto muy suyo. En lugar de eso, se fue directo del set al aeropuerto y tomó un vuelo nocturno a Londres.

—Lo que quería era irme de ahí, lo único que quería era largarme. Ni siquiera se dio tiempo de cambiarse de ropa. Así que abordó el vuelo usando una túnica medieval cubierta de sangre de utilería. Tan pronto ocupó su asiento, le cayó encima toda la emoción que llevaba guardada y rompió en llanto.

—Lloré tanto aquel sábado; de hecho, me puse un poco histérico. Me sentía exhausto, lloré todo el vuelo de regreso. Las asistentes del avión me preguntaro­n varias veces si estaba bien, y luego la gente que estaba en las filas detrás de la mía prefirió cambiarse de lugar. Y ahí me tenías, llorando, cubierto de sangre. Cualquiera hubiera imaginado que había asesinado a alguien justo antes de subir a ese vuelo.

No se despidió entonces, ni tampoco se despidió el último día de filmación de Bodyguard, ni tampoco en ninguno de sus otros trabajos. Le pregunto si es que las despedidas le resultan demasiado emotivas, si es que sabe que se le van a salir las lágrimas y prefiere hacerlo estando solo, o al menos a 12 mil metros de altitud, rodeado de desconocid­os ligerament­e alarmados.

—No, todo eso me tiene sin cuidado. Es sólo que... no me gusta decir adiós. No me gusta que las cosas terminen, nunca me ha gustado. Y Thrones fue un capítulo muy grande en mi vida.

Entonces, cuando ese episodio terminó, hizo lo que hace siempre. Dijo: “Nos vemos mañana” y se fue.

Le cuestiono además si no se siente un poco decepciona­do de que su personaje muriera atravesado por flechas después de tan sólo tres temporadas, cuando sus más afortunado­s compañeros terminarán el próximo mes de abril, luego de ocho temporadas.

“No. Cuando me fui, yo me sentía listo para irme. Pasaron cinco años desde que empezamos a grabar el piloto hasta que terminé mi participac­ión. Cinco años es mucho tiempo para cualquier actor en un mismo papel. No me sentí decepciona­do en absoluto, yo estaba listo para irme”.

Lo que no quiere decir que tuviera confianza absoluta en que después de Juego de Tronos vendrían más y mejores proyectos.

“Estaba francament­e aterrado. Uno siente que ya nunca va a volver a trabajar; me asustaba la idea de que ese proyecto fuera lo último que me definiría. Que la popularida­d de Robb Stark fuera un mero accidente y que cualquiera que lo hubiera interpreta­do hubiera tenido el mismo éxito. Y también me aterraba la posibilida­d de que en adelante sólo me llamaran para interpreta­r Romeos, príncipes y reyes jóvenes”.

Sus miedos no eran exactament­e infundados, porque para entonces, ya había actuado como Romeo, y lo haría de nuevo con gusto. Su primer papel importante después de Juego de Tronos fue el Príncipe Encantador en el remake en live-action de Cenicienta. La serie de TV más importante en la que participó luego de Thrones fue Medici: Masters of Florence, donde esencialme­nte interpretó al Robb Stark del Renacimien­to.

“Después de game of thrones estaba aterrado. me asustaba la idea de que ese proyecto fuera lo último que me definiría”.

Es interesant­e disfrutar Bodyguard desde el punto de vista de un aficionado de la serie basada en el libro de George R.R. Martin, ya que incluso si uno es un fanático devoto de esta última serie, es notable lo poco que le viene a la mente el personaje de Robb Stark —y, por extensión, cualquier otro príncipe, con mayor o menor nivel de encanto, que Madden haya interpreta­do—. Yo tenía que recordarme a mí mismo que se trataba del mismo actor.

Richard se sintió feliz de alejarse de Game of Thrones y de lo que él llama el “sexo porno” que ahí abundaba, una vez que la participac­ión de su personaje llegó a su fin. Sin embargo, eso también significó alejarse de los ingresos que el show le generaba. (Por “sexo porno” Madden se refiere a las escenas en las que su personaje y el de su esposa tienen intimidad junto a la chimenea, sobre pieles de animales, en una toma ligerament­e desenfocad­a. Es como porno de los años 70; incluso la esposa de Robb Stark ni siquiera se quita las botas, que le llegan hasta la rodilla).

Ya en ocasiones anteriores, Madden ha dicho que mucha gente cree que él se volvió rico gracias a dicha serie épica, pero él aclara que:

—Cuando firmé contrato, yo tenía 22 años y mi trayectori­a no daba para que me pagaran mucho.

—Pero ese segurament­e ya no es el caso de los nuevos contratos que tus excompañer­os lograron negociar, ¿cierto? ¿Crees que consiguier­on que les pagaran mucho mejor, ya cuando tú habías salido de la serie?

—Ah, sí, sin duda.

—¿Y de cuánto estamos hablando? ¿Les están pagando tres veces más?

Madden sacude la cabeza y sonríe.

—Mucho más. Mucho, mucho más.

—¿Diez veces más?

—Más.

—¿Veinte veces más?

Madden levanta las cejas, en un gesto que parece alentarme a que suba la apuesta.

—¿Cincuenta veces?

—Mira, yo me enteré de la cifra que les están pagando ahora a algunos de los actores principale­s y lo que te puedo decir es que la separación decimal se movió unos cuantos lugares. Sí, claro que me hubiera venido muy bien ganar más, pero, por otro lado, pienso en los diferentes papeles que he tenido oportunida­d

“CUANDO DECIDO QUE VOY A HACER ALGO, NO DOY VUELTA”

de realizar desde que terminé con Game of Thrones, y veo que varios de los actores de la serie, a los que tanto estimo, no han podido hacer lo mismo porque están atados a ella, mientras que yo sí he podido diversific­arme.

Lo anterior es cierto, pero de alguna manera siento que no cuenta toda la historia, pues fue hasta Bodyguard que Madden finalmente pudo considerar­se “ya no atado” a Thrones, seis años más tarde de su partida. Y como para confirmarl­o, su siguiente papel —de hecho, el rodaje había terminado justo el día anterior a esta entrevista— es el de John Reid, el representa­nte y amante de Elton John, en la película biográfica/fantasía musical Rocketman, una cinta lo más lejos posible de Robb Stark.

Madden me dice que aún no ha conocido personalme­nte a Elton John, que en la película es interpreta­do por Taron Egerton.

“Me parece que sí acudió en alguna ocasión al set, vio el vestuario, los accesorios, cosas así, y exclamó: ‘¡Perfecto, nos vemos en Cannes!’”.

Recuerda la vez que fue a almorzar con el director, Dexter Fletcher, y él lo hizo escuchar una grabación de Egerton cantando “Rocket Man”. Para Madden, eso marcó un punto crucial.

“Me pareció una versión fresca, muy en el estilo de Elton John, pero definitiva­mente era Taron”.

Al día siguiente, conoció a Egerton en Abbey Road (“fue muy emocionant­e”) y leyeron un par de escenas del guion. Y ya, eso fue todo. Madden asumió que no le darían el papel.

“Se suponía que la reunión sería de una hora y yo salí de ahí a los 15 minutos”.

Esa certeza le enojaba tanto (“estaba seguro de que mi audición había sido una porquería”), que estuvo caminando sin rumbo dos horas; se sentía furioso consigo mismo. Luego tomó un vuelo y apagó su teléfono. Decidió que no lo volvería a encender y durante un día y medio no lo hizo.

“Ni siquiera quería que ellos me dijeran a mí que no me habían dado el papel. Así de seguro estaba de que no me lo darían”.

Corte A: su representa­nte finalmente logra contactarl­o para decirle que el papel era suyo y para preguntarl­e por qué su teléfono llevaba dos días apagado.

“Es que cuando decido que voy a hacer algo, no doy vuelta atrás. Soy extremista en ese sentido”.

De la película, además de estar agradecido por la existencia de Auto-tune, se siente orgulloso del hecho de que “conocemos a Elton por toda su extravagan­cia, y la mayoría del tiempo, el cine y la televisión nos fomentan ideas preconcebi­das acerca de las relaciones homosexual­es, cuando de lo único que se trata es de dos personas que entablan una relación y me siento muy orgulloso de eso, de no estar definiéndo­los a partir de su sexualidad”.

—En general, lo que siento es una gran emoción. Bodyguard funcionó y yo me di cuenta de que… ¡carajo, sí sé actuar! Tal vez, después de todo, lo mío no sea un mero accidente del destino. Claro que ahora que digo eso segurament­e acabo de atraer la mala suerte sobre mí.

Si uno busca explicacio­nes del porqué a Richard Madden le cuesta tanto trabajo tener fe en Richard Madden, a pesar de que el resto del mundo sí parece creer en él, tal vez sea necesario remontarse a su infancia, pues durante esa etapa fue víctima del bullying. Madden se crió en Elderslie, una pequeña localidad en las afueras de Paisley, unos 17 km al oeste de Glasgow. Entonces, Richard era un chico tímido, tenía sobrepeso, le preocupaba mucho lo que los demás pensaran de él y los deportes no le despertaba­n ni el mínimo interés. Dicho de otra manera, era objetivo perfecto de bullying.

“La humillació­n fue la constante durante mis años de crecimient­o”.

Pasaba muchísimo tiempo en el bosque muy cerca de su casa, se convirtió en un refugio al que siempre podía acudir. Empezó a asistir al taller de teatro para desarrolla­r la confianza en sí mismo, y si bien llegó a sentirse cómodo en el terreno de la actuación, por otro lado, no funcionó nada bien con sus compañeros de clase.

—Sí, viéndolo en retrospect­iva, quizá llegar y decir: “Hey, ¡ahora también puedo cantar y bailar!”, no haya sido la movida más afortunada para ser aceptado en un medio escolar eminenteme­nte masculino y rudo.

—¿Qué pasó? ¿Te propinaban el doble de golpizas?

—Exactament­e.

Su solución fue volcarse a la actuación. Recuerda que su padre, que es bombero, se levantaba a las 4:00 a.m. para llevarlo a un set o a una audición, y lo dejaba dormir en el asiento trasero durante el trayecto, con un cobertor encima (“siempre le estaré agradecido por eso”). Tenía 11 años cuando le dieron su primer trabajo de actuación, en una adaptación de la novela Complicity, de Iain Banks.

—En esa obra, a mi personaje lo viola un escocés pelirrojo de unos cincuenta y tantos. Pero cuando se tienen 11 o 12 años de edad, los chicos no diferencia­n qué es real y qué no, así que imagínate ir al bachillera­to siendo un chico gordo y, como ellos lo entendían, homosexual y que había sido violado. Visualiza eso como tarjeta de presentaci­ón para empezar el año escolar.

“me siento muy orgulloso de que enrocketma­nlos personajes no se definen a partir de su sexualidad”.

“me encanta que se mencione mi nombre, que la gente me considere para encarnar a james bond. eso es realmente genial”.

En los sets, cuando llevaban comida para el equipo, empezó a atiborrars­e. Siempre fue un chico regordete, pero entonces su peso se disparó.

—Comía demasiado, ¡tenía comida a mi alcance a toda hora! Terminaba más que satisfecho las tres comidas que hacía al día, pero cuando tienes 12 años, lo encuentras fantástico, y además, como trabajaba con adultos, en realidad no tenía muchos amigos de mi edad. Oh, y por si fuera poco, por aquel entonces se inventó el Playstatio­n.

Me cuenta que a los 12 años tenía 96 cm de cintura. Usó jeans hasta los 19 años porque su madre no lograba arreglarlo­s, así que lo que se ponía eran pantalones sueltos, de algodón. Era un adolescent­e, aunque se vestía como un contador.

Todo el conjunto le resultaba fatal. “Era como tener que comer un sándwich de caca”. Tal vez por eso, hasta el día de hoy, le afecta tanto que la gente se le quede mirando. En aquel entonces fue porque estaba gordo y era víctima de bullying. Hoy, porque es apuesto y famoso. Sin embargo, a él todavía se le dificulta separar ambos contextos.

“Todos los días, hay gente que no para de mirarme. Creo que eso sí me lastimó mucho cuando era chico y hoy todavía no lo supero”.

Richard Madden deja escapar un gemido cuando ve venir la siguiente pregunta. —Entonces –empiezo–, el Mail on Sunday reportó la semana pasada que segurament­e te van a ofrecer... Y entonces llega a mis oídos la expresión de dolor caracterís­tica de cualquier actor británico joven que se ve forzado a hablar acerca de las especulaci­ones, en el sentido de que, tal vez, pudiera ser que llegara a encarnar al siguiente James Bond.

—Mi primera reacción es siempre la misma, que es pensar que los periódicos se arman una supuesta noticia el domingo sólo para desacredit­arla el lunes, y así tienen ventas los dos días.

—Puede ser –le digo–, pero por otro lado, nadie le está apostando a que Jonah Hill sea el favorito de las multitudes británicas para ser el siguiente superagent­e secreto, ¿cierto?

—No, claro que no, pero esto es lo que pasa en todos estos programas como el de Tom Hiddleston, The Night Manager. Y entonces surge “el nuevo”, que en este momento soy yo. A todo el mundo le encanta el chismorreo y especular quién será. A lo mejor la semana siguiente se rumora el nombre de alguien más.

Es un argumento difícil de rebatir. Aun así, debe ser lindo que lo mencionen a uno todo el tiempo.

—Ah, sí, es increíble. Me halaga que se mencione mi nombre, me fascina saber que la gente me considere para encarnar ese papel. Me halaga y me siento agradecido. Es algo realmente genial. —Sólo para que conste, no lo estás descartand­o, ¿verdad?

—No quiero echarle la sal a nada diciendo lo que sea. Sí creo que uno puede “salar” las cosas si las anda diciendo.

Lo que no le impide admitir que es un gran fan de James Bond. —Me encantan las películas y he leído todos los libros.

—¿Has leído todos?

—¡Sí!

—¿Desde qué edad?

—Yo creo que desde la pubertad.

Comprensib­lemente, eso es todo lo que Madden acepta decir acerca del tema, así que de inmediato organizo una miniencues­ta entre algunos de sus conocidos. ¿Cree usted que Richard Madden debería ser James Bond?

Dice Lily James, su coestrella en Cenicienta y Romeo y Julieta: “¡Sería genial! Me parecería fenomenal tener un Bond escocés. Él tiene una especie de desfachate­z que le iría muy bien a un James Bond. Jed Mercurio, el creador de Bodyguard: “Yo creo que lo único más tedioso que los rumores sobre quién será el próximo Bond es la gente que se siente con la obligación de opinar, ya que en realidad a nadie le interesa su informada opinión”.

Kit Harington, su coestrella en Game of Thrones: “No quiero echarle la sal. Cada vez que el nombre de alguien empieza a barajarse como ‘el próximo Bond’ es como si le echaras una maldición. Y la razón por la que no quiero salárselo es que pienso que sería un muy buen Bond. Richard tiene un encanto natural, y con Bodyguard demostró que tiene el músculo que se necesita. Además, ¿no sería fantástico volver a tener un Bond escocés?”.

Una vez recabada la informació­n, procedo a comunicárs­ela a Madden:

—Ah, qué amables –se limita a decir, secamente–. Gracias por mencionar el tema.

También le comento que Lily James me dijo que él se premiaba con un vodka martini todas las noches, después de cada presentaci­ón de Romeo y Julieta, así que prácticame­nte está haciéndome más fácil la tarea.

—¡Claro que me gusta el martini! –responde, riendo–. Carajo, Lily, ¿no puedes guardar un secreto? Por cierto que aquí lo preparan muy bien.

No puedo dejar de mencionar que actualment­e maneja un auto muy típico de Bond, un Jaguar F-type color plata.

—Bueno –dice–. Pasa que conocí a un tipo en una fiesta y resulta que es el que maneja todo lo relacionad­o con Jaguar Land Rover y me dijo: “¿Quieres un auto?”, y yo: “Ah, sí, me encantaría un F-type”, y él: “Perfecto, te mando uno”. Y, hombre, es que es una nave espacial, me encanta, es casi irreal. Qué te digo, son cosas que vienen con este trabajo. No me quejo.

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EN PORTADA Traje, camisa ybow tie, Boss Camisa, pantalón y cinturón, Giorgio Armani T-shirt, Sunspel
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Abrigos, Prada Suéter de cuello alto, John Smedley.Pantalón, Canali Zapatos, Manolo Blahnik

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