Día 2: LA PASIÓN DEL FÚTBOL
Pese a quien le pese, Brasil es la capital mundial del soccer, así que visitar Río de Janeiro y no asistir a un partido en el emblemático Maracaná es un verdadero pecado. Si bien la zona que rodea al que alguna vez fue el estadio más grande del mundo no es de las más seguras, vale la pena tomar precauciones para ser testigo de algún partido del Flamengo o del Fluminense, y qué mejor si se trata del clásico local entre una de estas dos escuadras y el Botafogo o el Vasco da Gama.
La opción más viable que tengo para acercarme a la catedral del fútbol brasileño es el metro. El transporte es accesible, muy bien cuidado y bastante efectivo. Una vez afuera de la estación, la efervescencia que el soccer despierta en los locales puede sentirse en las calles: cientos de personas ondean banderas verdes y rojas en apoyo al Fluminense. Adentro compruebas por qué la afición verdeamarela es una de las más alegres y apasionadas del planeta. Gritos y rechiflas al árbitro, personas que dan indicaciones en voz alta, clamores ahogados de gol y una anotación que le da la victoria a los locales. El estadio retiembla.
Inaugurado en 1950, el Maracaná, sede de las Copas del Mundo de 1950 y 2014, ofrece visitas guiadas todos los días (exceptuando cuando hay encuentros deportivos), aunque nada se compara con vivir el frenesí que despierta un encontronazo en la cancha.