Día 4: UNA MAÑANA EN UNA FAVELA
“¡Estás loco!”, me dice Manuel, mi acompañante de este periplo por tierras brasileñas, apenas le comparto mi interés por internarme en una favela. “No vamos a salir de ahí”, continúa. Desde que me encontraba planeando el viaje, me di a la tarea de investigar qué tan factible y seguro era visitar alguna de estas zonas habitacionales tan populares a nivel global. Según mis pesquisas, había algunas más accesibles para los turistas, aunque lo más recomendable era hacerlo con un guía local. Fue así como doy con Tavi Norén, un paulista que llegó hace varios años a Río y quedó tan enamorado de la ciudad, que decidió convertirla en su hogar adoptivo y fundar su propia compañía de recorridos turísticos (Rio Love Story, @riolovestory en Instagram).
Luego de intercambiar varios mensajes, finalmente concertamos una cita para visitar Vidigal. Muy temprano, Tavi nos alcanza en nuestro hotel para, desde ahí, encaminarnos hasta la favela. “Vamos en Uber. A ver si no se asustan, porque luego no quieren ir por esas zonas”, nos asegura. Durante el trayecto, Norén nos cuenta que Vidigal puede ser visitada y es una de las “más confiables”, principalmente por su cercanía a la zona de Ipanema. Antes de comenzar a subir por las calles empinadas y estrechas, nuestro guía se aproxima a unos policías que vigilan la entrada. “Voy a preguntarles si podemos entrar, si no hay conflictos allá arriba”, nos dice. Con la “licencia” de estas autoridades, subimos en una pequeña combi que la hacía de transporte público local. “Por favor, no tomen fotografías ni saquen su cámara. Las personas podrían tomarlo como una ofensa”, nos aconseja nuestro guía. “Además, aquí no se permite la circulación de vehículos ajenos a la favela”.
Otro de los encantos de Vidigal es que desde este punto se alcanza la cima del Morro Dois Irmãos (Cerro Dos Hermanos), donde se pueden obtener increíbles panorámicas de una parte de la urbe. Y así lo hacemos. El transporte público nos ha dejado en la entrada de una cancha de soccer, desde donde inicia la trilha (vereda) a través de la cual se llega a lo más alto de la colina. Luego de poco más de una hora de camino (más vale que vayas preparado con ropa y calzado cómodos, así como con agua para hidratarte) llegamos a la cúspide, donde nos reciben panorámicas únicas: a tus pies, las playas blancas de Leblon e Ipanema, la Laguna Rodrigo de Freitas y su forma de corazón, y a lo lejos el cerro del Pão de Açucar y el Cristo Redentor. Respiro el aire cálido, nos sentamos a admirar la vista mientras el sol nos baña con sus rayos. Tratamos de estirar cada minuto, cada instante y capturarlo en nuestra memoria para que nunca se nos olvide aquella mañana en la que tuvimos a Río de Janeiro a nuestros pies.
“¿Les parece bien si descendemos caminando?”, nos pregunta Tavi. Aceptamos y bajamos recorriendo las calles y callejones de la favela, sin internarnos mucho. Contrario a lo que se piensa, la gente es amable. A fin de cuentas, como bien nos dijo nuestro guía, a ellos no les conviene “asustar” a los turistas con conflictos internos. Hacemos una escala para comprar el tradicional açaí, una fruta que se vende congelada. La samba emana de varias casas con ventanas abiertas. La efervescencia del Carnaval también se vive en esta parte de la ciudad.