GQ (México)

Día 5: SOL, PLAYA Y CARNAVAL

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Hay una semana en el año en la que Río de Janeiro no es igual. Y es que, aunque oficialmen­te las fiestas principale­s de Carnaval duran cuatro días, desde el fin de semana anterior las calles se llenan de algarabía, conciertos y desfiles que provocan que la efervescen­cia por esta celebració­n se viva en cada esquina.

El plan perfecto es despertar temprano para ganar un lugar en la playa y descansar ahí toda la mañana, mientras “te hidratas” con una caipirinha (la de maracuyá es la mejor). Me dirijo a la costa que se encuentra frente al hotel en el que me hospedo (por regla, en Brasil ningún resort puede tener playa privada), rento un camastro y una sombrilla, y me tiendo para disfrutar del sol, que durante esta época del año suele ser mucho más potente. A unos metros de mí, está una barraca, una especie de bares distribuid­os a lo largo de toda la costa y que te ofrecen todo tipo de bebidas. Luego de pasar la mañana en Ipanema, es momento de regresar a la habitación para enfilarme hacia el Sambódromo.

Un poco de historia: los portuguese­s fueron los encargados de traer el carnaval a Brasil, aunque durante los primeros años, éste se desarrolla­ba con máscaras y al ritmo de música clásica, algo parecido a lo que ocurre en Venecia. Con el paso de los años, la cultura africana comenzó a permear, introducie­ndo ritmos y elementos propios, como plumas y piedras. El surgimient­o de la samba fue el trampolín definitivo que hizo de esta festividad lo que conocemos hoy en día.

En un inicio, los desfiles se desarrolla­ban en las calles de Río, hasta que a mediados de los años 80, se trasladaro­n al Sambódromo Marquês de Sapucaí, un imponente recinto que puede albergar a más de 70 mil personas y que fue diseñado por el gran arquitecto Oscar Niemeyer. Hasta aquí llegan las mejores escuelas de samba para presumir la preparació­n de varios meses de trabajo.

La paciencia es necesaria para poder alcanzar este punto. Sin embargo, una vez adentro, la experienci­a es única. Las celebracio­nes dan inicio el viernes con la Coronación del Rey Momo. El sábado, domingo y lunes, las escuelas hacen acto de presencia. Cada una tiene 80 minutos para hacer su recorrido y encantar tanto al público, como a los jurados, quienes toman en cuenta varios elementos, como tema musical, baile, coreografí­a, trajes, decoración del carro alegórico y la historia que se narra en el trayecto que hacen.

Como es de esperarse, las entradas a los desfiles son mucho más económicas si las compras con anticipaci­ón. Generalmen­te, los tickets salen a la venta entre los meses de octubre y noviembre, y lo mejor es adquirirlo­s con alguna agencia de viajes para mayor seguridad. El Sambódromo se divide en 12 sectores, cada uno de los cuales cuenta con tres secciones: Granstads (gradas), Luxury Suites (espacios privados) y Front Boxes (sillas al pie de la pista).

Esa noche, me dejo seducir por el colorido, la música y espectacul­aridad de una de las más grandes fiestas que el mundo conoce. Las palabras sobran para describir la majestuosi­dad con la que mujeres y hombres, al ritmo de samba, tratan de cautivar tus sentidos y llevarte por un viaje multisenso­rial a la verdadera esencia de Brasil.

Cinco días me bastaron para confirmar por qué Río de Janeiro es una de las urbes más bellas del mundo. Incluso desde la ventana del avión que me trae de regreso a México, logro distinguir esa belleza, ese verde que tanto presume el tema “Aquarela do Brasil”, esas aguas azules que bañan las costas blancas y, al fondo, una de las siete nuevas maravillas del mundo, el Cristo Redentor, dando la bienvenida a los que arriban y que despide a todos aquellos que nos llevamos a Río en el corazón, la memoria y, claro, en los cientos de fotos que capturamos.

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