De cortesías y desequilibrios
Recuerdo mientras reviso las imágenes que acompañan nuestra historia de portada que tienen ustedes entre sus manos una frase que leí de Vincent Cassel, ese actor francés que de cuando en cuando sale de su refugio (unas veces Brasil, otras Europa) para ofrecernos personajes nunca amables, siempre torturados. “Nos hemos educado con buen rollo, cortesía... y eso hace que se construyan una serie de relaciones de equilibrio menos interesantes”. Leído así, y puesto en boca del intérprete de aquella obra maestra sobre la desesperación titulada El odio que filmó Mathieu Kassovitz en 1995, podría parecer una simple boutade de alguien que no ha tenido un buen día o que quizá no ha tenido una buena vida.
Cassel, ese hombre europeo de rasgos duros y un innato sentido de la elegancia, demuestra con su palabra y sus acciones una forma de contemplar la existencia que sólo llega con una cierta distancia y perspectiva de los años vividos, bien lejos de esa nueva fuente de eterna juventud que representan los millennials, la generación zeta y los que lleguen después. Es la edad de la madurez. Esa que, básicamente, te permite, por fin, llamar a las cosas por su nombre, poder decir que no sin arrepentirte después y dormir por las noches con la confianza de que, como decía nuestro adorado Rhett Butler, “francamente, querido, me importa un bledo”.
Vincent ha tenido una carrera excelente tanto en el cine francés, como en producciones internacionales; se ha relacionado con algunas de las mujeres más talentosas y hermosas del mundo, hoy está casado con una modelo mucho más joven que él y acompaña las fotos que toma de ella y que publica en las redes sociales con la frase “el fósil y el feto”. Además, da titulares que hoy en día son muy necesarios: “Creo que las mujeres tienen un sentido más profundo de lo que es la vida desde una edad más temprana”. Quienes nos consideramos hombres en el siglo XXI firmaríamos esa frase sin pensarlo siquiera.
Según el diccionario, la cortesía es la demostración o acto con que se manifiesta la atención, respeto o afecto que tiene alguien a otra persona. Desde luego es una cualidad del todo necesaria. Nadie que se precie de ser un buen ciudadano debería prescindir de ella. Pero al tiempo la cortesía no puede ser una excusa para evitar situaciones incómodas que se volverán en nuestra contra o negativas aplazadas que por eso del qué dirán no planteamos y que nos causarán problemas mayores a la vuelta de la esquina. “Más vale una vez colorado que ciento descolorido”, decían mis abuelas. Pero quizá para eso debamos mirar la vida desde una cierta perspectiva de la edad. La que algunos ya tenemos y revindicamos como experiencia vivida. No seremos siempre amables, pero seremos cada vez más claros. Puede que sea una suerte de desequilibrio, así que discúlpenme si se me nota que me estoy haciendo mayor.
Cassel demuestra con su palabra y sus acciones una forma de contemplar la existencia que sólo llega con una cierta distancia y perspectiva de los años vividos... Es la edad de la madurez.