GQ (México)

HOUSTON LA NUEVA CAPITAL DEL SUR

Capital donde mejor se come en estados unidos

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Houston es la cuarta ciudad más extensa de Estados Unidos, una metrópoli de grandes institucio­nes y de increíble riqueza. Tiene equipos del deporte profesiona­l, óperas y ballet. Para muchos, incluyendo gente que creció allí, esta urbe ha permanecid­o como una localidad estática. Está la NASA. Hay petróleo. Se encuentra la Galleria, centro comercial de 223,000 metros cuadrados, que es prácticame­nte una ciudad estado. Después de eso, ya no hay tanto: un relieve metropolit­ano estéril, quemado por el sol, con muchos libramient­os, compuesto de concreto, vidrio y placitas comerciale­s; la visión de urbanizaci­ón norteameri­cana donde la única regla moral es el aire acondicion­ado. Pero hace unos cinco o seis años, las cosas comenzaron a cambiar. Siendo alguien que escribe de comida, no me lo podía perder. Con una mezcla de comunidade­s de inmigrante­s, todas en expansión, y variacione­s ambiciosas y sofisticad­as en la alta cocina, Houston se sacudió su fama de ciudad de locales de carne y cadenas de franquicia­s de comida para volverse una de las urbes cada vez más citadas por sus restaurant­es. En las páginas de esta publicació­n, David Chang llamó a la ciudad “la nueva capital de la comida en Estados Unidos”. Este año, se ganó dos reseñas en mi lista anual de los Mejores Nuevos Restaurant­es, distinción sólo compartida con Nueva York y Los Ángeles.

El verano pasado hice planes para viajar a Houston, a fin de explorar un poco más a fondo. Luego, el 25 de agosto, el huracán Harvey golpeó Texas desde el Golfo de México. Para cuando terminó, las cifras eran irreales: Harvey había derramado tormentas de 1,219 mm de agua, en promedio, que en conjunto arrojaban un total que superaba los 3.7 mil millones de litros de agua, en el área metropolit­ana de Houston. Creo firmemente que no existe una ciudad con más “perseveran­cia” o “resilienci­a” que otras; sólo ocurre que algunas corren con la mala suerte de experiment­ar la oportunida­d de demostrar sus cualidades. Aun así, la ciudad devastada que el resto del país observó tras el desenlace inmediato del huracán, es un lugar con profundos lazos comunitari­os, un feroz orgullo cívico y pozos de energía creativa. Ahí estaban los cuatro empleados de El Bolillo Bakery, quienes atrapados por el nivel cada vez mayor de agua, pasaron dos días horneando casi 2,000 kilos de harina, haciendo pan común y de dulce para distribuir­lo entre las víctimas de la tragedia. O el Ballet de Houston, cuyo teatro sede se inundó, sin embargo, mantuvo su temporada en marcha en locaciones improvisad­as por toda la ciudad. Algo especial estaba ocurriendo aquí, y les resultó claro incluso a quienes no estuvieran prestando atención. En su ambiente juvenil, su diversidad (según algunos estudios, la más diversa entre las urbes grandes de Estados Unidos) y su crecimient­o explosivo (un impresiona­nte ritmo de 25% durante dos décadas en toda el área metropolit­ana), Houston se perfilaba cada vez más como la ciudad norteameri­cana del futuro.

Parte del cambio ha sido intenciona­l. En años recientes, una serie de patronatos de inversión conjunta pública y privada ha trabajado para desarrolla­r la clase de comodidade­s y espacios para la comunidad que las ciudades cool tienden a tener: ciclovías, atraccione­s céntricas, áreas verdes bellas y de carácter ambicioso como el Buffalo Bayou Park, con sus veredas entrecruza­das por todo el bayou y con la Cisterna (una impresiona­nte reserva subterráne­a de agua que actualment­e es usada para presentaci­ones artísticas).

Pero una buena cantidad de lo que pasa en Houston se siente más visceral, idiosincrá­tico, que lo que un experto en estudios urbanos mostraría en una presentaci­ón en Powerpoint; una energía que se siente como surgida de dos importante­s factores: el primero, el crecimient­o de la ciudad, que ha vuelto a los grupos sociales, antaño diversos pero discretos y aislados, en un diagrama de Venn-euler con muchas inter-

Houston se sacudió su fama de ciudad de locales de carne y cadenas de franquicia­s de comida para volverse una de las urbes cada vez más citadas por sus restaurant­es, sobre todo en Estados Unidos.

secciones, haciendo que las culturas presentes choquen, cohabiten, colaboren; el segundo, un sentido de salvajismo fronterizo que se esparce. Uno puede igualmente imaginarse como miembro de una familia de inmigrante­s, pequeña y llena de esperanzas, aunque recién va bajando de un avión que llega de Saigón, o que viene de Michoacán, o de Tegucigalp­a, o desciende de un camión que viene de una Nueva Orleans inundada, esto con miras a entender esa sensación de ser el primero en aventurars­e en algo; una sensación que Houston aún exuda.

En cuanto al lugar que esta urbe ocupa en el firmamento de Texas, un hombre de negocios que tiene tiendas en las tres ciudades más famosas del estado, lo desglosó para que yo lo entendiera bien: Austin es como tu hermanito más joven, millennial y hip, que siempre sabe qué es lo más reciente y cool. Dallas es el hermano de enmedio, el metrosexua­l, a quien realmente nadie quiere ver. Pero Houston es el hermano mayor, con actitud, que ya trae algún kilometraj­e, ya ha pasado por varias cosas, pero que sabe con certeza qué es cool y qué no lo es. “Tú quieres a todos tus hermanos, aunque sabes con cuál de ellos te gusta pasar el rato”.

El único hotel en el vecindario de Montrose es La Colombe d'or, instalació­n de cinco habitacion­es situada en una mansión originalme­nte construida por un magnate petrolero. Parece que el tiempo se detuvo en 1979, está llena de arte y es atendida por un conjunto rotatorio de hombres trajeados, los cuales parecen trabajar ahí desde hace décadas. Fui el único huésped la mayor parte del tiempo que estuve ahí, en una suite que, inexplicab­lemente, incluía un comedor completo, y nunca estuve cien por ciento seguro de que no eran fantasmas. Montrose es la parte de Houston que más se ve como se supone que se ve una ciudad atractiva: densa, verde, llena de museos, cafeterías, bares y otros negocios hip independie­ntes. Se puede caminar por los alrededore­s (aunque pocos parecen hacerlo). Montrose también ha sido el centro de la escena gastronómi­ca de la urbe, la cual, como es costumbre en estos días, ha encabezado la carga de la ciudad hacia el interior de las conversaci­ones en EE.UU. de la manera en que la música u otras artes pudieron haberlo hecho para una metrópoli emergente hace 20 años.

Nadie ha trabajado más duro en pos de ese fin que Chris Shepherd, quien tiene tres restaurant­es en Montrose. Su imperio comienza a lo largo de la calle Westheimer, la zona de Montrose que más atrae gente, en el edificio que alguna vez fue su local insignia, el Underbelly, y que desde septiembre del año pasado abrió sus puertas otra vez como un restaurant­e de carnes a la parrilla, el Georgia James. Ese menú (quizá quieras tomar nota) comenzó como un experi-

mento de un año en el One Fifth, calle abajo, y Shepherd lo ha transforma­do conceptual­mente cada año, consideran­do que su contrato tiene duración de un lustro. El tercer turno, este otoño, es para la comida “Mediterrán­ea”.

Shepherd es un hombre enorme, devoto de los pantalonci­llos cortos, camisas de vestir hechas a medida por la venerable sastrería de Houston Hamilton Shirts y zapatos deportivos New Balance que ocultan los resultados de sus pedicures mensuales, rematados por barniz de uñas en color azul acero oscuro, el cual resulta ser el tono de los Texanos de Houston. Nacido en Nebraska y criado en Tulsa, llegó a la ciudad a estudiar en una escuela de gastronomí­a cuando tenía 22 años, y ya nunca se fue. “Me enamoré de Houston”, dice. “Todo lo que quería estaba aquí”. En sus días de descanso, conducía sin rumbo y exploraba. Cuando encontraba algo que le parecía delicioso, no tenía reparos en preguntar cómo se preparaba, y al cabo vertió todas esas experienci­as en el menú del Underbelly, al cual Shepherd le dio el lema “La historia de la comida de Houston”.

“Quería mostrarles a los houstonian­os su propia ciudad”, dice.

Una cálida mañana, estaba haciendo lo mismo conmigo. A pesar de haber hecho este viaje cientos de ocasiones, él se emocionó visiblemen­te a medida que nos acercábamo­s al Bellaire Boulevard, la atracción principal del Barrio Chino de Houston. Cada placita comercial ofrece una nueva y repentina parada obligatori­a: fideos hechos a mano por aquí, empanadill­as de Szechuan por allá.

Shepherd y yo comenzamos nuestro tour en el Saigon Pagolac, uno de los primeros restaurant­es vietnamita­s que abrieron mientras la comunidad de inmigrante­s asiáticos se iba extendiend­o por Bellaire a fines de los años 80. En el curso de unos minutos, la mesa estaba atiborrada de platillos: el banh xeo, panqué de huevos fritos; rollitos de carne envueltos en hojas de betel, y cuadros esponjosos de bánh hoi, que son cojincillo­s hechos de fideos de arroz intrincada­mente tejidos. Hasta hace poco, Shepherd había hallado a un proveedor cercano de bánh hoi para surtir a su propio restaurant­e, descubrimi­ento del que hablaba como si cada entrega semanal llegara en trineo tirado por renos.

Nos alcanzó Alba Huerta, quien llegó con su familia a Houston desde México cuando ella tenía seis años de edad, y por largo tiempo, ha sido una de las bartenders más eminentes de la ciudad. Además de ser copropieta­ria de The Pastry War (La guerra de los pasteles), una mezcalería en el centro de la ciudad, es dueña del Julep Bar, que se especializ­a en cocteles sureños y tiene una tina del tamaño de

un jacuzzi llena de hielo picado, detrás de la barra, con un hada de cobre irguiéndos­e desde su centro.

Platicamos, mientras comíamos, acerca de la emergente escena gastronómi­ca de la ciudad. El punto de inflexión, concordaro­n ellos, fue el annus mirabilis (año maravillos­o) de 2012. Ese año, Shepherd abrió el Underbelly. Huerta trabajaba como bartender en el Anvil Bar & Refuge, de Bobby Huegel, que había abierto unos cuantos años antes y estaba aprovechan­do la nueva ola de cocteles artesanale­s. Uno de sus fundadores, Morgan Weber, justo había abierto el Revival Market, un restaurant­e gourmet. Una rama de Uchi, cadena de sushi de alta gama, llegó de Austin. Unos años antes, Justin Yu y Seth Siegel-gardner, ambos chefs oriundos de Houston que habían estado trabajando en la alta cocina en California y en Europa, volvieron a la ciudad y, junto con Terrence Gallivan, abrieron un restaurant­e temporal para el verano, que duró un mes abierto. Tuvo un éxito tan rotundo, que a continuaci­ón empezaron a echar a andar ambiciosos proyectos por toda la urbe: Siegel-gardner y Gallivan inauguraro­n The Pass and Provisions, y Yu creó Oxheart, un restaurant­e basado en la degustació­n del menú donde también se agenció un premio James Beard.

Nacía una escena gastronómi­ca. Una que, como sus participan­tes pronto se dieron cuenta, tenía el potencial de inventar una identidad culinaria en un lugar que jamás había tenido algo así.

Desde entonces, los miembros de esa generación han continuado laborando juntos en varias combinacio­nes. Y todos parecen haber alcanzado un punto natural de cambio: recienteme­nte, Yu transformó el Oxheart en el Theodore Rex, de ambiente menos rígido (otro premio GQ al Mejor Nuevo Restaurant­e en 2018); el Revival Market ha transitado hacia un restaurant­e de servicio rápido; Huerta está trabajando en un bar más pequeño y más fancy al interior del Julep, y Shepherd convirtió el Underbelly en el UB Preserv.

Ya atiborrado­s, Shepherd y yo seguimos con unas cuantas libras de langosta vietnamita en el Mike’s Seafood, sitio del que uno de sus chefs le dio un tip. Ya muy avanzada la temporada, la coraza de la langosta sale con dificultad, pero el jugo de cítricos, el ajo y la mantequill­a en que la bañan hizo que el esfuerzo valiera la pena. Al irnos, Shepherd notó un letrero, unas cuantas puertas más adelante, de una tienda de abarrotes nigeriana llamada DD Vantage. Hay más nigerianos en Houston que en cualquier otra parte del mundo, o casi, y Shepherd ha estado ansioso de aprender más acerca de su cocina, con un ojo echado en añadirla a la mezcla del UB Preserv. Entramos, sorprendie­ndo a una mujer llamada Nora, que trabajaba en la caja registrado­ra. Shepherd recorrió los pasillos, haciendo preguntas: “¿Qué aceite de coco de color rojo sangre es mejor? ¿Para qué son los frijoles fermentado­s?”.

“¿Es usted del FBI?”, preguntó Nora.

“Soy chef”, respondió

Shepherd.

“Oh, Dios”, dijo Nora, sacudiendo la cabeza, “cuando eres chef te dedicas a jugar con las cosas y a llamarles comida”.

Shepherd apuntó su número, invitando a Nora a ir al UB Preserv. Salió con una pesada bolsa de suministro­s y la promesa de traer a algunos de sus cocineros para hacer más preguntas. El menú que nos ofrecieron, supervisad­o por Nick Wond, chef de cuisine graduado del Momofuku Ssäm Bar de Nueva York, abarca las influencia­s de la ciudad de modo liberal y sensual. Muchos de los platillos visten su inspiració­n en la manga: el carpaccio de res untado con una salsa aioli con canela, anís estrellado y otras especias, y cubierto con hierbas vietnamita­s, es algo como un pho (platillo vietnamita), pero sin el caldo. El yaka mein de pescuezo de pavo es un saludo directo a la sopa de fideos mezcla de créole y asiática de Nueva Orleans. ¿Acaso hay algo ligerament­e absurdo en aglomerar todas estas tradicione­s juntas? Sí lo hay. Aunque debería recalcarse que Shepherd hizo lo mismo con gastronomí­as occidental­es en el One Fifth, donde con el tema “Lenguas Romances”, pretendió fusionar las gastronomí­as

2012 fue un año decisivo en la escena gourmet de Houston. En esa fecha, comenzó a nacer un panorama gastronómi­co que tenía potencial de inventar una identidad culinaria en un lugar que jamás había tenido algo así.

francesa, española e italiana. ¿Siempre funciona? No, no siempre. ¿Suele ser delicioso? Mucho. Me vi envolviend­o trozos de carne al pastor, mexicana, en las hojas de lechuga que vienen con el larb, platillo tailandés a base de puerco, y empapándol­a en la salsa de ajo, fría y húmeda, que Shepherd ha improvisad­o para la langosta al estilo vietnamita y que se ha vuelto sinónimo del delicioso dividendo de esta polinizaci­ón transcultu­ral.

DESDE LUEGO, LLA MARLE COOL A UNA CIUDAD TIENE SU TRUCO.

¿Cool pero cómo? ¿Cool para quién? Cool no es lo mismo que hipster, y ciertament­e no es lo mismo que aburguesad­o, aunque ambos términos se le pegan a lo cool como rémoras a un tiburón. Y Houston no se volvió repentinam­ente cool sólo porque los fuereños comenzaran a notarlo. Era así, ciertament­e, cuando una marca de hip-hop, más lento, emergió de las calles a principios de los 90. Nadie es mejor evidencia de ese cool arreciado que Bun B. Siendo la mitad de los Undergroun­d Kingz (UGK), ha ayudado a traducir ese sonido en el rap de Houston, sonido en que el legendario mezclador de cintas, DJ Screw, fue pionero, en imitación a los ritmos soñadores y fangosos creados en medio del consumo de codeína. Desde la muerte de su socio, Pimp C, ocurrida en 2007, Bun B se ha vuelto uno de los impulsores más notorios de la ciudad, codeándose con políticos, millonario­s y grupos de hip-hop más jóvenes. Él aún realiza presentaci­ones y, junto con su esposa, produce una serie excepciona­lmente graciosa de videos de cocina llamada Trill Meals. “Las comunidade­s blancas tienen sus propias cafeterías y bares y todo eso. Las comunidade­s negras han comenzado a invertir cada vez más en ellas mismas”, me dijo Bun B. “Es un esfuerzo consciente por llevar negocios negros hacia los vecindario­s negros. Sólo es parte de nuestra natural autosufici­encia”.

La Semana del Restaurant­e Negro comenzó en Houston en 2016 y desde entonces se ha propagado a otras cinco ciudades. El restaurant­e Kitchen 713 ha sido uno de los participan­tes en la promoción, sirviendo comida “Global Soul” desde su local cercano a la Universida­d Rice. Otro es Turkey Leg Hut, un restaurant­e nocturno salvajemen­te exitoso, propiedad de la pareja compuesta por Lynn y Kia Price. La música ya retumbaba al mediodía, cuando me senté en la barra. Tras de ella cuelga un letrero de neón que reza: “Cuando la vida te dé limonada, agrégale Hennessy”. Lo que en apariencia es igualmente aplicable cuando la vida te da piernas de pavo. El artículo insignia del negocio es una pierna del tamaño de un tomahawk, ahumada hasta el color rojo rubí y que se deshace en trozos al menor toque; una versión viene “laqueada” (barnizada) con un glaseado dulce ligerament­e perfumado con Hennessy. También hay una versión, el Cîroc Mango Habanero, que sentí sería demasiado histriónic­o ordenar. Las piernas también se pueden ordenar rellenas de camarones Alfredo o de langosta con macarrones y queso. Si esto suena de mal gusto, tómese en cuenta que es una reminiscen­cia, nada menos, que del platillo insignia de Martin Picard, chef de Montreal, quien rellena de foie gras una manita de cerdo cocida a fuego lento, en su restaurant­e Au Pied de Cochon, y a cambio recibe incontable­s preseas, además de 60 dólares canadiense­s.

LA FRONTERA VIENE EN DIFERENTES FOR MAS.

A veces se parece a una camioneta ranchera a punto de salirse de control sobre la Autopista Interestat­al 45, y bamboleánd­ose detrás de ella un ahumador echando humo a columna completa, esparciénd­ose por la carretera como la estela de una locomotora. Estoy hablando del Bookity Bookity Boudain Man, rey de los piratas del barbecue de Houston, cuyo destino es el estacionam­iento de un Walmart, en alguna parte al norte del Lazo (la I-610) y al sur del Circuito Interior (la TX-8). Estoy siendo ambiguo porque, tal como me lo dice Bookity, él está “metido en la economía informal”, posición que

HOUSTON ES UN LUGAR MUY COOL “Houston es cool porque a Houston le tiene completame­nte sin cuidado ser cool”.

de alguna manera no le impide aceptar pagos con tarjeta o tener una página de Facebook, pero que tiene una historia bien establecid­a en Houston. “Aquí tenemos una tradición de barbecue ‘a la sombra del árbol’”, me dijo J.C. Reid, cofundador y administra­dor del Houston BBQ Festival, y que escribe una columna sobre barbecue en el Houston Chronicle. “Alguien simplement­e se instala bajo un árbol y comienza a cocinar. Es vieja cultura silvestre”.

Bookity usa un gorro de chef y una playera estampada con billetes de 100 dólares y la palabra “Hustle”. El año pasado perdió el pie izquierdo por consecuenc­ia de la diabetes, así que usa una silla de ruedas, y mientras un empleado más joven trabaja con el ahumador, él trabaja con la multitud. Un flujo constante de autos y camionetas (SUVS), conducidos por blancos, afroameric­anos, latinos y asiáticos se pierden en la noche con chisporrot­eantes piezas de salchicha de boudin, costillare­s o filetes de hombro de cerdo procedente­s de la caja del ahumador; o bien con húmedos trozos de salchicha hecha con un venado que un par de comensales, que son policías y también cazadores, le han traído. “Eso es carne silvestre”, dice él. “No todo el mundo la aguanta”.

A VECES, LA FRONTERA SE VE COMO EL PARAÍSO DE LOS HIPSTERS,

en forma de un caótico complejo de bares a media ciudad, llamado Axelrad Beer Garden. En el centro de sus espacios exteriores hay un enorme árbol cubierto de luces de neón. Alrededor de ese tótem, cuando Wise y yo lo visitamos, había todo un bazar: un Airstream decorado con corcholata­s de cerveza, mesas de masaje, estantes llenos de juegos de mesa, alguien vendía churros en una mesa plegable, en otra mesa un asiático ofrecía biryanis, algunas parejas se abrían camino a través del lugar con humeantes cajas procedente­s de la pizzería de al lado... Por su lado más largo había un “huerto” de hamacas colgando de soportes metálicos, moviéndose con la brisa del verano, cada una pesada como una extraña vaina que sostenía algún joven y hermoso cuerpo, a veces dos. Si algún día te preguntas de dónde salieron todos estos hipsters, pues asómate a los fértiles Campos de Hamacas del este de Texas. Tal vez es ese espíritu contestata­rio lo que en última instancia define lo cool de Houston. Ese espíritu de una ciudad en la que lo cool no es el bien primario y puede darse el lujo de recostarse y dejar que el mundo venga a ella en el momento en que el mundo quiera ponerse al corriente. Tal como lo dijo el pasajero de Mathew Odam, antes de cerrar la portezuela del carro y encaminars­e al césped del Menil y a su propia leyenda: “Houston es cool porque a Houston le tiene completame­nte sin cuidado ser cool ”.

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 ??  ?? EN ESTA PÁGINA DESDE ARRIBA: Una hamburgues­a Texas-stye Brisket de Ray's, el Bookity Bookity Boudain Man, un plato barbecue de The Pit Room y Alba Huerta.
EN ESTA PÁGINA DESDE ARRIBA: Una hamburgues­a Texas-stye Brisket de Ray's, el Bookity Bookity Boudain Man, un plato barbecue de The Pit Room y Alba Huerta.
 ??  ?? SOBRE ESTAS LÍNEAS: El rapero Bun B (uno de los mejores embajadore­s de Houston) cortándose el pelo con Nicholas Howard.
SOBRE ESTAS LÍNEAS: El rapero Bun B (uno de los mejores embajadore­s de Houston) cortándose el pelo con Nicholas Howard.
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A LA IZQUIERDA, DESDE ARRIBA: El Theodore Rex, unode los Mejores Restaurant­es de 2018 según GQ y un platillo del Saigon Pagolac.

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