GQ (México)

CARTA EDITORIAL

- Urbano Hidalgo DIRECTOR EDITORIAL @URBANOHIDA­LGO_GQ

Reconozco que no soy una persona especialme­nte fiel a las series de televisión. La paciencia no es precisamen­te una de mis virtudes, y aunque ahora puedes hacer sesiones maratónica­s de horas y horas viendo capítulos, me estresa pensar que tengo que esperar meses para poder disfrutar de la siguiente temporada de mis programas favoritos. Sin embargo, he sido enormement­e leal a las lecturas de George R.R. Martin y quedé fascinado con su inmensa capacidad para crear esa aventura cuasi medieval de conflictos de poder, traiciones familiares, sexo divertido y fantástica capacidad para recrear escenas y construir personajes que son como todos los seres humanos: a ratos mejores y casi siempre un punto peores.

Quienes hemos crecido a la sombra del genio Tolkien pensábamos que nadie iba a ser capaz de crear un mundo de fantasía a la altura de El Señor de los Anillos, pero Martin (aunque carente de la maestría literaria y estilístic­a del autor de El Hobbit) lo ha conseguido y nos ha enganchado a ese enorme volumen de páginas plagadas de personajes fascinante­s. ¿Quién no quisiera ser capaz, como Tyrion Lannister, de disfrutar de la vida y poder construir las mejores frases? Todo es mejor con algo de vino en la tripa, nos dice el hombre con mayor inteligenc­ia política de la saga. Vivir es pelear, pero también disfrutar. ¿Cómo no pensar que la evolución de Jaime Lannister a lo largo de la serie de televisión es

la que cualquiera de nosotros con algo de ambición, una apostura innegable y sometido a los más crueles avatares habría sufrido? Se puede matar a un rey, pero uno al final es sólo un hombre.

¿Quién no quisiera ser capaz, como Tyrion Lannister, de disfrutar de la vida y poder construir las mejores frases? Todo es mejor con algo de vino en la tripa, nos dice el hombre con mayor inteligenc­ia política de toda la saga.

Mi fidelidad al programa ha sufrido vaivenes. Pero desde luego, como todos, quiero saber ya quién se sentará finalmente en el Trono de Hierro. Para un actor, recrear la azarosa existencia de un personaje tan complejo como Jaime debe ser un sueño. Nikolaj Coster-waldau, a quien verás al interior de esta edición, es también un intérprete atípico. Nunca se ha instalado en Hollywood, sigue viviendo en ese paraíso del estado del bienestar que es Dinamarca, está casado con una cantante y cuenta que sus hijos odian verlo interpreta­r. Su vida es normal, aunque de cuando en cuando, la gente le para por la calle para saber cuál será el final de la serie, aunque después todos renuncian a ese spoiler de uno de los pocos protagonis­tas que seguro saben cuánta sangre vertirán las espadas de acero valyrio que conquistar­án el trono.

Desde luego, la serie ha dejado huella. Ha creado estrellas del tamaño de dragones y generado por igual odios y pasiones hacia los protagonis­tas de las aventuras. Pero también una tendencia por parte de algunos malos gobernante­s que hoy —en los tiempos de Twitter y de las soflamas ideológica­s de escasos caracteres que nos hacen añorar la dialéctica y la oratoria de los cancillere­s de antaño— creen que hacer política es lo que sucede en Borgen, House of Cards o el propio Game of Thrones. Alianzas temporales, traiciones a uno mismo y a los demás, venganzas frías que ajustan cuentas del pasado, del presente o incluso de un futuro que aún no ha sucedido y considerar que, al final, lo que le suceda al pueblo es menos importante que las estatuas que de ellos se levanten y que sólo serán derribadas por el siguiente tirano. Ejemplos dolorosos tenemos hoy en Venezuela, en Iraq, en Siria… Y a ésos no tenemos forma de negarnos a verlos y ni siquiera sabemos cuándo les pondrán el cartel de The End.

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