GQ (México)

EL TENOR QUE NOS PUSO DE PIE

Sólo tres veces en la historia, el público del Met Opera House de Nueva York ha interrumpi­do una función para ovacionar de pie a un tenor. Y sí, uno es Javier Camarena.

- Por Dolly Mallet

Javier Camarena llora en el escenario, con los brazos abiertos y una expresión de éxtasis. Agradece al público y vuelve para cantar una de las arias más complicada­s, que inclusopav­arotti no logró en su momento. Una secuencia que se repite aquí y allá cuando el tenor se presenta y el público pide más.como la primera vez en Bellas Artes, en 2005, y después en el Met, en 2014, causando sensación y siendo nombrado como el mejor tenor del momento. “Esa plenitud del aplauso es mi espacio para dar gracias, no solamente al público, sino a Dios; es saber que lo que pedí se está realizando, porque presencio en la reacción de la gente un milagro”, confiesa emocionado Camarena, en un café de Manhattan, después de tres funciones en las que la audiencia lo ovacionó.

“Mi sueño era cantar aquí y se cumplió en 2011, pero el sueño creció, porque no nada más hay que conquistar la cima, sino también permanecer en ella. Debes prepararte y estudiar constantem­ente, imponerte un círculo disciplina­rio intenso, pues la gente esperará lo mejor de ti”, reflexiona el tenor.

Pero ¿cómo llegó a la cima un chico de familia de ingenieros, que admiraba a Timbiriche y que no terminó la universida­d?

A sus papás les gustaba la música (Pedro Infante y Chicoché, por ejemplo). Y él jugaba a ser Tino de Parchís, pero cuando escuchó un concierto en vivo con la música de Star Wars, algo muy fuerte vibró en él. “La música venía de fábrica. Todo el tiempo tenía discos reproducié­ndose. En la escuela aprendí flauta

y mis amigos me invitaron al coro de la iglesia. Ahí, terminé siendo director del coro, hice mis composicio­nes y lo disfrutaba”.

Camarena era un estudiante regular, que debía seguir el camino de sus padres y se enroló en el bachillera­to técnico. No le gustaba, aunque debía continuar lo andado, así que se inscribió a Ingeniería en la universida­d. Al finalizar el primer semestre, se sintió totalmente miserable y habló con sus papás para decírselos.

“‘Pues ahora terminas’, me contestaro­n. Tardé año y medio en acabar el segundo semestre. Ya no lo soportaba. Sólo sabía que quería estudiar música”, relata Javier, quien se dio de baja y fue aceptado en la Facultad de Canto. Sus padres se enteraron por el periódico: “Su reacción no fue la mejor. Me dijeron que me pagara yo los estudios y que iba a terminar barriendo las calles; les respondí: ‘Quizá, pero seré feliz’”.

Con el trabajo en una papelería, se pagó las clases y se graduó con honores. Una variedad de concursos lo llevaron a trabajar en Bellas Artes y a audicionar en Zúrich, donde consiguió un contrato de cinco años. Desde entonces, vive allí con su esposa—guitarrist­a, a quien conoció en la Facultad de Música—y sus dos hijos. Y el resto hoy es historia:

“El paso más difícil es el primero y los que siguen son un salto de fe. No debes olvidar por qué brincaste. No pierdas de vista esa parte que te mueve y te motiva; si no la olvidas, vas a ser feliz, y al final, esa tiene que ser la meta”, concluye Camarena.

“El primer comentario negativo que recibí fue un gran golpe y me llevó un buen rato digerirlo. Ahora sé que si doy lo mejor de mí, las críticas no me afectan. Hay que tomarlas de quien vienen, y al final, el crítico más feroz soy yo mismo”.

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