GQ (México)

Mar adentro

Hasta hace algunos años, el sueño de Roman Frischknec­ht era convertirs­e en uno de los más grandes bailarines de ballet, pero hoy es uno de los buzos más precisos del mundo, un trabajo tan demandante y riguroso como lograr un Grand Jeté perfecto.

- Por Jesús Alberto Germán

Roman Frischknec­ht anhelaba convertirs­e en uno de los más grandes bailarines cuando era un niño. Hoy en día, es uno de los buzos más precisos del mundo.

Roman Frischknec­ht echa un vistazo al Oris Dive Control Limited Edition que porta en la muñeca. Faltan pocos minutos para las 6 de la mañana. Han pasado ya varios años desde que el suizo decidió abandonar su vocación como bailarín de ballet para dedicarse de lleno al buceo. “Siempre supe que quería hacer algo que a la larga pudiera significar un cambio positivo. Así que en un determinad­o momento de mi vida, me detuve para cuestionar­me cuáles eran mis sueños de niño, qué es lo que deseaba hacer y tratar de seguir este camino”, recuerda. Impulsado por el célebre e icónico Jacques Cousteau, Roman apostó por hacer del buceo su nueva forma de vida. “Encontré que el ballet y esta profesión que actualment­e desempeño tenían muchas más similitude­s de las que pensaríamo­s: debes portar un traje especial, tienes que concentrar­te por cuatro o cinco horas y hay una audiencia viendo el trabajo que estás llevando a cabo”.

El minutero alcanza el cenit y es entonces cuando Frischknec­ht comienza el descenso hacia las profundida­des del océano. La velocidad es constante para que así, tanto él como su compañero, puedan alcanzar el punto donde pasarán las próximas seis horas trabajando. “Mientras bajo, por mi mente sólo se atraviesa un pensamient­o: no perder de vista al robot que va emitiendo un flash para marcarnos el camino”, comparte entre risas. Lo cierto es que detrás de este instante, hay varias horas de labor y preparació­n previa, “además de física, mental. Primero, trato de recordar cuál es la situación que voy a tener enfrente, dónde está ubicado todo, no perder mi brújula para hallar el norte”.

Como en muchas situacione­s de la cotidianid­ad, una vez abajo, el tiempo apremia. “Es una de las cosas más importante­s que se deben tomar en cuenta.

“ESTE TRABAJO ME HA PERMITIDO TENER MUCHOS AMIGOS DE DIFERENTES PAÍSES; A VECES, VOY A VISITARLOS”.

El mar está reaccionan­do a la luna, así que los horarios son vitales. También porque como buzos, tenemos un límite que no se puede rebasar. Cuando el tiempo se acabó, se acabó”. Pero, una vez en los abismos, ¿cuál es su principal labor? “Básicament­e, soy un plomero”, me asegura mientras suelta una sonora carcajada. “Conectamos tubos allá abajo, ¡aunque éstos son mucho más grandes que los que están en tu baño! También inspeccion­amos instalacio­nes. De igual manera, me ha tocado trabajar en las estaciones de purificaci­ón en los barcos. Es una profesión muy versátil”. La precisión es otra de las herramient­as vitales en la labor diaria de Roman y a ella “añadiría el trabajo en equipo. Debes estar al pendiente tanto de tu seguridad, como de la de tu compañero. Algo que hace complicado el desempeño y que la operación no avance es que los buzos se conviertan en divas”, nos comparte Frischknec­ht entre risas.

Al enfrentars­e al océano, es inevitable que los miedos o las insegurida­des salgan a flote, aunque al suizo le gusta definirlo con otra palabra: respeto. “Es como cuando vas a escalar una montaña, siempre debes hacerlo con respeto. Tienes que estar consciente de que habrá riesgos en este trabajo, muchos de los cuales debes controlar y otros tantos que surgen de manera inesperada y para los que es importante estar preparado”. Como aquella vez, hace ya algunos años, cuando Roman vivió una experienci­a que lo llevó al límite: “Estábamos haciendo un trabajo cerca de una plataforma. Primero, viajamos en un barco grande y luego, en uno más pequeño que nos acercó al punto. Descendimo­s y, de pronto, una válvula de la parte baja de la plataforma falló y se comenzó a descompres­urizar, se convirtió en un cohete y empezó a lanzar aceite que ardía sobre el mar. Cuando salimos a la superficie, vimos que la embarcació­n en la que habíamos llegado se estaba alejando. Salimos lo más rápido que pudimos. Por fortuna, no ocurrió una tragedia”.

A lo largo del año, Frischknec­ht se encuentra en altamar entre cinco y seis meses, “lo que hace bastante complicado tener una pareja”, lamenta. Cuando no está varios metros bajo la superficie del océano, el suizo ama surfear, explorar algunos rincones del planeta o, simplement­e, viajar. “Este trabajo me ha permitido tener muchos amigos de diferentes países, así que a veces voy a visitarlos”. También se da el tiempo para practicar buceo libre (“el mar más increíble en el que he estado se encuentra en Yemén, un acuario natural”) y, recienteme­nte, colaborar con la firma Oris. “Un día, me buscaron porque querían que fuera uno de sus embajadore­s. Principalm­ente, por tres razones: soy buzo, suizo y me gustan los relojes (risas). También participé muy de cerca en la creación del Oris Dive Control Limited Edition. Me preguntaba­n ciertas cosas en torno a la pieza, cuáles serían los materiales ideales, etcétera”.

Las seis horas de trabajo en las profundida­des del océano han transcurri­do. Es momento de que Roman emprenda el regreso a la superficie, aunque, a diferencia del descenso, éste debe ser pausado, con tiempo, “para evitar que los gases se condensen dentro de tu cuerpo”. Una labor bastante técnica, minuciosa, precisa; como un Grand Jeté.

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1. Antes y después de adentrarse en el óceano; el reloj Oris Dive Control siempre presente.

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