Mar adentro
Hasta hace algunos años, el sueño de Roman Frischknecht era convertirse en uno de los más grandes bailarines de ballet, pero hoy es uno de los buzos más precisos del mundo, un trabajo tan demandante y riguroso como lograr un Grand Jeté perfecto.
Roman Frischknecht anhelaba convertirse en uno de los más grandes bailarines cuando era un niño. Hoy en día, es uno de los buzos más precisos del mundo.
Roman Frischknecht echa un vistazo al Oris Dive Control Limited Edition que porta en la muñeca. Faltan pocos minutos para las 6 de la mañana. Han pasado ya varios años desde que el suizo decidió abandonar su vocación como bailarín de ballet para dedicarse de lleno al buceo. “Siempre supe que quería hacer algo que a la larga pudiera significar un cambio positivo. Así que en un determinado momento de mi vida, me detuve para cuestionarme cuáles eran mis sueños de niño, qué es lo que deseaba hacer y tratar de seguir este camino”, recuerda. Impulsado por el célebre e icónico Jacques Cousteau, Roman apostó por hacer del buceo su nueva forma de vida. “Encontré que el ballet y esta profesión que actualmente desempeño tenían muchas más similitudes de las que pensaríamos: debes portar un traje especial, tienes que concentrarte por cuatro o cinco horas y hay una audiencia viendo el trabajo que estás llevando a cabo”.
El minutero alcanza el cenit y es entonces cuando Frischknecht comienza el descenso hacia las profundidades del océano. La velocidad es constante para que así, tanto él como su compañero, puedan alcanzar el punto donde pasarán las próximas seis horas trabajando. “Mientras bajo, por mi mente sólo se atraviesa un pensamiento: no perder de vista al robot que va emitiendo un flash para marcarnos el camino”, comparte entre risas. Lo cierto es que detrás de este instante, hay varias horas de labor y preparación previa, “además de física, mental. Primero, trato de recordar cuál es la situación que voy a tener enfrente, dónde está ubicado todo, no perder mi brújula para hallar el norte”.
Como en muchas situaciones de la cotidianidad, una vez abajo, el tiempo apremia. “Es una de las cosas más importantes que se deben tomar en cuenta.
“ESTE TRABAJO ME HA PERMITIDO TENER MUCHOS AMIGOS DE DIFERENTES PAÍSES; A VECES, VOY A VISITARLOS”.
El mar está reaccionando a la luna, así que los horarios son vitales. También porque como buzos, tenemos un límite que no se puede rebasar. Cuando el tiempo se acabó, se acabó”. Pero, una vez en los abismos, ¿cuál es su principal labor? “Básicamente, soy un plomero”, me asegura mientras suelta una sonora carcajada. “Conectamos tubos allá abajo, ¡aunque éstos son mucho más grandes que los que están en tu baño! También inspeccionamos instalaciones. De igual manera, me ha tocado trabajar en las estaciones de purificación en los barcos. Es una profesión muy versátil”. La precisión es otra de las herramientas vitales en la labor diaria de Roman y a ella “añadiría el trabajo en equipo. Debes estar al pendiente tanto de tu seguridad, como de la de tu compañero. Algo que hace complicado el desempeño y que la operación no avance es que los buzos se conviertan en divas”, nos comparte Frischknecht entre risas.
Al enfrentarse al océano, es inevitable que los miedos o las inseguridades salgan a flote, aunque al suizo le gusta definirlo con otra palabra: respeto. “Es como cuando vas a escalar una montaña, siempre debes hacerlo con respeto. Tienes que estar consciente de que habrá riesgos en este trabajo, muchos de los cuales debes controlar y otros tantos que surgen de manera inesperada y para los que es importante estar preparado”. Como aquella vez, hace ya algunos años, cuando Roman vivió una experiencia que lo llevó al límite: “Estábamos haciendo un trabajo cerca de una plataforma. Primero, viajamos en un barco grande y luego, en uno más pequeño que nos acercó al punto. Descendimos y, de pronto, una válvula de la parte baja de la plataforma falló y se comenzó a descompresurizar, se convirtió en un cohete y empezó a lanzar aceite que ardía sobre el mar. Cuando salimos a la superficie, vimos que la embarcación en la que habíamos llegado se estaba alejando. Salimos lo más rápido que pudimos. Por fortuna, no ocurrió una tragedia”.
A lo largo del año, Frischknecht se encuentra en altamar entre cinco y seis meses, “lo que hace bastante complicado tener una pareja”, lamenta. Cuando no está varios metros bajo la superficie del océano, el suizo ama surfear, explorar algunos rincones del planeta o, simplemente, viajar. “Este trabajo me ha permitido tener muchos amigos de diferentes países, así que a veces voy a visitarlos”. También se da el tiempo para practicar buceo libre (“el mar más increíble en el que he estado se encuentra en Yemén, un acuario natural”) y, recientemente, colaborar con la firma Oris. “Un día, me buscaron porque querían que fuera uno de sus embajadores. Principalmente, por tres razones: soy buzo, suizo y me gustan los relojes (risas). También participé muy de cerca en la creación del Oris Dive Control Limited Edition. Me preguntaban ciertas cosas en torno a la pieza, cuáles serían los materiales ideales, etcétera”.
Las seis horas de trabajo en las profundidades del océano han transcurrido. Es momento de que Roman emprenda el regreso a la superficie, aunque, a diferencia del descenso, éste debe ser pausado, con tiempo, “para evitar que los gases se condensen dentro de tu cuerpo”. Una labor bastante técnica, minuciosa, precisa; como un Grand Jeté.