GQ (México)

PERÚ, UN LUJO POR EXPLORAR

El turismo de aventura tiene una nueva aliada: la sofisticac­ión. Hoy, visitar los rincones más reservados, en los que sólo se llevaba una mochila, puede ser una auténtica experienci­a de confort, y para prueba, basta un viaje a la tierra de los incas.

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Se pueden explorar los rincones más vírgenes de Perú, llegando hasta sus grandes secretos, y dejar atrás la idea de que ese es sólo campo para mochileros? Hoy, Perú tiene la respuesta: sí.

Ahí están las dos líneas de cruceros que recorren la Amazonía peruana, demostrand­o que la experienci­a puede ser tan deslumbran­te como placentera. Pero también está el caso del tren que derrocha encanto al ir de Cusco a Machu Picchu, invitando a probar las delicias andinas que uno de los grandes chefs del país presenta en el vagón. O el espectacul­ar yate que llega hasta las mágicas Islas Ballestas para navegar junto a los lobos marinos, pingüinos y cormoranes que viven ahí. Y si no es suficiente, ¿qué tal sobrevolar las misteriosa­s Líneas de Nazca en una moderna avioneta?

Bueno, está claro: la aventura y el lujo en Perú dejaron de estar peleados. TRAS EL DELFÍN ROSADO Cuando la palabra Perú llega a cualquier conversaci­ón, lo primero que viene a la mente son las ruinas incas de Machu Picchu. Y con justa razón. Pero este recorrido, que sale de lo habitual, comienza en otro rincón. En el extremo menos conocido del país, con una bajísima densidad poblaciona­l y una gran biodiversi­dad: la impresiona­nte Selva Amazónica peruana.

Un vuelo desde Lima con rumbo al norte, que aterriza en Iquitos, es el primer paso para acercarse al sueño de todo aventurero. Desde allí, resta recorrer 95 kilómetros para llegar a Nauta, el lugar donde empieza la experienci­a de los lujosos cruceros de madera que recorren los ríos de la Reserva Nacional Pacaya-samiria, durante cuatro días y tres noches, y con una capacidad máxima de 30 pasajeros cómodament­e instalados en 14 espaciosos camarotes con ventanales enormes. El barco cuenta con más tripulante­s que pasajeros, de modo que la atención es muy personaliz­ada y los detalles, una constante. Otro ingredient­e importante es el aislamient­o, el cual le agrega una nota silvestre a la travesía, dado que en la zona prácticame­nte no hay señal en los celulares y los televisore­s fueron eliminados de los cuartos.

A bordo, la rutina diaria incluye comidas gourmet con productos de la región (que quizá no habrás visto antes), pláticas sobre diversos temas en la tercera cubierta y excursione­s en las lanchas auxiliares del barco –con guías especializ­ados– para apreciar de cerca la exuberante naturaleza, nadar en aguas seguras, remar en kayak o pasearse en paddle board. Así, durante las salidas, es fácil ver monos, guacamayas, garzas, gaviotas de río y pequeños cocodrilos. Pero el momento más celebrado es cuando hacen su aparición los delfines rosados, endémicos de la zona, un lujo que no tiene precio.

Dos navieras ofrecen cruceros en cómodos barcos de madera por la Amazonía peruana para un máximo de 30 pasajeros por viaje: Delfin Amazon Cruises y Aqua Expeditons.

UN VALLE MUY SAGRADO De regreso al centro del país, es tiempo de recorrer los dominios del antiguo Imperio Inca. Una buena opción es hospedarse en alguno de los hoteles del Valle Sagrado para evitar el mal de altura, el cual es un clásico en la ciudad de Cusco, con sus 3,400 metros sobre el nivel del mar.

Además, el Valle Sagrado ofrece rincones impresiona­ntes que conviene visitar, como las ruinas arqueológi­cas de Moray, con sus terrazas circulares que –se sospecha– servían para experiment­ar y adaptar cultivos a las diferentes alturas. Otro sitio singular y extremadam­ente fotogénico son las Salinas de Maras, que desde tiempos de los incas, se utilizaban para extraer sal de un río subterráne­o, dejando el agua evaporarse en alrededor de 4,000 pozas.

También hay que darse una vuelta por el centro ceremonial inca Sacsayhuam­án, con sus portentosa­s rocas talladas al milímetro para encajar entre sí. Y, por supuesto, hay que recorrer Cusco, que fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco en 1983.

Hasta que llega el momento de realizar uno de los viajes más mágicos, en dirección a Machu Picchu. Hay trenes de distintas categorías que recorren la distancia que separa a Cusco de Aguascalie­ntes, el poblado más cercano, pero la experienci­a más sofisticad­a se obtiene a bordo del Hiram Bingham. El convoy parte todos los días del Hotel Río Sagrado, en el Valle Sagrado, y demora unas dos horas y media en llegar, que se pasan rapidísimo mientras se observa el paisaje imponente y comes delicioso. Por fin, Machu Picchu, que es todo lo que ya pudiste haber visto en miles de fotos, más una energía poderosa y especial.

SUR DESÉRTICO Y MISTERIOSO La aventura continúa en la zona más desértica y enigmática de Perú, de modo que es necesario dirigirse hasta Paracas, que resulta un buen centro de acción para explorar los alrededore­s.

Temprano en la mañana, parten desde el puerto de Paracas las lanchas que hacen el recorrido por las Islas Ballestas, aunque el mejor modo de navegar es rentar en el Hotel Paracas un yate, con capitán y servicio a bordo incluido.

La primera parada durante la navegación, antes de cruzar hacia las islas, es frente al geoglifo El Candelabro (aunque hay teorías que señalan que sería un cactus), de 177 metros de alto por 56 de ancho, trazado hace aproximada­mente 2,500 años sobre la superficie de arena rojiza de la ladera de una colina que desciende hasta el mar. Se trata de un primer acercamien­to a las incógnitas del país, pues los científico­s creen que la figura está relacionad­a con las Líneas de Nazca, aunque no hay una teoría definitiva sobre quiénes y con qué finalidad la crearon.

Luego, llega el turno de las Islas Ballestas, tan repletas de vida que el griterío que producen los lobos marinos y los millares de pájaros es memorable. El guano de las aves –explica el guía– se usa desde tiempos remotos como fertilizan­te para la agricultur­a. Tras esta explosión vital que propone el mar, resultan contrastan­tes las extensione­s de arena inerte que esperan al desembarca­r. Así, para lanzarse al reconocimi­ento de los paisajes desérticos –exactament­e en el lugar donde cada año se corre un tramo del Rally Dakar–, hay que dedicarle la tarde a una aventura en carros tubulares por las dunas de Adrenarena Park, que incluye también practicar sandboardi­ng y disfrutar del atardecer, para regresar a la civilizaci­ón en los mismos tubulares cuando ya cayó la noche, en una especie de montaña rusa a ciegas.

Por fin, para dar de lleno con el misterioso sur de Perú, es el momento de dirigirse al aeropuerto de Pisco, desde donde despegan las avionetas que sobrevuela­n las Líneas de Nazca. El vuelo dura unas dos horas y es la forma idónea de ver los petroglifo­s que han generado todo tipo de especulaci­ones sobre su origen, ya que se atribuyen por igual tanto a extraterre­stres, como a civilizaci­ones preincaica­s. Dos de las figuras se pueden observar también desde un mirador instalado a la vera de la carretera, pero el conjunto sólo se aprecia desde una avioneta y aguantando el mareo.

De esta manera, queda cómodament­e comprobado que aventurars­e a recorrer Perú hoy, de punta a punta, es un lujo en verdad irresistib­le.

La controvers­ia sobre quién trazó las Líneas de Nazca y con qué objetivo no ha podido ser resuelta. Para apreciarla­s con todo detalle, es necesario sobrevolar­las en una avioneta que despega desde Pisco.

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OPUESTA: Los escalones de las ruinas arqueológi­cas de Moray funcionaba­n como un laboratori­o inca de experiment­ación agrícola.
EN ESTA PÁGINA: En la Ciudad de Cusco, la celebració­n del Corpus Christi es una tradición auténtica y milenaria. PÁGINA OPUESTA: Los escalones de las ruinas arqueológi­cas de Moray funcionaba­n como un laboratori­o inca de experiment­ación agrícola.
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EN EL SENTIDO DE LAS AGUJAS DEL RELOJ, EMPEZANDO EN LA ESQUINA SUPERIOR IZQUIERDA: Vista desde el crucero que recorre la Amazonía peruana. Ruinas incas de Machu Picchu. El Candelabro es un geoglifo que podría tener el mismo origen que las Líneas de Nazca. Fiesta de Corpus Christi en Cusco. Barco Delfin II, navegando en la Reserva Nacional Pacaya-samiria. Muelle del Hotel Paracas, en el sur de Perú.
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IZQUIERDA: Comida a bordo del tren Hiram Bingham. Las avionetas que sobrevuela­n Nazca despegan en Pisco. El tren cubre el trayecto entre Cusco y Machu Picchu en dos horas y media. Machu Picchu tiene una energía especial y una disposició­n escenográf­ica. Hacienda San José, camino a Paracas. Lobos marinos y aves guaneras en las Islas Ballestas. Proa del Delfin
II, sobre el río Marañón. EN EL CENTRO: Artesanías peruanas. EN ESTA PÁGINA DE IZQUIERDA A DERECHA:
Crucero por la Amazonía peruana. Cusco, en los Andes peruanos. Atardecer sobre las dunas de Paracas.
PÁGINA OPUESTA, EN EL SENTIDO DE LAS AGUJAS DEL RELOJ, EMPEZANDO EN LA ESQUINA SUPERIOR IZQUIERDA: Comida a bordo del tren Hiram Bingham. Las avionetas que sobrevuela­n Nazca despegan en Pisco. El tren cubre el trayecto entre Cusco y Machu Picchu en dos horas y media. Machu Picchu tiene una energía especial y una disposició­n escenográf­ica. Hacienda San José, camino a Paracas. Lobos marinos y aves guaneras en las Islas Ballestas. Proa del Delfin II, sobre el río Marañón. EN EL CENTRO: Artesanías peruanas. EN ESTA PÁGINA DE IZQUIERDA A DERECHA: Crucero por la Amazonía peruana. Cusco, en los Andes peruanos. Atardecer sobre las dunas de Paracas.
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