I (love) NY
Hay ciudades que no paran de transformarse. Por ejemplo, ahí está la Gran Manzana, que hoy tiene un nuevo rincón en el que todos quieren una selfie. Bienvenidos a Hudson Yards, la nueva cereza del pastel.
En la cima del popular ‘Jarrón’ (hoy conocido como Vessel, pero aún sin un nombre oficial), entre estructuras que asemejan las celdas de un panal de abejas, una joven guía mira cómo el pequeño grupo que la acompaña se encuentra dominado y atrapado por el llamado momento selfie; por ese preciso instante en que el atardecer entra por la obra hecha por el arquitecto inglés Thomas Heatherwick (creador del famoso pebetero de los Juegos Olímpicos de Londres 2012) y cautiva a todos los presentes (y a las cámaras de sus celulares), excepto a ella, la guía del grupo, que, sin mediar, suelta una analogía al aire intentando regresar a todos a la historia de Vessel que busca contar: “Creo que estar aquí es como encontrarse dentro de una obra del artista Escher. Como transitar en uno de sus espacios caóticos, pero equilibrados y, sobre todo, infinitos... un espacio de infinitas posibilidades”, sentencia sin ganar mucha atención.
Minutos después, al otro lado de las escaleras (o lo que parece el otro lado), un hombre le cuenta a otro, con toda seriedad y precisión, el aparente
origen del terreno donde estamos parados: “Aquí era un patio de almacenamiento para los trenes de Long Island Rail Road y durante varias décadas sólo fue eso. Sé que intentaron hacer muchas cosas aquí y no pasaba nada. Pero parece que al final, lo lograron”, afirma, antes de un beso y una perfecta foto del mismo sol que sedujo al grupo anterior. Escalones más abajo, entre gritos en distintos idiomas, unos niños corren sin parar, persiguiéndose sin querer y con la certeza de que el juego, en estas escaleras y con esta estructura, será de nunca acabar.
Han pasado pocos días desde que Vessel abriera sus puertas al público (el pasado 15 de marzo de 2019) y el objetivo de Thomas Heatherwick y su estudio, de acuerdo a las fotos que cada día se suben a Instagram, y a las historias que se escuchan entre escalones, ha sido cumplido por completo: provocar la sociabilización.
Hoy, no hay mayor tema de conversación fotográfica en Nueva York que lo que aparece, también entre las celdas de Vessel, debajo de nuestros pies: Hudson Yards. Ahí, los edificios brillan. La gente se mueve. El aire pega en la cara y sí, desde aquí, parece una miniciudad.
Algunos, como Michael Kimmelman, el crítico de arquitectura de The New York Times, piensan que lo que estamos viendo desde uno de los pisos del ‘Jarrón’, se trata de una broma de mal gusto y un proyecto con nulo aporte urbano; un complejo que, al final, no se mezcla con esta enorme urbe. Una opinión que ha hallado eco y que se opone a lo que otros ven en el desarrollo inmobiliario privado más grande y costoso de la historia de Estados Unidos (estimado en 25 billones de dólares y cuyo final de construcción se planea para 2024): el ‘chico nuevo del barrio’ que le permite al turista y al neoyorquino tener una razón más para acudir a la cita obligatoria que hoy significa la Gran Manzana. Lo cierto es que hoy, en Nueva York, todos tienen una opinión sobre el papel que jugará Hudson Yards en los próximos años, cuando termine la polémica que lo rodea y la construcción.
En el patio de los ferrocarriles de Hudson se intentaron construir muchas cosas, tal y como la pareja lo contaba. Primero, el empresario William Zeckendorf intentó hacerse de los terrenos para crear un aeropuerto de Manhattan. Un sueño que se quedó en papel, aunque abrió la reflexión en torno a qué se podía hacer con dichas superficies. Luego, llegó la idea de crear la estación oficial de bombebros del Bronx. Y también fracasó. Más tarde, aparecieron distintos intentos por construir un estadio deportivo para el equipo de los Jets, los cuales no llegaron a un final feliz, hasta llegar al proyecto que estuvo más cerca de consolidarse y transformar el ‘estacionamiento de trenes’.
Bajo el nombre de West Side Stadium, se buscaba edificar un complejo deportivo que pudiera ser usado en distintas prácticas olímpicas, cuando Nueva York ganará la sede de los Juegos Olímpicos de 2012... y no sucedió.
Pero fue en diciembre de ese mismo año que la primera piedra de Hudson Yards
"Queríamos que Vessel fuera un nuevo punto focal para la ciudad, pero sobre todo, buscábamos un lugar ideado para sociabilizar en una gran urbe". — Thomas Heatherwick, arquitecto.
“Hay algo en el aire de Nueva York que hace que dormir sea inútil”. —Simone de Beauvoir
fue colocada cuando comenzó la construcción de la torre 10 Hudson Yards, y la miniciudad, casi como proyecto de Lego, comenzó a levantarse.
Desde el ‘Jarrón’, encima de uno de esos balcones que forman parte de los 154 tramos de escaleras interconectadas, la torre 10 luce ya muy viva (ahí están ya las oficinas de L’oréal y Coach, algunas de las marcas que han encontrado nuevo hogar en la zona), a diferencia de los residenciales de 15 Hudson Yards y 30 Hudson Yards, que aún continúan su proceso de venta (un departamento de 767 metros cuadrados dentro de cualquiera de los dos edificios cuesta 9 millones 455 mil dólares), ambos con dos trucos bajo la manga para atraer compradores y espectadores de sus peculiares innovaciones: The Shed y The Edge.
Y sí, también desde el ‘Jarrón’ se ve, a lo lejos, The Shed, el complejo cultural que la alcaldía de Nueva York creó en la zona con el fin de generar un nuevo espacio de encuentro artístico, tanto para nuevos talentos emergentes, como personajes ya consolidados de la música, la pintura, la escultura y la actuación. Diseñado por el estudio de diseño DS + R (Diller Scofidio + Renfro), en conjunto con Rockwell Group, se trata de un espacio único en su estructura móvil, capaz de transformarse de acuerdo a las necesidades (y audiencias) de cada proyecto, permitiendo que en un solo espacio cultural vivan infinitas posibilidades dentro de los ocho niveles con los que cuenta. “Con la creación y apertura de The Shed, estamos dando un paso fundamental para crear la Costa Cultural de Manhattan”, comentó a los medios Sherry Topbak, vicepresidente de Related Companies, encargados del desarrollo de Hudson Yards, durante su inauguración realizada el pasado mes de abril.
“Aquí, crecerá una escena cultural y aún no alcanzamos a presenciarlo en su verdadera dimensión”, comenta la misma guía que hace algunos minutos intentaba hablar de las similitud de Vassel con las estructuras imaginadas por el artista Maurits Cornelis Escher. Ella vuelve a aparecer en las escaleras, junto a su grupo, una y otra vez, y su explicación es muy clara y contundente. “Aquí, algo va a pasar”.
Lo dicen también los medios que, durante los recientes meses, han cubierto la agenda de Hudson Yards apuntando distintos momentos como esenciales para trascender la información del ‘nuevo chico del barrio’ a todo rincón global. Y, ahí, aparece The Edge, la plataforma de observación al aire libre más alta del hemisferio occidental (335 metros, siendo el balcón público más alto de toda Nueva York), que se ha convertido en otro de los focos principales de atracción. Ubicado dentro del residencial 30 Hudson Yards (diseñado por Kohn Pedersen Fox), su apertura está planeada, al igual que la del restaurante que lo acompañará, para el año 2020. Pero sí, desde el ‘Jarrón’ también se ve.
Y parece que los medios y la guía no han sido los únicos en reconocerlo. Marcas como Rolex, Dior, Chanel, Fendi, Louis Vuitton, Piaget y Patek Philippe, entre otras, han dado un paso adelante para ser parte del proyecto conocido como The Shops, el centro comercial de siete pisos, el cual busca reforzar una parte de la experiencia del complejo. Ahí, la moda se da la mano con la gastronomía, y lo mismo se puede encontrar un vino único en el Milos Wine Bar, un spot griego especializado en las virtudes de la uva, que un coctel de autor en el Bar Stanley de Neiman Marcus mientras aparece en el aparador cada una de las mejores colecciones de la industria.
Y como todo pastel tiene su cereza, la de éste se llama Little Spain, un mercado gastronómico creado por el chef español José Andrés, en conjunto con los hermanos Adriá (Ferrá y Albert), con la intención de llevar el mejor producto de España hasta la Nueva York (la prueba, sin duda, está en la paella de leña, que no le pide nada a la que una abuela haría en un fogón de Valencia, o la coctelería de Bar Celona, donde las patatas bravas son el anfitrión ideal).
Es verdad, la Gran Manzana crece imparable. Hacia arriba, hacia los lados o aprovechando un viejo terreno entre los barrios de Chelsea y Hudson, la ciudad siempre buscará ofrecer algo nuevo que hacer. Ahí esta el Spy Museum como prueba o el Hotel TWA, que ocupará una de las viejas terminales del aeropuerto JFK, creando un espacio único. Y ahí se encuentra Hudson Yards, un ejemplo inequívoco de que, sin duda, Nueva York nunca dejará de crecer.