PEDRO ALMODÓVAR
Penélope Cruz y Antonio Banderas vuelven a ponerse a las órdenes del realizador ibérico en Dolor y gloria. Su largometraje número 21 es considerado el más íntimo de su carrera y se augura un exitoso recorrido por festivales y premiaciones en lo que resta del año.
Es la noche del 26 de marzo del año 2000. En el Shrine Auditorium de Los Ángeles se desarrolla la edición 72 de los Premios de la Academia, a la cual Sam Mendes y su poderoso retrato de la sociedad norteamericana titulado American Beauty llegan como grandes favoritos. A mitad de la ceremonia, toca el turno de conocer a la ganadora en la categoría de Mejor Película Extranjera. Cinco son los títulos que se disputan la estatuilla y uno es el rival a vencer: Todo sobre mi madre. En el escenario, es el turno de Penélope Cruz y Antonio Banderas, y parece que todo está dicho. Luego de mencionar al quintento de aspirantes, Penélope abre el sobre lentamente, con nerviosismo, aumentando el nivel de tensión. Mira al ganador, observa a Antonio y entonces grita: “¡Peeeeeeeedro!”, regalándonos así uno de los instantes más memorables en la historia de los Oscar. Enfundado en un traje negro, Almodóvar sube al escenario y se funde en un abrazo con dos de sus actores consentidos. De esta manera, el manchego cerraba un recorrido exitoso de la mano de una de sus obras cumbre (“junto con Hable con ella, Todo sobre mi madre representa el pináculo de mi carrera”, aseguró recientemente a GQ Italia), que había comenzado un año antes en el Festival de Cine de Cannes, donde recibió el premio a Mejor Director. A pesar de que ya llevaba un largo trayecto recorrido como realizador y un listado de poderosos filmes en su haber, a partir de aquella velada, Pedro conseguiría una proyección internacional que hasta ese momento no había logrado.
Curiosamente, 19 años más tarde de aquel instante, Almodóvar se encuentra presentando su largometraje
número 21, Dolor y gloria, protagonizado por Penélope Cruz y Antonio Banderas. “Cuando trabajé con Antonio en los años 80, era muy joven, y lo que me interesó de él fue su pasión, la locura abrumadora que daba a cada uno de sus personajes. Ahora tiene 60 años y continúa siendo un hombre fascinante, aunque su rostro refleja su experiencia con el dolor”. En su más reciente trabajo, el español vuelve a abrir su corazón para contar la historia de un director de cine, Salvador Mallo; sus primeros amores, la relación con su madre, sus reencuentros y el vacío, todo en un contexto que deambula entre los años 60 y 80.
Pero no es la primera vez que el nacido en Calzada de Calatrava —un pequeño poblado de Castilla-la Mancha— nos revela una parte de su vida. Su filmografía completa está plagada —algunas cintas más, otras menos— de recuerdos, sus vivencias, sus memorias y su visión particular del amor, el dolor y la vida. Él mismo atribuye este estilo cinematográfico al hecho de haberse formado de manera autodidacta. “Cuando llegué a Madrid en 1969, el general Franco había cerrado la Escuela de Cine. Había pensado estudiar ahí, pero al no ser posible, compré una videocámara Súper 8, y en el transcurso de la década de los 70, hice muchos cortometrajes… Esa fue mi única escuela y fue muy útil para mí”, aseguró a GQ Italia. Fue precisamente esto lo que, en palabras
del propio Pedro, cimentó las bases para dar vida a su estilo único y mundialmente aclamado, ya que “como guionista y director, no me gusta apoyarme en esquemas prestados… No he respetado las reglas de los géneros y siempre los he mezclado, supongo, porque simplemente así es la vida. En un solo día tienes momentos de comedia, drama, tensión y otros géneros”.
Además de su especial estilo visual, existe otro elemento recurrente en su filmografía: las mujeres poderosas y los transexuales. El manchego atribuye esto a que “durante los años de mi formación, estuve rodeado de mujeres fuertes y combatientes. Las mujeres son más sorprendentes y menos recatadas, dos cualidades que enriquecen siempre a mis personajes… A los transexuales, me gusta hacerlos parte de mis historias porque ellos también han sido parte de mi vida. Son personas que admiro por su coraje. Así que en mis cintas aparecen porque, además de ejercer una suerte de justicia poética, son un elemento que anima dramáticamente”. No por nada, hoy en día ser una “Chica Almodóvar” es igual de codiciado que ser “Chica Bond”.
Luego de llevarse el oro con Todo sobre mi madre, el ibérico volvió a la gala del Oscar tres años más tarde con Hable con ella, gracias a la cual consiguió colarse en la terna de Mejor Director y conquistar la estatuilla en el apartado de Mejor Guion Original. Con estas credenciales a cuestas, las propuestas llegaron pronto a la mesa de la productora El Deseo —que dirige junto a su hermano Agustín—. Entre ellas, la historia de un amor prohibido entre dos vaqueros, basada en el cuento de Annie Proulx. Pedro declinó la invitación a dirigir Brokeback Mountain, en parte porque “creí que no tendría plena autonomía sobre el filme… Tuve muchas dudas, ya que el cuento de Annie me fascinaba; sin embargo, pienso que no me hubiera adaptado al sistema de producción estadounidense. En Europa, el director es el maestro del juego, mientras que en América es poco más que un técnico”.
Fue entonces que regresó a su natal España para seguir narrando historias reales, del corazón, con elementos de su vida, de nuestras vidas. Algunas, ideas originales; otras, adaptadas de poderosos relatos (La piel que habito, 2011; Julieta, 2016). Unas, aclamadas por la crítica; otras, no tan favorecidas por los comentarios de los especialistas. A pesar de ello, Pedro ha conseguido lo que muy pocos realizadores: hacer converger el cine de autor con la taquilla. Muestra de ello es, precisamente, Dolor y gloria, que arrancó como el mejor estreno español de 2019, superando los trabajos previos del director.
Ya se habla de que, posiblemente, esta cinta —“el trabajo más personal de Almodóvar”, como la han definido muchos— se convierta en la Roma de este año. La recepción que le han dado los críticos y el público suma puntos a la hipótesis, pero tendremos que esperar a ver si el filme resiste el paso de los meses y de los festivales. Por lo pronto, larga vida a… ¡Peeeeeeeedro!