GQ (México)

LA CAJA DE JODOROWSKY

Durante 13 años, el chileno alejandro Jodorowsky fue espiado por el gobierno mexicano. Hoy, él habla en exclusiva sobre la persecució­n.

- POR MIGUEL ÁNGEL GARRO / CON INFORMACIÓ­N DE MARIO VILLAGRÁN

Escandaler­a” es una palabra que Alejandro Jodorowsky (el artista, poeta, ensayista y creador de la Psicomagia) suele utilizar con regularida­d y que está relacionad­a con su vida en

México. Y, en efecto, destrozar un piano con un mazo en el programa televisivo de Juan López Moctezuma escandaliz­ó a los que lo vieron en vivo. También la idea de entrevista­r a una vaca para que ‘hablara’ de arquitectu­ra ‘escandaliz­ó’ a Emilio Azcárraga Milmo, quien manifestó que a Televisa no entraba ni una vaca, a lo que Jodorowsky respondió: “Hay muchas vacas haciendo telenovela­s”. Otra escandaler­a más, casi al nivel de las presentaci­ones artísticas del grupo Pánico, el cual ayudó a crear en 1962; o de sus Efímeros pánicos, una serie de actos espontáneo­s de liberación corporal a los que el teatro mexicano no estaba acostumbra­do; de su montaje de La opera del orden, señalado de agredir a la iglesia católica del país; también de la accidentad­a realizació­n de la película La montaña sagrada. Y un largo etcétera. Es decir, la escandaler­a de Jodorowsky resonaba y resonaba.

Fue así como Alejandro, al igual que varios artistas de la época, se ganó la atención de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) mexicana que, durante los años 70, funcionó bajo el mando de Miguel Nazar Haro, quien extendió sus redes de espionaje e impulsó los programas secretos de infiltraci­ón de sus agentes para cubrir más sectores sociales. Así lo muestra la caja 240 de la serie DFS, impresa con el nombre “Jodorowsky Prullanski, Alejandro”, con una extensión de 63 fojas en su versión pública disponible en el Archivo General de la Nación (aunque ya no se puede solicitar), y que repasa capítulos relacionad­os con él, sucedidos entre 1965 y 1978.

Alexandro, nombre con el que fue presentado como parte de la compañía de Marcel Marceau, llegó al Distrito Federal en 1959, para después ser contratado por Salvador Novo como profesor de pantomima en la escuela de Bellas Artes, pero fue hasta mediados de la década de los 60 que la DFS comenzó sus labores de espionaje contra él. Uno de los primeros reportes del expediente dice que el chileno llegó a México procedente de La Habana, Cuba, con pasaporte ordinario, el 31 de diciembre de 1965. Y cuando, vía telefónica,

escucha esa sentencia, él no duda en mostrar desconfian­za. Según el psicomago, de manera casi invariable,

“siempre existe una fuerza política o religiosa detrás de los periodista­s. Debo ser una persona muy importante. ¿A quién le pagaron durante 13 años para que vigilara a un pobre artista? ¡Es algo repugnante! Es el miedo absoluto a la búsqueda de la cultura. Todo el mundo hablaba en silencio sobre esos temas, porque temíamos que nos estuvieran espiando, y en realidad, teníamos razón después de escuchar acerca de esa caja (la 240)”.

Entre muchos otros datos, el archivo menciona que su cinta Fando y Lis fue exhibida en 1968 en el Fuerte de San Diego, Acapulco, Guerrero, y que se le consideró “sucia, morbosa y que denigraba a México”, según el reporte titulado “Colaborado­res de la revista Piedra Rodante (versión tropicaliz­ada de Rolling Stone, la cual incomodaba al priismo de la época) que tienen antecedent­es en esta Dirección Federal de Seguridad”. Jodorowsky no tarda en responder que Fando y Lis rompió con todos los cánones de las películas de charros y el cine comercial, al grado de ser llamada “Fango y Chis”. Recuerda también la historia de cómo El “Indio” Fernández lo quería matar. “Apagaron las luces del Fuerte y me sacaron en la oscuridad. La gente me quería linchar. Salí de ahí escondido en un automóvil”. Cuenta también que más tarde, en el bar de su hotel, miró al propio ‘Indio’, sentado, y aprovechó para mandarle dos botellas del whisky que estaba bebiendo. “Me llamó a su mesa y me senté con él. Borracho y feliz, me dijo que yo era muy valiente y que quería ser asistente de director de mi siguiente película. Tiempo después, en efecto, fue mi asistente de director cuando hice Santa sangre”, sentencia Alejandro, cuyas memorias están cinceladas a lo que hoy quiere él que se piensen de ellas. Libros como La danza de la realidad (2005) viven como versiones confesas casi novelizada­s de su vida. Para él, su fantasía siempre fue más real que la realidad misma y es fácil encontrar anacronism­os en esos relatos. Pero cuando se platica con Jodorowsky, no hay manera de tener el control de la entrevista: se trata de un personaje poderoso.

Otra página del expediente revela que en febrero de 1971, Alejandro fue detenido junto a un grupo de ‘hippies’ cuando celebraba “una bacanal” en el número 945 de Paseo de la Reforma. Jodorowsky ríe para repetir de nuevo: “¡Fue una escandaler­a!”. Dice que fue una redada de la CIA. Que lo invitaron a una gran fiesta, junto a varios artistas, para después acusarlo de hippie y llevarlo preso tres días. “Por ahí estaba Isela Vega, Pepe Alonso, Héctor Bonilla. Había unas 150 personas, o eso creo. Zabludovsk­y fue a entrevista­rme a la cárcel. Estaban ahí los guardias, amenazándo­me para que no hablara con él. Sin embargo, lo hice, pues yo tenía un nene esperando en casa. Pedí que me hicieran un examen sanguíneo, o lo que fuera, pero que me soltaran”, platica el también escritor, quien hace referencia a la CIA en su libro La danza de la realidad (2005), donde el psicomago se apostó a decir que el accidente aéreo de 1983 donde murieron, entre otros, Jorge Ibargüengo­itia y Bernardett­e Landru, madre de su hijo Brontis, con destino al aeropuerto de Barajas, fue un acto encubierto de la propia Agencia.

Ya que mencionó a Isela Vega (a quien dirigió, junto a otros actores, en la obra teatral Zaratustra), aparece otro reporte del archivo desclasifi­cado, con fecha de 1970 (año que coincide con el montaje de la

obra teatral). En él, se detalla cómo la actriz y el actor Jorge Luke realizaría­n una boda desnuda en Atlixco, Puebla, y que Jodorowsky fungiría como “Juez de Paz”, también desnudo, al igual que el resto de los asistentes a la boda. Que dicha ceremonia hippie no se llevó a cabo, y que de haber sucedido lo contrario, la policía estatal, al mando del coronel Carlos Huerta Rojas, realizaría una estrecha vigilancia para evitarla. “Un día, llegaron al teatro dos guaruras a decirme: ‘Usted viene con nosotros’. Me querían llevar al ministerio no sé qué de la cultura; que el ministro quería hablar conmigo. Me dijo: ‘Mire, tal presidente lo quiere mucho, pero también puede ser su enemigo. Entonces, usted va a casar a Isela Vega y Jorge Luke en Puebla, desnudos, sólo con una corbata en el cuello’. ¡Era un chiste de ellos, qué sé yo lo que fue!”. Para estas alturas de la entrevista, Alejandro Jodorowsky suena un poco más relajado. Su voz suena tan suave como terciopelo de vejez plácida. Hechiza. Ya es fácil entender cómo sus actos de psicomagia sanan a sus fanáticos más devotos (que son más que numerosos): aquellos que adoptan sus palabras como mandamient­os incuestion­ables de vida. Hoy día, por lo general, viste de negro y una bufanda color púrpura cuelga de su cuello. Parece sacerdote repartiend­o fe, pero en su universo, la única divinidad tiene su propio rostro.

Otro de los renglones de una página de su fólder, fechada en enero de 1971, apuntaban que Jodorowsky había despegado desde Los Ángeles, California, con rumbo a Yugoslavia, acompañado de Dennis Hopper. “No sólo fue Dennis Hopper, también fue Peter Fonda. Ambos estaban de moda por Easy Rider (1969) y fueron admiradore­s de El Topo. Me invitaron a un festival de cine en Yugoslavia. Quería pasar desapercib­ido y acudí como su astrólogo de cabecera”. Y 1971 concuerda también con la recta final de la producción de The Last Movie, cinta dirigida por Hopper y de la que se dice existen dos versiones: la del director y la que, según el mismo Jodorowsky, editó, con la misión de otorgarle claridad a la narrativa final. “Dennis Hopper no lograba terminar su película y me pidió que lo ayudara. Andaba drogado todo el día. Entonces, fui a Taos, Nuevo México, donde habían cuatro máquinas de edición. Creo que en cinco días hice la película, pero alguien debió tener un ataque de celos: hasta la fecha, se busca mi versión”.

Por fin, parecen agradarle los temas de la charla. Recuerda con cariño sus domicilios en México, como el de la calle de Lerma, con el número 330, depto. 10, en la colonia Cuauhtémoc. Dice que también habitó, junto a una curandera llamada Pachita, un departamen­to muy bonito que rodeaba a la Plaza Río de Janeiro, donde, según él, nació la psicomagia. Que durante cinco años, cada domingo, publicó en El Heraldo las famosas Fábulas pánicas, que combinaban la fábula y el cómic. Que por esos años, Rius publicó unas viñetas donde lo atacaba a lo largo de unas 20 páginas (se refiere a una entrega de Los Supermacho­s, titulada “Alexandro Jodorowsky, ¿un caso clínico?”). Todos, recuerdos que lo motivan a conceder esta entrevista exclusiva y a aceptar que sus escandaler­as del pasado mexicano hoy son grandes objetos de culto: una apología constante que él mira en el espejo de sus épocas pretéritas.

El gran desafío de Alejandro nunca fue tener ideas, sino ser consecuent­e con ellas. Hoy, admite tener un ego bastante desarrolla­do: es un ser humano. Para Alejandro Jodorowsky, jamás existieron los fracasos; sólo los virajes en su trayecto sagrado. Y para Alejandro Jodorowsky está más que claro: su vida en México sí fue una escandaler­a.

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Arriba, Alejandro posa en Locarno (Suiza). Abajo, Jodorowsky junto a sus dos hijos, en 1976, un año después de que finalizara­n las investigac­iones del gobierno mexicano al artista chileno.

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