PABLO VITTAR
Se considera “una artista que hace lo que se le da la gana. No hay límites, lo que busco es la libertad”, nos confiesa la brasileña que ha conquistado el mundo de la música urbana y el pop.
Si hablamos en términos hedonistas, Brasil es un lugar peligroso para los sentidos. No por nada en el mismo territorio podemos encontrar favelas, pasarelas de moda internacional, a Roberto Carlos, fútbol y bossa nova. Pero hoy, Brasil también es sinónimo de otra clase de peligro. El reciente triunfo presidencial de Jair Bolsonaro, un político cargado hacia la ultraderecha, ha dejado a la nación en un escenario como de posguerra para los derechos humanos y la comunidad LGBT+. Y justo en ese contexto es que surge Pabllo Vittar, en el de la coyuntura que requiere de ciertos astros para brillar en medio del oscurantismo. “Resistencia es la palabra”, me dice con firmeza al inicio nuestra entrevista.
La drag queen más famosa en la historia de su país, y, definitivamente, una de las artistas del momento, hoy abraza con convicción envidiable una propuesta sonora que se nutre de ritmos callejeros, música pop y redes sociales, y que ha generado furor desde su irrupción en 2017, cuando vio la luz Vai Passar Mal —su primer disco— y explotó su fama de la mano de millones de reproducciones de sus llamativos videos y de romper récords en plataformas digitales. Sus colaboraciones con piezas clave de la música urbana, como Lali Espósito, Diplo y Anitta, le han dejado
como herencia las llaves del lobby del reino del mundo musical y una nominación al Latin Grammy acompañada de una hazaña: fue la primera drag en conseguir esa distinción.
Sin duda alguna, su figura de 1.87 m es, en estos días, decididamente simbólica para un país con un gobierno reaccionario cuyo presidente ha declarado —entre otras cosas— que preferiría ver morir a su hijo en un accidente a que éste fuera gay. “He perdido amigos y amigas queridas por causa de las injusticias y homofobia; debemos quitarles el poder a quienes lo tienen, porque de su parte no hay amor, respeto, ni empatía por los demás, no saben amar”, asegura.
“Perrísima es mi palabra favorita en español”, asegura la artista nacida el 1 de noviembre de 1994 y que no soporta que se refieran a ella en masculino bajo ninguna circunstancia. “Y en inglés, creo que la que mejor me define es marvelous, ‘maravillosa, maravillosa’”, me confiesa arrastrando las palabras exageradamente. Por ahora, Pabllo está preparando un nuevo disco lleno de colaboraciones —mismas que aún tiene prohibido revelar— y canciones en varios idiomas. “Cada uno puede ser quien quiera ser sin importar lo que los demás digan; todos somos perfectos ante los ojos de Dios”, me dice en otro momento.
Eso sí, aclara que no se haría operaciones para cambiar de sexo: “No soy transexual. No quiero cambiar mi cuerpo ni hacerme cirugías”, declaró hace poco al diario ecuatoriano Expreso.
La vida de Phabullo Rodrigues da Silva —su nombre de civil y no el de superheroína drag del Amazonas— no ha sido tan aterciopelada. Desde su niñez, la futura diva sufrió acoso por parte de quienes no toleraban sus tendencias delicadas y fue agredida por esa causa. Lo cierto es que siempre le ha gustado llamar la atención, y cuando camina por la calle le encanta que las miradas la persigan: “Toda mi vida, desde niña, me ha encantado cuando la gente me voltea a ver”. Recientemente se presentó en el Festival de Coachella, donde hizo una aparición sorpresa al lado de Diplo y Sofi Tukker. Indudablemente, la artista es la presencia musical drag queen más solicitada en Internet: más de 7 millones de seguidores en Instagram, nominaciones a los MTV Europe Music Awards, el respeto de la aristocracia urbana y un billón de streams y views en sus redes, no son (para nada) poca cosa. Pabllo Vittar es un fenómeno pop y un símbolo progresista y de inclusión de Brasil para el mundo. Y eso ni Bolsonaro se atrevería a ponerlo en duda.