EL ELEGIDO
Sus canciones han acompañado a varias generaciones de románticos en esplendor, pero también a corazones rotos en pleno abandono. Su música puede salvarnos tanto en una fiesta, como en una noche solitaria. Con ustedes, Marco Antonio Solís.
El clima en Los Ángeles puede ser inestable en verano —o, al menos, eso percibimos los forasteros—. En el día, el cielo irradia intensos rayos de sol e impera un calor ad hoc a las palmeras que adornan las avenidas. Por la noche, la temperatura desciende y desafortunado quien no tenga una amante a la que asirse. Pobre también el que, cuando el frío invernal cale en los meses venideros, no cuente con destinatarios a quiénes dedicarle canciones sentimentales como las de Marco Antonio Solís, ¿la cura para todo mal? “La música romántica o de desamor es necesaria, es algo emocional que el hombre necesita porque lo sana, lo alivia”, me dice el artista al inicio de nuestro encuentro. “¿Llevas mucho tiempo viviendo en California?”, le pregunto en lo que nos acomodamos en el jardín. “No soy muy afecto a las entrevistas”, confesaría al final de la plática, pero a pesar de ello y de recién haber terminado la larga sesión fotográfica, siempre se muestra afable y relajado. “Cerca de 20 años; es un lugar tranquilo para vivir y llevar una vida normal, como ir a restaurantes o tomar un café sin que me reconozcan. Es una zona muy anglosajona”, contesta.
Un día antes, al arribar a la ciudad, Joshua, el joven chofer filipino que conducía el taxi que me llevó al hotel, me había confesado —al enterarse a lo que venía— que era fan del artista. “Lo conozco por un amigo mexicano.
Me gusta mucho, aunque no le entiendo a sus letras”, me cuenta mientras interrumpe una canción de Ed Sheeran para poner en su lugar “Si no te hubieras ido”, ese clásico de El Buki que fuera parte del soundtrack de la película Y tu mamá también, de Alfonso Cuarón. El ambiente se llena de nostalgia mientras atravesamos Sunset Boulevard y desde la ventanilla, observamos lo mismo a un homeless despistado, que a una guapa pelirroja hablando sola, un yuppie andando deprisa y un par de mujeres —una rubia y la otra afroamericana— de cuerpos esculturales que caminan con las manos entrelazadas y que lucen como una dupla de estrellas porno camino al set de filmación. “Deben serlo, estamos en un área de productoras de cine para adultos”, asegura Joshua a la vez que pisa el acelerador y sube el volumen del autoestéreo. “No hay nada más difícil que vivir sin ti…”, resuena romántica y dolida la voz de Marco Antonio a través de las bocinas. El Buki sonríe cuando le narro la anécdota de su fan filipino, que, sin embargo, sabemos que es sólo una gota de agua en el océano de su fama: millones de discos vendidos, incontables premios internacionales,
giras apoteósicas que rompen récords y la satisfacción de ser considerado un ídolo viviente de la música popular. “Tengo una misión, siento la necesidad de hacer algo por la música, de defenderla, sobre todo si tocamos el tema de lo que suena en la radio, como el reggaetón”. “¿O sea que para ti es lo peor que le ha pasado a la música?”, le pregunto. “No tanto así (ríe). Sus letras sí, de pronto, pero vivimos en un mundo liberal y es un género válido. Hay que aceptarlo, son ritmos necesarios que por algo han gustado. Aunque no puede ser duradero porque no se hace con el alma, no crece, no da frutos. El romance es el que no caduca”, afirma y añade que sus canciones no tienen distinción: “Son temas sin género sexual, le acomodan a todos. La clave es el amor”.
43 AÑOS DE CARRERA: 20 con Los Bukis y 23 en solitario. El camino —reconoce— no ha sido sencillo. “Cuando terminó el grupo, los reflectores estaban sobre mí y me sentía más comprometido conmigo mismo. Fue un reto arrancar desde cero, y aunque quedé un poco decepcionado y con secuelas emocionales y vacíos que llenar, ya estoy bien”, asegura y deja clara la improbabilidad de una reunión: “No descarto nada, pero es complicado, muchos de ellos ya están fuera del medio”. Su historia personal con la música comenzó cuando era un niño que sintonizaba la radio en su natal Ario de Rosales, Michoacán. “Escuchaba pop, mucha balada, a Raphael. Mi primera guitarra la compré un 5 de julio, tendría 12 años de edad; mi madre me prestó los 60 pesos que costaba. Cuando se los devolví, le dio gusto, pensó que no los volvería a ver”, recuerda. “Cuando comencé en esto, fue para demostrarme a mí mismo que podía, no pretendía ser famoso”. Hace poco, aparecieron unas fotos del artista luciendo una camisa muy pop art con la imagen de la Virgen de Guadalupe diseñada por la artista regiomontana Verónica Solís. La imagen causó polémica. “¿Por qué?”, pregunta extrañado, “es un concepto moderno; para mí, la Virgen significa mucho, tengo una relación particular con esa imagen”. En algún momento quiso ser sacerdote. “Me atraía esa parte ritual, la sacra soledad del templo, pero al final, me llamó la música”. Hoy, lamenta los escándalos y abusos del clero. “Es una pena, una tristeza. Yo no he perdido la fe porque no soy tanto de la iglesia. La iglesia son tus amigos, tu familia”. Lo cierto es que a su presencia la acompaña un aura de misticismo que contrasta con las canciones apasionadas y directas —llegadoras, vaya— de su repertorio. “Me han dicho que mi imagen es así como
de rockstar ochentero (ríe). Me han criticado, pero me he quedado con este look de toda la vida por gusto. A veces, me insinúan que cambie, pero yo estoy cómodo. El cabello largo lo adopté por rebeldía, mi madre me obligaba a usarlo corto. La barba es porque no me gusta afeitarme a diario”.
El artista —que casi siempre viste de blanco— es un ícono de la cultura pop. Su figura ha sido objeto de múltiples homenajes —hay uno de parte del rock y el pop latinoamericano, con la participación de Julieta Venegas, Juan Luis Guerra y Emmanuel del Real de Café Tacvba, entre otros—, y sus grandes éxitos de los 70 a la actualidad (incluyendo las canciones que le grabaron desde Rocío Dúrcal, hasta Paulina Rubio) son sujetos de devoción. Hasta los más moderados lo llaman “El profeta” o “El poeta del siglo”, pero al
Buki —palabra yaqui que designa a un niño— no le gustan las adulaciones. “Las agradezco, pero no las tomo en serio.
Me incomodan. De profetas todos los seres humanos tenemos un poco, ¿no? He aprendido a manejar mis emociones, son como olas del mar, que si no las controlamos, nos arrastran”. “¿Es difícil que algo te saque de tus casillas?”, le cuestiono. “El tráfico”, responde y luego agrega entre risas:
“O no comer si tengo hambre”.
Cuando no está conviviendo con su perrijo Twinkie Solís
(“acá en Estados Unidos, los perros deben llevar el apellido de sus dueños”, me informa) o subiendo fotos al Instagram del can, suele juntarse a jugar dominó con sus amigos y hacerla de DJ en esas reuniones donde abundan las charlas lentas (sus favoritas). También le gusta el golf y aclara que
“juego mal, pero la paso bien, y hay otros que juegan bien, pero la pasan mal”, y manejar su BMW (“me gustan los autos clásicos. Acá, los domingos, la gente saca sus modelitos. Espero pronto hacerme de alguno”). Jamás pone sus discos en casa. “No me agrada escuchar mi música, tampoco hablo con mis amigos de mis conciertos ni de mis álbumes”. Lejanas aquellas noches descontroladas: “Solía tomar mucho y desvelarme. Hoy, sólo bebo vino, una copa”, aclara. Mujeres, alcohol, glamour… así se vivían esos años. “Algo así (ríe), aunque no tanto, no como te lo imaginas”, aclara. “¿Drogas? No”, asegura.
DESPUÉS DE UN MATRIMONIO
finiquitado en los 80 (del cual procreó una hija) y de varios sonados romances, hoy se siente realizado al lado de su esposa, Cristian Salas (tienen dos hijas: Marla y Alison, que están incursionado en serio en la música), con quien acaba de regresar de París, de viaje de aniversario. En un mundo de tentaciones, se dice fiel por convicción: “Es un compromiso personal. No es fácil, pero tampoco imposible. El amor verdadero es cuando nos enamoramos del alma de la persona”. El romance inició hace más de 20 años, en un evento en el Madison Square Garden. “Ella no tenía idea de quién era yo y eso me gustó. La gente me decía incrédula: ‘¿Cómo que no sabe nada de ti?’. Las parejas perfectas son las que somos totalmente diferentes”, asegura mientras mira de reojo el bosque a su lado. “Me identifico con el elemento Tierra. En eso no concuerdo con ella, que prefiere el mar”. El artista sigue adelante con el tour Y la historia continúa, lo que resta del año y parte de 2020. “Los aplausos son adictivos, pero tras un concierto ante miles de personas gritando, me siento solo, hay un bajón y un aislamiento temporal al bajarse del escenario”. Le encanta cómo transcurre su vida desde hace más de dos décadas, aunque niega que su exilio fuera provocado. “Cuando dejé México, no había tanta inseguridad. Mi disquera estaba aquí y era cómodo cambiarnos”. Y aunque se considera apolítico, de la polémica no escapa y recién trascendió que el gobernador de Morelos, Cuauhtémoc Blanco, había denunciado a su antecesor, Graco Ramírez, por ‘inflar’ cuentas de gastos, entre las cuales destacaba un show del Buki. “No sé qué pasó. Yo tengo mis tarifas y contratos. Se puede comprobar lo que cobro. Qué pena que suceda eso. La política no me gusta”. Pero como ciudadano, el artista le envía un mensaje al Presidente de México: “No sé qué hay en su corazón, pero a la distancia, le veo buenas intenciones a López Obrador. Viene arrastrando problemas de corrupción e inseguridad. Ojalá siga siendo honesto y se rodee de gente inteligente”, afirma.
Nuestro encuentro casi llega a su fin y —como advertíamos que sucedería— el crepúsculo desvanece lentamente la canícula angelina. “Soy un hombre afortunado. No me arrepiento de nada de lo que haya hecho; de lo malo se aprende. Encontrarnos a nosotros mismos puede ser divertido”, remata. Nos despedimos con un abrazo y cada quien por su lado emprende el regreso —él, en medio de una caravana de, al menos, tres autos; yo pido un servicio— entre las carreteras montañosas y llenas de hojarasca que nos llevarán de vuelta a la metrópoli y su inminente caos nocturno. “¿Te gustan las canciones de Marco Antonio Solís?”, le pregunto al nuevo conductor que, según la app, se llama Akihiro Hashimoto.
María arranca las flores del jardín mientras Día balbucea con emoción y desde la aparente tranquilidad de su mecedora. De repente, silencio, y luego, un pequeño grito y un suspiro. La más grande de las niñas ha descubierto un pequeño grillo y está muy asombrada. Tan sorprendida, que su mueca preocupa a su padre, Óscar Alfonso, que prefiere detener la entrevista para soltar el teléfono y revisar que todo esté bien con ellas. Que la naturaleza y sus hijas no tienen ningún inconveniente en su relación.
“Perdona, ser padre es una locura y cada cosa que los niños ven les impacta. Un grillo para ellas puede ser un dinosaurio y hay que poner mucha atención”, sentencia Óscar, quien prefiere que a partir de este momento, su nombre sea Caloncho. Han pasado pocos meses desde que llegó su segunda hija (Día) a su vida y las prioridades se juntan en casa. La música y la paternidad se dan la mano y parece que ambas partes salen ganando, según el músico de Ciudad Obregón, Sonora, el cual está listo para cerrar el ciclo de su reciente producción Bálsamo (2017) y abrir zanja para la siguiente renovación. “Es increíble el asombro que genera todo a los seres humanos que son nuevos en la Tierra y lo contagioso que es. Mis hijas me llenan de esa sorpresa por el mundo y me renuevan, así que es imposible separarlas del proceso creativo de Caloncho. He tratado de que ellas estén lo más cerca de la música y de los instrumentos, y de esta manera nos alimentamos”, dice el sonorense, quien ha preparado el EP PA como parte de su cambio de piel y a modo de despedida.
Se refiere a un disco de tres canciones muy paternales (“Bolita de pan”, “Mamá morada” y “China chula”), en el que colaboran los músicos Juan Pablo Vega (encargado de producir un par de temas), el baterista Orestes Gómez y la cantante Ximena
“AHORA ESTOY EN BLANCO Y ESO ES LO MEJOR QUE TE PUEDE PASAR COMO ARTISTA. ME SIENTO LISTO PARA EMPEZAR OTRA VEZ Y RENOVARME EN EL PROCESO”.
Sariñana, con el cual se da el banderazo de despedida de una etapa de consolidación del proyecto Caloncho, misma que se pone en escena con la gira Desde los árboles. “Quería tener música nueva antes de cerrar ciclo. Desde hace algún tiempo, veía que la etapa de Bálsamo llegaba a su final y tenía ganas de grabar las canciones que había hecho sobre mis hijas. Entre tanto, había trabajado con Chicano Batman en otras melodías y estaba muy emocionado de cómo estaban sucediendo las cosas. Bálsamo me enseñó de procesos, efectos y técnica. Fue una etapa muy enriquecedora y deseaba despedirla en el escenario. Junto a mis compañeros de gira, llegamos al concepto de Desde los árboles y ahora estamos ya al cierre (en agosto se presenta en el teatro Diana de Guadalajara y en el Hellow Fest de Monterrey), listo para dar vuelta de hoja y pensar en el siguiente discurso, en la siguiente identidad gráfica. Estoy en blanco y eso es lo mejor que te puede pasar como músico”, confiesa Caloncho, quien hará una pausa en su proyecto más personal para darle vida, junto con El David Aguilar, uno de los músicos independientes más respetados en la región, a su próxima parada.
SE TRATA DE VACACIÓN,
un proyecto pop con duración establecida de un año, en el que Óscar experimentará otros géneros para abrir una ventana creativa que le permita nutrirse y llevar a Caloncho a su nueva etapa. “Hemos grabado ya un disco, producido por Adán Jodorowsky, y estamos completamente listos para arrancar el periodo que nos pusimos David y yo para el grupo.
“El internet permitió que mi música tuviera un canal de distribución espectacular. Caí cuando justo estaba iniciando todo y así es como se han escuchado mis creaciones. Soy parte de esa generación. Y ahora aprovecharemos ese canal para salir a mostrar Vacación. Creo que es el momento de provocar una pausa que me rete como Caloncho. Hoy, estoy satisfecho con lo que he logrado. Le he aprendido a músicos como Vega, Chicano Batman, Juanes y Mon Laferte, con quienes estuve de gira, y hoy sé que los géneros ya no tienen regiones y que es más que válido experimentar. Puedes construir tu personaje desde donde sea. En Wikipedia dicen que yo hago reggae y pienso en lo trascendental de ese género y sus implicaciones sociales. Me da alegría, pero lo mío es la música popular que se nutre de ahí. Es un ejemplo de cómo van los tiempos y los procesos creativos, y lo que se puede esperar de mi siguiente paso”, finaliza Caloncho.
“MIS HIJAS ME LLENAN DE ESA SORPRESA POR EL MUNDO Y ME RENUEVAN... HE TRATADO DE QUE ELLAS ESTÉN LO MÁS CERCA POSIBLE DE TODOS LOS INSTRUMENTOS MUSICALES”.