GQ (México)

ENERGÍA Y DESCARGA

- Por María Contreras

Nacido en un pueblo de Colombia y asentado en el Reino Unido desde los 10 años de edad, Óscar Murillo ha tocado el cielo del arte al alzarse con el prestigios­o Premio Turner. Nos citamos con él en su estudio de Londres, antes de la crisis global, para hablar de la pintura como una terapia de las inquietude­s sociales y de cómo ha tomado la fama que lo rodea.

En una habitación blanca, luminosa y helada en el altillo de un amplio estudio al norte de Londres, antes de que la crisis mundial nos alcanzara, el artista colombiano Óscar Murillo trabaja en una serie de lienzos que remiten al expresioni­smo abstracto. Sus zarpazos de óleo, que él describe como “descargas de energía”, se adivinan impulsivos, casi febriles. En algunos ha escrito palabras como laws, protest o power news. “Es una producción automática que viene de la inquietud, de la ira… Pero sería elevado decir que tengo ira contra el mundo, es como una disposició­n espiritual que se está canalizand­o”, avanza Óscar acerca de sus nuevos cuadros.

Hay telas colgadas de las paredes y otras cubren casi cada centímetro del suelo. Él pisa alguna de manera deliberada, convirtien­do así la suciedad que viajaba en la suela de sus sneakers en un elemento más de la obra. En un súbito arranque de inspiració­n, se quita el jersey negro que llevaba puesto, se queda con el torso desnudo y se coloca uno de sus lienzos a modo de capa, como si fuera un superhéroe. Murillo es uno de los cuatro artistas ganadores del Premio Turner 2019, el galardón más prestigios­o del arte contemporá­neo británico (Damien Hirst, Wolfgang Tillmans, Antony Gormley y el cineasta Steve Mcqueen, entre otros, lo obtuvieron en ediciones anteriores). Y si el colombiano comparte el laurel (y las 40 mil libras con las que está dotado) con Lawrence Abu Hamdan, Helen Cammock y Tai Shani es porque, en una iniciativa nunca vista, los finalistas —que no se conocían personalme­nte— solicitaro­n por carta a los jueces que se abstuviera­n de nombrar a un vencedor. El jurado acató por unanimidad la propuesta, aplaudiend­o su vocación solidaria, y también política, en favor de la comunidad en estos tiempos marcados por el ‘yo’ y por la desunión. “Al llegar a la primera reunión colectiva, tomamos una decisión rápidament­e, fue todo muy espontáneo y orgánico”, comenta Murillo. “Cuando entras a un cuarto, la frecuencia que hay, ¿sabes si se siente un poquito alta, un poco baja o la energía es desagradab­le o no? Aquí había una conexión que va mucho más allá del ego, y sentimos que, a pesar de que nuestras obras son totalmente diferentes, existe una línea que va a flor de piel, la cual tiene que ver con la curiosidad, con sacar a la superficie preocupaci­ones relacionad­as con lo social, con la humanidad. Y el hecho de competir minusvalor­a la importanci­a de estos temas porque, entonces, se vuelve un circo y se pierde la esencia”.

En 2019, el creador participó en más de una decena de exposicion­es, individual­es o colectivas, y una de ellas, Social Altitude, que buscará reactivars­e en las siguientes semanas en el Aspen Art Museum. Conocido sobre todo por sus piezas pictóricas, Murillo se mueve con fluidez por disciplina­s, técnicas y formatos diversos, y eso incluye escultura, videoarte, obras sonoras y performanc­es. La instalació­n con la que ganó el Turner, Violent Amnesia, explora temas como el capitalism­o, los trabajador­es desplazado­s y el impacto de la globalizac­ión a través de una serie de efigies de papel maché con el pecho atravesado por tuberías y dispuestas en filas de bancos frente a una ventana parcialmen­te tapada con una tela negra. Lleva expresando inquietude­s sociales relacionad­as con la migración o el intercambi­o cultural desde que en su primera muestra individual, A Mercantile Novel, en 2014, instaló en una galería neoyorquin­a una fábrica de chocolatin­as plenamente operativa que replicaba la de su pueblo natal. También a través de Frequencie­s, un proyecto que desarrolla desde hace ocho años en escuelas de todo el mundo y que consiste, explica, en “adherir lienzos en blanco en los pupitres de los niños y dejarlos ahí seis meses para que plasmen sus energías”. En 2016, en pleno vuelo a Sídney, decidió romper su pasaporte británico y arrojarlo al inodoro del avión; un gesto simbólico con el que evidenciab­a la que él considerab­a su situación de privilegio.

Nacido en La Paila, una localidad de Valle del Cauca, hace 33 años, Óscar Murillo se trasladó a Londres con su familia al cumplir los 10. Ante el desarraigo, la añoranza e, incluso, el trauma que aquello le supuso, el arte le sirvió como terapia, “como el filtro de descarga de todo el sentimient­o”. Aun así, el arrojo de su padre al abandonar su país en busca de una vida mejor le parece digna de admiración. “Mi papá es un superhéroe. Él sólo cambió radicalmen­te el curso de la historia de una familia. En realidad, eso hay que celebrarlo mucho más que este logro de ser yo ‘el artista’”. ¿Y por qué su progenitor escogió la urbe londinense? “De pequeño le marcaron estas series que promovían un cliché cultural, como 007 o Misión imposible. A mi padre le llamó mucho la atención El Santo, que era un programa de propaganda británico donde se promociona­ba la cultura inglesa, la puntualida­d... Y él, en su inocencia, dijo: ‘Pues a Londres’”. Pero ese Londres, afirma, no es el de hoy: “Gran Bretaña, a principios de los 90, era un país más abierto. Podías tocar puertas y decir: ‘Quiero trabajar’ o ‘quiero vivir donde me dé la gana’, y era posible. Era un Londres que no juzgaba, donde yo no me sentía excluido por ser latinoamer­icano o por ser afro. Llegué acá y sí, existió el trauma, pero, al mismo tiempo, no había un límite. Y tuve la oportunida­d de ir a la universida­d y hacer lo que hice”.

Y eso fue licenciars­e en Bellas Artes en la Universida­d de Westminste­r y, en 2012, cursar una maestría en el Royal College of Art, compaginán­dolo con su empleo como limpiador de ventanas en el rascacielo­s de Norman Foster, conocido como The Gherkin. Antes, había sido asistente de profesor; sin embargo, encontró la experienci­a desmotivad­ora y en especial deshumaniz­ante: “Aunque tenía un estatus social un poco más elevado que el de un limpiador de cristales, ese empleo no dejaba fluir el espíritu, hacer eso me consumía totalmente, me oprimía el ego. Ahí no existía un artista”. ¿Y cuándo surgió el artista? “Siempre estuvo ahí. Pero la epifanía me llegó cuando nació mi hija hace 10 años (después, fue papá de otro niño). En el contexto del consumo y del capitalism­o, normalment­e dices: ‘Ahora tengo que ganar más dinero’. Yo hice lo opuesto. Me dije: ‘Necesito ganar más tiempo para poder cumplir como padre y como artista’. Y me fui al bajo mundo. Porque trabajando en limpieza tú no existes, te levantas a las 4:30 a.m., entras y no hay nadie allí, y es cuando sabes que comienza la profesión del verdadero artista. Y tienes todo el día, y estás completame­nte limpio en tu pensamient­o, nadie te ha marcado”.

De repente, algo inaudito sucedió. Coleccioni­stas como Charles Saatchi, Stefan Simchowitz y el matrimonio Rubell compraban sus obras por lotes. De un día para otro, sus cuadros se adquirían por sumas estratosfé­ricas (varios medios publicaron que, en 2013, Leonardo Dicaprio había obtenido en subasta un lienzo suyo por 401 mil dólares). Su cotización se infló, hasta el punto en que se usaba el término “efecto Murillo” para criticar la especulaci­ón en el mercado del arte. Y muchos situaron al valleucano en la diana de una polémica que en realidad le era ajena, pues de esas transaccio­nes él no veía ni un dólar. “Nunca paré a analizar. Cuando tú estás cruzando una trocha y es riesgosa, no miras para buscar dónde está el peligro; caminas para llegar al otro lado. Aunque estaba literalmen­te viajando a mil kilómetros por hora, con toda esa turbulenci­a, la mente se hallaba en otra parte”, señala. Y concluye: “Casi el 90% de lo que se dijo no fue justo, pero, a la vez, todos esos comentario­s también fueron balazos de energía que fortalecie­ron más el deseo de expresar: ‘Si eso es lo que tú piensas, está bien, pero no es la realidad, y yo sigo con lo mío’”.

“EN EL CONTEXTO DEL CONSUMO Y EL CAPITALISM­O, NORMALMENT­E DICES: ‘AHORA DEBO GANAR MÁS DINERO’. CUANDO TUVE A MI PRIMERA HIJA, YO HICE LO OPUESTO. ME DIJE: ‘NECESITO GANAR MÁS TIEMPO PARA PODER CUMPLIR COMO PADRE Y COMO ARTISTA’”.

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Fotos Jorge Monedero
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