LA VERDAD DE ARTURO CHACÓN
Hay dos cosas que no se pueden ocultar: la verdad y el amor, y el sonorense es la conjunción de ambas. El tenor mexicano, que a sus 41 años ha conquistado los escenarios más importantes y difíciles del mundo, es un golpe de franca congruencia y sensatez.
Empezó a cantar a los seis años, cuando sus padres, preocupados por el bullying que sufría en la escuela, lo metieron al coro. “La música me salvó la vida, me hizo encontrar mi verdad, me hizo saber quién soy. Yo sentía tanto y expresaba tanto, que podía incomodar a los demás. Lo único que deseaba era conectar con alguien y, sin duda, la música me ayudó”, nos cuenta. Todo eso que sintió hace años es precisamente lo que logra ahora al cantar, porque lo hace con tal verdad, que es imposible no sentir y conectar con él cuando lo escuchas, entiendas o no la ópera.
Sencillo, cordial y generoso, Arturo Chacón no sólo nació dotado con esa voz, sino que gran parte de su talento es el resultado de un trabajo inagotable. Es disciplinado, exigente y perfeccionista, y, claro, obsesivo compulsivo como sólo los grandes lo son. “Puede pasar meses estudiando un agudo, una frase o la pronunciación de una palabra”, revela con admiración su agente Manuel Vera.
La ópera exige tener aptitudes únicas, especialmente cuando eres el cantante principal, como es el caso de Chacón. Hay que dominar la pronunciación de un idioma, que respecto a él, es ajeno al suyo; saber el trazo que ha montado el director de escena, saber de memoria la partitura, el fraseo y la afinación; jugar con la tesitura de la voz, seguir al director de la orquesta, respetar el foco de la iluminación, lucir elegante, bailar, actuar, expresar, cantar, conjuntar todo con el ensamble… y, además, hacer que ese conjunto de elementos parezca fácil. Es, en palabras de Vera, una obra matemática que implica llevar al cerebro a su máxima expresión.
Poco antes de dar función, Arturo repasa en su cabeza todo lo que hará durante cuatro horas. Son 15 minutos en los que recuerda mentalmente el montaje, la
música, a sus compañeros, al director. Calcula, incluso, los momentos en los que él o alguien más podría equivocarse y cómo tendría que reaccionar ante ello, tal y como lo haría un estratega.
A sus exigencias y manías personales, se suman otras dificultades: un público tradicional, que suele ser severo, y el entorno voraz y competitivo donde se desenvuelve. Es un mundo en el que psicológica, física y emocionalmente se demanda todo de un intérprete, lo que da como resultado un desgaste energético y desmedido. Extraño, pero, pese a la presión que tiene encima, él se mantiene centrado. “En la ópera se crea un universo, una dimensión única. Si el colega y uno mismo son abiertos, se respetan y se entregan a la obra y al proceso de ella, puede ser una experiencia mágica. Si no llega a existir esa química, confianza y respeto, puede convertirse en un reto difícil. Es sumamente importante que esté a tu lado un colega, como en la vida personal una pareja o amigo, que tenga los pies sobre la tierra y, a la vez, pueda soñar, y Arturo lo tiene todo”, dice la soprano puertorriqueña Ana María Martínez, quien ha sido su dupla en varias ocasiones.
UN SEMINÓMADA
Contrario a lo que la mayoría de las personas cree, la vida de un afamado operista es todo menos glamourosa. Difícilmente te vuelves millonario, debes llevar una dieta estricta, ensayar, hacer ejercicio, cuidar mucho la voz, el físico, dormir y despertar muy temprano... Lo más complicado: vivir como un seminómada, con la soledad que implica estar lejos de los verdaderos amigos y de la familia.
Chacón está 11 meses fuera de casa. Odia viajar. Para un padre, eso significa, por momentos, tristeza; por momentos, frustra-
ción, y, por momentos, culpa. No puede, por eso, evitar soltar un par de lágrimas cada que habla de su esposa, la soprano Venetia-maria Stelliou, con quien ha compartido 16 años de su vida, y su hijo, de siete. Siente un profundo agradecimiento por la mujer que tiene a su lado. “Es una persona hermosa, sensible, generosa. Él siempre es así, es un ser real, auténtico. Cuando comenzaba su carrera como tenor, alguien le dijo que a partir de ahora, debía comportarse siempre como tal y él respondió: ‘No quiero actuar, éste soy yo y soy lo que soy’”, relata ella.
Habría que ver también la cara del sonorense cuando habla de su hijo. Se le llena el rostro de felicidad y la boca de anécdotas. Muestra sus fotos y videos, habla de sus talentos, de lo bueno que es para los idiomas y la música, y que algún día será chef. Recientemente, lo dieron de alta para poder tomar clases en casa. Ahora que es un homeschooling, los tres podrán estar juntos en la mayoría de las giras del tenor. Al menos, ya podrá tener una tribu con la que pueda compartir sus demonios, sus miedos y triunfos. “Sé que somos muy afortunados, pero también sé que hemos trabajado mucho para tenernos. Creo que nunca puedes dar por sentado a quien está a tu lado, esa no puede ser una opción, así que si quieres que funcione, todo es posible”, afirma Venetia-maria.
DE REGRESO A SUS ORÍGENES
En 2016, Arturo Chacón participó en la ópera Gianni Schicchi, con la dirección de Woody Allen, y un año después, en La traviata, a las órdenes de Sofia Coppola y donde contó con vestuario del diseñador Valentino. Ha cantado para reyes y presidentes, y pisa con regularidad las catedrales de ópera más importantes de Europa, Asia y América. Pese a ello, cada que puede, regresa al Festival de Música de Sonora. “Como casi todos los músicos de ese estado, empecé cantando mariachi. Me ganaba unos pesos llevando serenatas a las novias de mis amigos y conocidos”.
Chacón es uno de los tantos hijos de las crisis económicas. Su familia, que originalmente se dedicaba al campo, cambió de giro durante la devaluación de la década de los 90 y puso una tintorería. “Todos en la familia nos unimos para trabajar. Yo planchaba camisas, mi mamá atendía al cliente, mi hermano desmanchaba y lavaba, mi hermana ayudaba a mi mamá. Fue un momento crucial para aprender del trabajo y de la disciplina, que sin ellos, no eres nada, no puedes sobrevivir”.
EL MAESTRO
En 1997, Chacón cursaba la carrera de ingeniería cuando fue invitado a estudiar un programa de música en el Palacio de Bellas Artes. Antes de irse, le dijo a su padre que algún día cantaría ahí. Serio, su papá respondió: “Hijo, no te pongas sueños tan altos”. Poco después, Arturo, quien nunca había sido el favorito de los profesores, por su personalidad tímida y poco depredadora, estaba justo donde lo decretó, abriendo un concierto para el gran Plácido Domingo. Más tarde, siguieron otras becas, los contratos de distintas casas de ópera internacionales y, claro, mejores papeles. Sus dotes le merecieron ganar tres premios en el concurso Operalia 2005, ha recibido innumerables reconocimientos y galardones y, al día de hoy, ha representado 50 papeles en más de 20 países.
Fue justamente Plácido Domingo quien le aconsejó dejar de ser barítono para que buscara ser un tenor de potencia. “Tu voz me recuerda mucho a la mía a tu edad, por lo que creo que eres
un tenor. Deberías buscar esa cuerda”, le dijo. Desde entonces, Domingo lo ha cobijado, ha sido su mentor y es una clase de figura paterna para él. Ramón Vargas es otro de sus grandes maestros. “Arturo es un alumno abierto, con muchas ganas de aprender y crecer. Además, es buen maestro, generoso con sus conocimientos y alegre cuando ve que ha podido ayudar a alguien en su desarrollo”, asegura su compañera Ana María.
El cantador hoy sigue soñando alto, aunque con algo más sutil: quiere cambiar la idea que la gente tiene de la ópera para tocar las fibras más sensibles con su voz porque, a su parecer, las personas están condenadas a reprimirse. “Quiero darles el poder de activar su alma. La ópera abre emociones, de las que normalmente hay quienes se desconectan”, decreta.
Arturo Chacón se sonroja cuando le dicen “maestro”, pero eso es en lo que precisamente se ha convertido, en un maestro en el arte de cantar, de aprender, en el arte de no negarse a sentir, ser, pensar, expresar o dar. Un maestro lleno de humanidad.