EULALIA DE BORBÓN, los hitos de la «infanta rebelde»
En 1900 se separó de su esposo; 11 años después, legalizó la situación y protagonizó el primer divorcio de la Familia Real española
LA Historia nos enseña que cualquier tiempo pasado no tuvo por qué ser mejor y, también, que no hay nada nuevo bajo el sol. La actualidad ha provocado que más de uno tire de hemeroteca para ver antecedentes de separaciones en el seno de la Familia Real española. De inmediato, salta un nombre, la infanta Eulalia de Borbón, y una fecha, 31 de mayo de 1900, cuando la hija menor de Isabel II y Francisco de Asís de Borbón «sin una palabra de reproche, sin un gesto de amargura, con voz lenta y suave» anunció en París a su primo y esposo, Antonio Orleans de Borbón, tal y como contó en su volumen de memorias, «mi propósito de dejarlo en libertad con sus amigas y de irme con mis hijos». Aquella noticia corrió como la pólvora por la Corte. La decisión de la infanta Eulalia fue calificada de escándalo mayúsculo, pero ella hizo de tripas corazón y siguió con su vida, ajena a los comentarios maledicentes y a la férrea censura de la Corona, especialmente la de su sobrino y Rey, Alfonso XIII. Once años después de la separación, llegó el divorcio y, con él, el final de un matrimonio, que poco supo de amor y mucho de política y conveniencia.
La hija menor de Isabel II se casó con su primo, Antonio de Orleans y Borbón. La boda fue «oscura, como un presentimiento», pero con el «sí quiero» la infanta cumplía la promesa que le había hecho a su hermano, Alfonso XII, en el lecho de muerte
LA PROMESA A SU HERMANO, ALFONSO XII
Isabel II y su esposo, Francisco de Asís y Borbón, tuvieron oficialmente 12 hijos, reconocidos todos por el Rey consorte. Extraoficialmente, algunos de estos hijos pudieron ser fruto de los frecuentes escarceos amorosos de Isabel II. En el caso de la infanta Eulalia, la menor de las hijas de la pareja (tras la muerte prematura de su hermano, Francisco de Asís Leopoldo), la verdadera paternidad apunta a dos direcciones: al secretario particular de la Soberana, Miguel Tenorio de Castilla; o bien a un atractivo capitán de la Escolta Real, teoría que defendió en sus escritos la propia infanta: «Yo creo, y me gusta creerlo, que soy hija de un hermoso capitán de la Escolta Real». Cuando tenía cuatro años, la Revolución La Gloriosa (1868) obligó a Isabel II y a su familia a huir a Francia. La infanta Eulalia se educa en París y no regresa a España hasta 1876, dos años después de que su hermano, Alfonso XII, ascendiera al Trono. Sin embargo, «El Pacificador» sufrió los estragos de la tuberculosis y murió muy joven, en 1885. En el lecho de muerte, la infanta Eulalia (la única soltera de las hijas de Isabel II) prometió a su hermano que contraería matrimonio con su primo, Antonio de Orleans y Borbón, un crápula en toda regla que, desde los primeros días de matrimonio —doña Eulalia definió su boda de «oscura, como un presentimiento»—, dilapidó la fortuna familiar y disfrutó de una vida desbocada. Doña Eulalia no se quedó atrás. Vivió un largo romance con el conde francés Georges Jametel (por cierto, su secretario particular durante unos años); y también se le vinculó sentimentalmente con el Rey de Portugal, Carlos I. Al parecer, el flechazo surgió durante la Feria de Sevilla de 1882, cuando él era firme candidato al Trono luso, pero indómita, feminista y defensora de su libertad como era, zanjó el asunto con la siguiente reflexión: «Me pesaba demasiado la diadema del infantazgo para ceñirme a las sienes una corona».
EL PRECIO DE PENSAR… Y DE ESCRIBIR
Eulalia de Borbón no era, ni mucho menos, una aristócrata sacrificada dispuesta a hacer todo cuanto estuviera en su mano por salvaguardar su destino y el de su familia. Esto le provocó más de un problema con los Borbones. Por una parte, su relación con su hermana, Isabel «La Chata», siempre fue tensa. Trece años mayor que Eulalia, «La Chata» le espetó en más de una ocasión: «Hay que aprender antes a ser infanta que a ser mujer». Por otra parte, los sonados tira y afloja con su sobrino, el Rey Alfonso XIII. La publicación de su libro «Au Fil de la Vie», el 4 de diciembre de 1911, fue la gota que colmó el vaso de la paciencia real. La infanta Eulalia exponía en las páginas de este volumen impreso en Francia su visión en cuestiones tan polémicas como el divorcio, la emancipación de la mujer o la excesiva hipocresía de la Corte palaciega. Calificado de escandaloso —las copias ilegales se convirtieron en un «tesoro» para los más curiosos—, el Rey le prohibió entrar a España y le amenazó con retirarle la asignación mensual (150,000 pesetas) como miembro de la Familia Real. Ante la amenaza, doña Eulalia escribió una disculpa pública: «Espero
que llegue el día en que pueda pedirte perdón de palabra y decirte que sigo siendo siempre la tía que te quiere tanto». El Rey hizo caso omiso del mensaje. Cuatro años después, ella volvió a las andadas con un nuevo libro, emanado de su pluma incisiva, «La vida en la Corte desde dentro». Finalmente, en 1922 Alfonso XIII concedió el anhelado perdón y doña Eulalia regresó a España. Más concretamente, al País Vasco, donde vivió hasta sus últimos días. Uno de los libros más interesantes que publicó en ese tiempo fueron sus «Cartas a Isabel II», una recopilación de las misivas que había enviado a su madre cuando, en 1893, protagonizó un viaje oficial a Cuba, Puerto Rico y Estados Unidos (hablaba perfectamente francés, inglés, alemán e italiano). La infanta se ganó el favor de todos. Especialmente, de los revolucionarios cubanos, a quienes apoyó de las maneras más variopintas. Cuando desembarcó en La Habana, dejó a las autoridades españolas que la recibieron sin palabras por la elección de su vestido rojo, blanco y azul (los colores de la bandera de los insurrectos). La infanta rebelde, la infanta republicana, la oveja negra de la Familia Real, como se le conocía, vivió en su propia carne el dolor. De sus tres hijos, solo le sobrevivió el mayor, Alfonso de Orleans. Su hijo Luis Fernando protagonizó un sinfín de escándalos en París. Homosexual declarado y cocainómano irredento, fue expulsado, en 1924, de la Familia Real por su primo, Alfonso XIII, al haber estado involucrado en la muerte de un marinero portugués y en un turbio asunto de tráfico de drogas. En 1930, se casó con la millonaria Marie Constance Charlotte Say. Él tenía cuarenta y un años, y ella, setenta y dos. Sin contemplaciones, dilapidó la fortuna de ella. Años después, Luis Fernando trató de limpiar su nombre trabajando a favor de La Resistencia. Pero nadie, ni su madre, podía olvidar su pasado. Cuando Luis Fernando murió, en 1945, doña Eulalia solo pronunció las siguientes palabras: «Es lo mejor que le podía haber pasado».