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IRMA SERRANO «LA TIGRESA», LOS MISTERIOS DE UNA VIDA SENTIMENTA­L QUE MARCARON UNA ÉPOCA

La actriz y política chiapaneca murió a los ochenta y nueve años y se llevó a la tumba un sinfín de secretos

- Fotos: AGENCIAS

UN apodo lo dice todo, e Irma Serrano, con su alias «La Tigresa», ponía el punto sobre las «íes»: astuta, felina, «rencorosil­la», como se definió en una de sus últimas entrevista­s, y sobrevivie­nte de mil batallas, la cantante, actriz y política chiapaneca (amén de empresaria del Teatro Fru Fru) cumplió con muchos de sus sueños, pero no pudo hacer realidad su último sueño: «Yo no voy a morirme, tarugo», le espetó a un periodista que le preguntó no hace mucho sobre la muerte. Sin embargo, esta la sorprendió el pasado 1 de marzo. Con su último aliento se llevó muchos secretos, porque Irma Serrano vivió la vida intensamen­te, y jugó con inventar recuerdos, retorcerlo­s, hasta que uno no sabía si lo que decía iba en serio o se trataba de un puro juego. Lo que un día era verdad, otro día era un disparate. Se hizo famosa por su atrevimien­to en el Teatro de Medianoche (propuesta escénica que combinaba el teatro, con el cabaret y el burlesque). Y por su compromiso con su tierra, Chiapas. De hecho, de 1994 a 2000 formó parte del Senado Mexicano. Es decir: siempre hizo lo que le dio la realísima gana sin dar explicacio­nes. No se casó —aunque coqueteó con la idea de hacerlo con el cantante de regional mexicano, José Julián, a principios de los 2000—; tampoco tuvo hijos («Con los sobrinos me basta… y otras lo sufrieron», declaró no hace mucho); y sus amores más conocidos se resumen en tres nombres, con los que tuvo sus más y sus menos, pero siempre en la clandestin­idad. El primer nombre que surge fue Fernando Casas Alemán, gobernador de Veracruz en los años 1939-1940, y con quien, al parecer, Irma Serrano vivió un amor prohibido por cinco años. El segundo hombre que, al parecer, revolvió su vida fue otro político, Gustavo Díaz Ordaz, Presidente de México entre 19641970. Irma Serrano, en 1978, lanzó sus memorias, «A calzón amarrado». En este libro, revelaba ese secreto a voces: entre Díaz Ordaz y ella hubo más que palabras: «Descubrí que era más atractivo de lo que me imaginaba, no de su físico del cual han hecho tantas bromas, sino por su intelecto. Tiene una personalid­ad un tanto especial: es simpático, duro a veces, determinan­te y necio igual que yo». Y, como no podía ser de otra manera, la sufriente Guadalupe Borja, primera dama de México, supo del amorío y trató de hacerle la vida imposible a la actriz. Por último, Alejo Peralta, el empresario por el que «La Tigresa» sintió un amor muy especial, pero que, parece ser, no logró conquistar al cien por ciento. Según José Julián: «Ella decía que el amor de su vida fue don Alejo Peralta. Siempre tenía una foto suya presente en su recámara». Curiosamen­te, a pesar de toda la parafernal­ia en torno a su vida personal, ella confesó a Gustavo Adolfo Infante: «Fui fiel siempre, tranquila en el amor».

Aunque ella se calificaba como «siempre fiel y muy tranquila», se escribiero­n ríos de tinta sobre sus romances

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 ?? ?? Arriba, retrato de Irma Serrano en sus años de gloria. Izquierda, en su querido Teatro Fru Fru (antes conocido como Renacimien­to), donde le rindieron un cálido homenaje. Abajo, de derecha a izquierda, el cantante de música regional, José Julián, con quien se rumoró que se había casado a principios del siglo XXI; junto a él, Gustavo Díaz Ordaz y Alejo Peralta, dos de los amores más conocidos de «La Tigresa»
Arriba, retrato de Irma Serrano en sus años de gloria. Izquierda, en su querido Teatro Fru Fru (antes conocido como Renacimien­to), donde le rindieron un cálido homenaje. Abajo, de derecha a izquierda, el cantante de música regional, José Julián, con quien se rumoró que se había casado a principios del siglo XXI; junto a él, Gustavo Díaz Ordaz y Alejo Peralta, dos de los amores más conocidos de «La Tigresa»
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