Y de aquí, ¿a dónde?
Difícilmente podríamos dejar de analizar el panorama de nuestra industria, hemos pasado algunos de los días más tormentosos que pudiéramos imaginarnos. No importa si nuestras empresas son grandes, medianas o pequeñas (y por supuesto que al hablar de nuestras empresas me pongo en los zapatos de mi jefe, después de todo, colaboro con él, en mi opinión —le guste o no— también es mi empresa desde el punto de vista que tengo que ver por ella y su bienestar, si la empresa progresa yo progreso y si le va mal… yo me hundo), todos vivimos días inciertos; no envidio nadita a los dueños y directores, quienes en algunos casos poco a poco vieron venir una serie de problemas mayúsculos o en otros, simplemente les llegaron de golpe.
Si somos empleados de una empresa en nuestra industria y súbitamente se detiene el trabajo, la compañía no tendrá recursos para afrontar los compromisos, por chicos o grandes que sean, es en este momento en el que nuestra institución requiere nuestro enfoque y compromiso, hacer y apoyar por la continuidad.
Los dueños forman una empresa por dos razones: 1) contar con una fuente de ingresos y 2) generar un patrimonio, en los tiempos actuales, como dueño puede ser mas rentable invertir en una institución financiera en vez de tener un negocio. No sólo por la crisis de salud, sino por aspectos fiscales, de seguridad y por supuesto, por tener que lidiar con nosotros como colaboradores. ¿Nos hemos puesto a pensar en lo que damos y en lo que recibimos de nuestra empresa?
Si somos el dueño, seguramente lo primero que se pierde es la tranquilidad, todo ese esfuerzo para crear un nombre, toda esa inversión y más temprano que tarde piensa en los compañeros de travesía, sus colaboradores, algunos que lo han acompañado por mucho, pero mucho tiempo, algunos que ha visto crecer y que ha apoyado en su desarrollo personal. Todo, todo está en riesgo. Lo peor no es eso, es la sensación de impotencia de no contar con otros apoyos mas que los que uno pueda conseguir.