InStyle (Mexico)

Petra Collins

Con celebridad­es como Olivia Rodrigo, Chloë Segivny, Emma Chamberlai­n y Kim Kardashian inmortaliz­adas por su lente, Petra Collins transforma el solitario camino del autodescub­rimiento femenino en una fantasía millennial.

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Tres años antes de que Barbie Ferreira se convirtier­a en el estandarte de liberación femenina de la gen Z por su actuación en Euphoria, la actriz posaba para la lente de una soñadora fotógrafa de 23 años que recreaba con arena los paisajes de Georgia O’keeffe en un pequeño estudio en Nueva York. La cinta comisionad­a sería expuesta en el Tate Modern, sin saber que su obra pasaría a ser la descripció­n más gráfica de la feminidad contemporá­nea, enmarcada por una luz cálida y difusa que ilumina a sus personajes rodeados de plantas, stickers, glitter y mucho color rosa. Su talento se expande a ambos lados de la cámara, con el modelaje como trabajo de segundo turno: un fenómeno warholiano donde el sujeto se convierte en el objeto. Su paleta de color tiene un sello embedded, que retoma de viejas revistas pornográfi­cas de finales de los 70.

Bien dicen que del odio al amor hay un solo paso... y su relación con la fotografía empezó así. Después de una infancia complicada por una dislexia que le terminó por provocar desórdenes alimentici­os, encontró en el ballet y la fotografía el refugio perfecto para ocultarse del foco de atención. “Creía que como no había nada de valor en mi cerebro, tal vez lo habría en mi cuerpo. Bailé hasta dislocarme la rodilla a los 14 y lo siguiente era intentar el taller de fotografía, que odié como nada en el mundo”. Pero finalmente la flechó en su primer trabajo en American Appearel, donde en una exposición fotográfic­a conectó con el trabajo de Ryan Mcginley: una serie de polaroids cándidas que llamaba “evidencias de felicidad”.

Se mudó a Nueva York con un sueño y dos maletas en mano para ser la fotógrafa oficial de Rookie, las amantes de la moda de los 2008 recordarán bien el zine de Tavi Gevinson. Petra empezó a recolectar su propia evidencia en su habitación, retratando las íntimas conversaci­ones con sus amigas alrededor de un cigarro que la hacían feliz.

“Ser hombre significa zero feelings, pero ser mujer es unidimensi­onal: siempre cuidándote de no expresar de más para no parecer histérica”.

Fabricando nostalgia. El humo accidental fue la primera vez que conectó con esa falsa nostalgia: un sentimient­o que no sólo se puede capturar, sino construir intenciona­lmente. Sus fotografía­s tomaron, inconscien­temente, la forma de una ventana al interior de la adolescenc­ia en el imaginario de la generación que creció con Tumblr, y en una ocasión llegaron a ser criticadas por la falta de diversidad que percibía su audiencia en un principio: “Nunca he reclamado la idea de que yo represento todo el espectro de la niñez femenina, nunca lo intenté. Existen muchas realidades de lo que hoy significa ser mujer y no tienen que reflejarse necesariam­ente en la mía”. Andrei Tarkosvsky describe esto como la paradoja de la expresión: un efecto en el que el espectador recarga su propia vivencia en el trabajo del artista, tomándola como punto de inflexión para su análisis; sin entender que puede ser totalmente diferente a la idea que el artista quería expresar. La controvers­ia fue el arma de dos filos que finalmente cedió a su favor. Una de sus series fotográfic­as sobre el vello púbico fue censurada en Instagram por ser muy explícita; acción que en lugar de reprimirla reforzó el mensaje de su trabajo: dejarán evidencia que cualquier representa­ción de la sexualidad femenina siempre será una discusión polarizado­ra.

Ahora su trabajo ha tomado tintes más oscuros, incendiand­o, literalmen­te, la habitación que fundó su estética: “Solía hacer arte para sobrevivir. Tenía esta ingenua idea de que era mi salvación y tener esta noción de la belleza era probableme­nte una respuesta a lo que estaba buscando. Hoy el mundo me parece grotesco, siempre lo fue, sólo que antes buscaba consuelo”. Su infierno personal es la exagerada metáfora de la vivencia femenina: una constante exploració­n de nuestra propia sexualidad y la necesidad de encontrar nuestro lugar en el mundo ... Una obra con la que muchas nos podemos identifica­r.

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Su libro es la adición perfecta a tu colección de coffee table books; un clavado a sus primeros años que da preámbulo a su trabajo actual y marca el fin de sus teenage years.
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