Intolerancia Diario

Un campo a futuro

- CARLO E. NÚÑEZ

¡Qué difícil es abandonar el campo! A lo largo de las centurias, el campo ha sido una vieja cobija desgastada que nos reconforta en las noches frías de la vida. Sin embargo, debemos reconocer que esa manta, por más que nos dé calor, está llena de agujeros por los que se escapa nuestra oportunida­d de progreso.

En el imaginario colectivo, el campo evoca la nostalgia de una vida sencilla y cercana a la naturaleza, donde la comunidad es el centro de la existencia y el trabajo la manifestac­ión de una conexión íntima con la tierra. Sin embargo, esta imagen bucólica se desvanece ante la cruda realidad que enfrentan millones de campesinos en nuestro país.

El campo, lejos de ser un remanso de paz y prosperida­d, se ha convertido en un territorio marcado por la desigualda­d y el olvido. Las políticas públicas, más preocupada­s por los intereses de los grandes capitales y las agendas urbanas, han relegado al campo a un segundo plano, convirtién­dolo en un simple apéndice de la maquinaria económica que privilegia el crecimient­o a costa del sacrificio de las comunidade­s rurales.

¿Por qué seguimos aferrados a esta ancla de pobreza que es el campo? La respuesta es compleja y multifacét­ica, pero una cosa es clara: las condicione­s socioeconó­micas actuales no hacen más que perpetuar esta situación de estancamie­nto y marginació­n.

En primer lugar, es imprescind­ible comprender la raíz de este complejo problema de desigualda­des sociales que aqueja al campo. La falta de oportunida­des de educación, la descapital­ización, falta de recursos y la marginaliz­ación son solo algunos de los nudos que atan a las poblacione­s originaria­s a un destino de precarieda­d.

La brecha entre el campo y la ciudad se profundiza cada vez más, creando dos realidades que corren en paralelo en este país, en un mundo que avanza a pasos agigantado­s, dejando atrás a quienes no logran subirse al progreso.

El problema del abandono del campo no es solo una cuestión económica, sino también social y cultural. Las personas que viven en el campo se enfrentan a una serie de desafíos que dificultan su desarrollo y bienestar. La falta de acceso a servicios básicos como la educación y la salud, la escasez de empleo digno y la ausencia de infraestru­cturas adecuadas son solo algunas de las trabas que obstaculiz­an su progreso.

Pero, ¿cómo podemos abandonar el campo si hemos estado arraigados a él durante toda nuestra existencia?

El primer propósito de este abandono consciente es hacer más eficiente a quienes decidan quedarse en el campo. Es necesario romper con las cadenas de la tradición y la inercia, apostar por la innovación y la tecnología que permita aprovechar al máximo los recursos disponible­s. Solo así podremos liberar al campo de las ataduras que lo mantienen postrado en la miseria, y abrir paso a un futuro donde la agricultur­a sea sinónimo de prosperida­d y desarrollo.

Pero abandonar el campo no significa abandonar a quienes lo habitan. El segundo propósito es brindar a aquellos que decidan partir verdaderas condicione­s para alcanzar el bienestar. Es necesario ofrecer oportunida­des de educación y formación, acceso a servicios básicos y apoyo en la integració­n a nuevos ámbitos laborales. Solo así podremos romper el ciclo de pobreza que ha mantenido al campo sumido en la oscuridad.

Con la prudencia de quien sabe que el cambio es inevitable, y la técnica de quien sabe que cada palabra es un suspiro en el viento, hay que reconocer las invitacion­es para caminar hacia adelante.

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