Cuando los caprichos pesan más que las reglas
Imagínese que usted es el director general de una corporación interesada en invertir $500 millones de dólares en una fábrica en México para exportar productos, libres de arancel, a Estados Unidos. Sus abogados, por un lado, le presentan todas la garantías que tendrá bajo el tratado comercial todavía vigente, el Nafta, y el nuevo que tiene que ser ratificado por las legislaturas de Canadá, Estados Unidos y México, el T-MEC. Ambos acuerdos le dan la certeza jurídica necesaria de que sus productos pasarán la frontera sin tarifas. O, en caso de existir un diferendo, que se litigarán de acuerdo a los mecanismos para resolver controversias establecidos en los tratados.
Los abogados, sin embargo, le advierten: eso mientras el presidente de Estados Unidos no invoque la International Emergency Economic Powers Act (IEEPA) que le otorga atribuciones para imponer aranceles si existe una “amenaza inusual y extraordinaria” para su país. Consternado, usted, preguntará, con toda razón, ¿y para qué demonios sirven los acuerdos comerciales si Trump puede, en cualquier momento, decretar un arancel a nuestros productos dañando el retorno de capital de los accionistas? Con toda probabilidad, usted retrasará o cambiará la decisión de arriesgar $500 millones de dólares en una fábrica en México.
Eso es lo que está enfrentando México. Una espada de Damocles sobre su motor externo de la economía: la capacidad que tiene la Casa Blanca de imponer aranceles por arriba de las reglas de libre comercio acordadas en los tratados internacionales.
Tanta negociación a fin de sacar adelante el T-MEC para terminar así. El año pasado, el equipo mexicano, con excelentes funcionarios del gobierno saliente de Peña y entrante de López Obrador, se esmeró por conseguir un buen acuerdo que sustituyera al vigente, tan criticado por Trump. Meses de negociaciones, de estira y afloja, de no ceder para tragarse las “píldoras venenosas” que puso Trump sobre la mesa. And, in the end, la arquitectura del libre comercio con EEUU supeditada a los caprichos del Presidente estadounidense en turno.
Tanto se habló y se rechazó la “cláusula de extinción” en el T-MEC. La idea de Trump de que se acabara el tratado cada cinco años, a menos que los tres países acordaran lo contrario. Era una locura. Un tratado comercial se firma para dar certidumbre a los inversionistas. Una cláusula de este tipo haría lo contrario. México se mantuvo firme. No cedió. Pero Trump no requiere de esa cláusula porque, en cualquier momento, nos impone los aranceles que le dé la gana invocando la IEEPA.
No solo a los mexicanos sino a otras naciones. Ya lo hizo con China y ese país respondió con sus propios aranceles a las importaciones estadounidenses. Están en una guerra comercial. Ya lo hizo con India y ese país acaba de anunciar una serie de aranceles en retaliación. Bueno, hombre, si ya no los hizo a nosotros y los canadienses con el arancel al acero y aluminio y tuvimos que decretar nuestros propias tarifas que dolieron mucho en distritos que domina el partido de Trump, el Republicano.
Hace unos días, nos salvamos que nos impusieran un arancel generalizado del 5% a nuestras exportaciones que escalaría gradualmente al 25%. Para evitarlo, el gobierno de López Obrador aceptó duras condiciones a fin de controlar a los migrantes que atraviesan México para ir a Estados Unidos. Lo único que se ganó fue tiempo. Pero va a llegar el día en que, por ese mismo tema u otro, Trump nos vuelva a amenazar con las tarifas. Y va a llegar el día en que el gobierno mexicano ya no pueda aceptar indignas condiciones para evitarlo.
¿Y qué haremos? Pues lo que se hace en estos casos. Contratacar con nuestros propios aranceles. Sabemos cómo. La secretaría de Economía tiene un mapa, que heredó del gobierno pasado, de dónde imponerlos para que le duela electoralmente más a Trump y los republicanos. Vendrá una guerra comercial donde los dos países saldrán perjudicados. Seguramente más México por su actual vulnerabilidad económica.
La pregunta es si los propios estadounidenses detendrán o no el proteccionismo comercial de su Presidente. Son los únicos que pueden hacerlo. De lo contrario, si los intereses políticos y económicos estadounidenses no le quitan la pistolita del IEEPA a Trump, éste seguirá utilizándola. Y eso le da en la torre a cualquier tratado comercial. Y eso afecta la certeza jurídica de invertir en México para exportar a Estados Unidos. Y eso hace que vengan menos inversiones a nuestro país. Y ese es, hoy en día, uno de los principales problemas económicos de México.
ANDRÉS MANUEL LÓPEZ OBRADOR
Un viejo adagio de la política dice que "gobernar es comunicar". Esto lo han entendido políticos de todo tipo a lo largo de la historia. Donald Trump y Hugo Chávez consiguieron el poder gracias a su poder de comunicación. También Hitler y Mussolini. Más de dos mil años atrás, Julio César se encumbró en la antigua Roma gracias a su capacidad para hablar a la plebe a pesar de que él mismo era un patricio.
Andrés Manuel López Obrador no es un gran orador, por lo menos no en el sentido tradicional de la palabra. No tiene una retórica de altos vuelos, su vocabulario es pobre y repetitivo, sus vicios de dicción y solecismos son numerosos y el ritmo de sus oraciones es lento. Sabe, sin embargo, hablar a la gente del pueblo, como César, y todas las mañanas captura la atención del país a través de sus conferencias de prensa.
Uno pensaría que cualquier político se desgastaría en una prolongada presentación diaria en la que respondiera siempre de la misma manera, con los mismos argumentos, preguntas distintas, culpando de todos los problemas a la corrupción de sus predecesores, recurriendo a una visión sesgada y simplista de la historia. López Obrador, sin embargo, ha logrado mantener una popularidad extraordinaria a pesar de, o quizá debido a, la exposición constante en medios. A veces da la impresión de que gobierna desde el podio de las mañaneras. Ahí parece tomar decisiones clave con reacciones inmediatas a las preguntas de un pequeño grupo de reporteros.
Los medios oficiales le han dado a López Obrador una inverosímil cobertura. Imagino la reacción que habrían tenido sus seguidores si los canales del gobierno hubieran usado sus tiempos en el sexenio pasado para transmitir completas las presentaciones de Enrique Peña Nieto. Habríamos visto protestas justificadas, pero quizá lo más relevante es que habrían caído los ratings de las televisoras públicas. No
“No me gusta la charlatanería,
el hablar por hablar”.
es el caso con López Obrador. Las mañaneras suben el público. Millones de mexicanos están inmersos en un reality que todos los días nos trae la vida y las obras de Andrés Manuel.
La política siempre ha tenido una parte de show business, pero hoy se ha ampliado por la multiplicación de los medios de comunicación y las redes sociales. Los políticos actuales tienen que ser personajes mediáticos. Lo es Donald Trump pese a la irracionalidad de muchas de sus acciones y posiciones. Lo es también López Obrador, porque rompe las reglas establecidas.
Algunos miembros de Morena han entendido el mensaje. Gerardo Fernández Noroña y Jesusa Rodríguez generan controversias en redes sociales con ocurrencias de todo tipo. Saben, como Trump, que en la política moderna es mejor ser notorios que desconocidos. De alguna manera, sin embargo, debemos lamentarlo. Es mejor un gobernante o un político que escuche, y que entienda los problemas, a uno que hable sin parar.
Ayer el presidente declinó responder a una pregunta sobre las prendas de Carolina Herrera inspiradas en diseños tradicionales indígenas. El asunto, dijo, "lo está atendiendo la Secretaría de Cultura. Le voy a pedir que nos presente un informe, porque también yo no puedo contestar todo (sic)". Esta respuesta sorprende en un político que quiere resolver todo o casi todo. Sería positivo que fuera el inicio de una nueva actitud, la de un presidente más interesado en escuchar que en hablar.
ZABALETA
Susana Zabaleta reconoció en Twitter que se equivocó al pensar que un gobierno de López Obrador daría más dinero a las artes. Es valiente, todos debemos reconocer nuestros errores (yo el de haber escrito su apellido con "v"). "Perdón por mi estúpida esperanza -escribió-y por pensar en un México que todos queríamos". Coincido, pero debemos seguir tratando de construir un México mejor.